"Barcelona estaba en efervescencia: la lucha por el poder entre las distintas organizaciones estaba en su apogeo. El asesinato de Durruti había envenenado a los anarquistas. Los policías del partido comunista, de la CNT, del PSUC, y del POUM patrullaban la ciudad y controlaban a los transeúntes. He dicho policías y así era, porque si el PC tenía su policía secreta, calcada al modelo ruso, la CNT y las otras organizaciones políticas habían organizado patrullas de control para luchar contra la quinta columna. El que cada organización tuviera su policía particular no resolvía las cosas para nadie.
Una mañana me encontré a Berneri en el sindicato. Como teníamos prisa por acabar de tomar contactos para el reclutamiento de voluntarios, nos citamos para el día siguiente a "media tarde". Nunca lo volvería a ver. Por la noche me comunicaron que los comunistas habían ocupado la "Telefónica" y que Berneri había sido asesinado."
"Después de Durruti, Berneri..., los comunistas, partidarios del poder absoluto, apartaban de forma definitiva y radical, a todos aquellos que podían oponerse a su hegemonía sobre las masas populares. Comunismo: nueva religión que tiene a Marx y a Lenin como dios bicéfalo y a Stalin como profeta, tan fanáticos como los cristianos o los musulmanes de la Edad Media, con su inquisición, su despiadada policía... Los comunistas, [...] siempre dispuestos a detener un movimiento cuando este amenaza con escapar a su control y transformarse en revolución autogestionaria (como Maurice Thorez en Francia, en 1936, con su slogan: "es necesario saber detener una huelga"). Porque para los comunistas, las masas obreras y campesinas tienen la obligación de obedecer a la dirección y los individuos sólo pueden expresarse según la línea trazada por el partido."
"Ese día, Madeleine y yo fuimos a reunirnos con los compañeros que luchaban en la ciudad. Las barricadas cerraban determinadas encrucijadas. Bajando hacia el centro, nos detuvimos en la sede del grupo alemán "Spartacus", delante de la cual estaban arrancando los adquines de la calzada para levantar una barricada. Mi compañera conocía mucha gente allí y me pidió que nos uniéramos a ese grupo. Para mí, esta allí o en otra parte me era indiferente. La muerte de Berneri me había quitado als ganas y el deseo de hacer nada, incluso de luchar. Para mi, la guerra revolucionaria estaba acabada y perdida...
Madeleine me presentó a varios de sus compatiotras. Como no dejaba de anunciar que era un superviviente de Perdiguera y que había estado en Siétamo (el film rodado por Jacques se proyectaba en los cines de Barcelona), fui acogido amistosamente por aquellos que hablaban francés o castellano.
Entre los nombres de los compañeros que ella me presentó, uno llamó mi atención: Einstein. Era un hombre de cierta edad con el cabello entrecano. Estuvimos charlando durante un buen rato ante un mapa de la ciudad que estaba estudiando, en una habitación que le servía de oficina. Al separarme de él me acordé de "La Teoría de la relatividad" y le pregunté a mi compañera si él era quien la había formulado. Me respondió que era su hermano.
Algunos años más tarde supe que se suicidó para evitar que los colaboracionistas Leval y Petain lo entregaran a Hitler.
Uno o dos días transcurrieron así: intercambio de disparos con los "Guardias de asalto" que ocupaban un inmueble frente a nuestro refugio, escuchando la radio que difundía los discursos y las llamadas a la calma de los dirigentes de las distintas organizaciones políticas y discutiendo sobre la posibilidad de que llegaran a Barcelona dos centurias, que los rumores que circulaban afirmaban que se había puesto en movimiento desde el frente de Aragón hacia Cataluña, para hacer fracasar el golpe de los comunistas.
Luego escuchamos las patéticas intervenciones de García Oliver y Federica Montseny pidiendo a los libertarios de la CNT que depusieran las armas."
Extraído del libro Del amor, la guerra y la revolución. Recuerdos de la guerra de España: del 19 de julio de 1936 al 9 de febrero de 1939 de Antoine Giménez. Pepitas de Calabaza (2004)
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