viernes, 28 de marzo de 2008

La Comuna de París 1871



"París, sede central del viejo Poder gubernamental y, al mismo tiempo, baluarte social de la clase obrera de Francia, se había levantado en armas contra el intento de Thiers y los "rurales" de restaurar y perpetuar aquel viejo Poder que les había sido legado por el Imperio. Y si París pudo resistir fue únicamente porque, a consecuencia del asedio, se había deshecho del ejército, substituyéndolo por una Guardia Nacional, cuyo principal contingente lo formaban los obreros. Ahora se trata de convertir este hecho en una institución duradera. Por eso, el primer decreto de la Comuna fue para suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado.
La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. En vez de continuar siendo un instrumento del Gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores públicos debían devengar salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos. Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros del Gobierno central. En manos de la Comuna se pusieron no solamente la administración municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por el Estado.
Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo Gobierno, la Comuna tomó medidas inmediatamente para destruir la fuerza espiritual de represión, el "poder de los curas", decretando la separación de la Iglesia y el Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de las limosnas de los fieles, como sus antecesores, los apóstoles. Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. Así, no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del Gobierno.
Los funcionarios judiciales debían perder aquella fingida independencia que sólo había servido para disfrazar su abyecta sumisión a los sucesivos gobiernos, ante los cuales iban prestando y violando, sucesivamente, el juramento de fidelidad. Igual que los demás funcionarios públicos, los magistrados y los jueces habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables.


Como es lógico, la Comuna de París había de servir de modelo a todos los grandes centros industriales de Francia. Una vez establecido en París y en los centros secundarios el régime comunal, el antiguo Gobierno centralizado tendría que dejar paso también en las provincias a la autoadministración de los productores. En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna habría de ser la forma política que revistiese hasta la aldea más pequeña del país y que en los distritos rurales el ejercito permanente habría de ser reemplazado por una milicia popular, con un período de servicio extraordinariamente corto. Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de Delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandat impératif (instrucciones formales) de sus electores. Las pocas, pero importantes funciones que aún quedarían para un gobierno central, no se suprimirían, como se ha dicho, falseando intencionadamente la verdad, sino que serían desempeñadas por agentes comunales que, gracias a esta condición, serían estrictamente responsables. No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal, convirtiéndola en una realidad al destruir el Poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, de la cual no era más que una excrecencia parasitaria. Mientras que los órganos puramente represivos del viejo Poder estatal habían de ser amputados, sus funciones legitimas serían arrancadas a una autoridad que usurpaba una posición preeminente sobre la sociedad misma, para restituirlas a los servidores responsables de esta sociedad. En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante habían de "representar" al pueblo en el parlamento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios. Y es bien sabido que lo mismo las compañias que los particulares, cuando se trata de negocios saben generalmente colocar a cada hombre en el puesto que le corresponde y, si alguna vez se equivocan, reparan su error con presteza. Por otra parte, nada podía ser más ajeno al espiritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura jerárquica.
Generalmente, las creaciones históricas por completo nuevas están destinadas a que se las tome por una reproducción de formas viejas e incluso difuntas de la vida social, con las cuales pueden presentar cierta semejanza. Así, esta nueva Comuna, que quiebra el Poder estatal moderno, ha sido confundida con una reproducción de las comunas medievales, que, habiendo precedido a ese Estado, le sirvieron luego de base. Al régimen comunal se le ha tomado erróneamente por un intento de fraccionar, como lo soñaban Montesquieu y los girondinos, esa unidad de las grandes naciones en una federación de pequeños Estados, unidad que, aunque instaurada en sus origenes por la violencia política, se ha convertido hoy en un poderoso factor de la producción social. El antagonismo entre la Comuna y el Poder estatal se ha presentado equivocadamente como una forma exagerada de la vieja lucha contra el excesivo centralismo. Circunstancias histórícas pe culiares pueden en otros países haber impedido el desarrollo clásico de la forma burguesa de gobierno, tal como se dio en Francia, y haber permitido, como en Inglaterra, completar en las ciudades los grandes órganos centrales del Estado con asambleas parroquiales [vestries] corrompidas, concejales concusionarios y feroces administradores de la beneficencia, y, en el campo, con jueces virtualmente hereditarios. El régimen comunal habría devuelto al organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía absorbiendo el Estado parásito, que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento Con este solo hecho habría iniciado la regeneración de Francia. La burguesía de las ciudades de la provincia francesa veía en la Comuna un intento de restaurar el predominio que ella había ejercido sobre el campo bajo Luis Felipe y que, bajo Luis Napoleón, había sido suplantado por el supuesto predominio del campo sobre la ciudad. En realidad, el régimen comunal colocaba a los productores del campo bajo la dirección intelectual de las cabeceras de sus distritos, of reciéndoles aquí, en las personas de los obreros, a los representantes naturales de sus intereses. La sola existencia de la Comuna implicaba, evidentemente, la autonomia municipal, pero ya no como contrapeso a un Poder estatal que ahora era superfluo. Sólo en la cabeza de un Bismarck, que, cuando no está metido en sus intrigas de sangre y hierro, gusta de volver a su antigua ocupación, que tan bien cuadra a su calibre mental, de colaborador del Kladderadatsch (el Punch de Berlín), sólo en una cabeza como ésa podía caber el achacar a la Comuna de París la aspiración de reproducir aquella caricatura de la organización municipal francesa de 1791 que es la organización municipal de Prusia, donde la administración de las ciudades queda rebajada al papel de simple rueda secundaria de la maquinaria policíaca del Estado prusiano. Ese tópico de todas las revoluciones burguesas, "un gobierno barato", la Comuna lo convirtió en realidad al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del Estado. Su sola existencia presuponía la no existencia de la monarquía que, en Europa al menos, es el lastre normal y el disfraz indispensable de la dominación de clase La Comuna dotó a la República de una base de instituciones realmente democráticas. Pero, ni el gobierno barato, ni la "verdadera República" constituían su meta final, no eran más que fenómenos concomitantes.


La variedad de interpretaciones a que ha sido sometida la Comuna y la variedad de intereses que la han interpretado a su favor, demuestran que era una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo.
Sin esta última condición, el régimen comunal habría sido una imposibilidad y una impostura. La dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la Comuna había de servir de palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase. Emancipando el trabajo a cada hombre."

Extracto de La Guerra Civil en Francia, Karl Marx

jueves, 27 de marzo de 2008

México 1968


"Si las jornadas previas a la toma de la Universidad por el ejército habían sido todo-futuro, los días después eran todo-presente. Se trataba de resistir, de planear las siguientes dos o tres horas, de seguir actuando. Tras nuevos combates, la voca 7 caía en poder del ejército. Se respondía con un mitin masivo en la unidad Tlateloclo. El Consejo Nacional de Huelga seguía actuando, mantenía un mínimo de coordináción. El brigadismo y las asambleas de las escuelas que aún no habían sido tomadas hacía el resto. El 24 el ejército tomó a tiros el casco de Santo Tomás, sede de la mitad de las escuelas del IPN. Por primera vez hubo respuesta. Entre los estudiantes que defendían el casco no habría armados más que una docena con pistolas y cuatro o cinco escopetas, pero se respondió al fuego. Los granaderos se ensañaron con los detenidos. Palizas, torturas, más de 30 heridos. Sólo sería el prólogo, el terrible aviso de lo que se aproximaba.
Comenzábamos a vivir con la culpa. ¿Quién había muerto por ti?, como preguntaba Retamar. ¿A quién habían detenido porque habías dado la cita equivocada? ¿Por qué no habías estado en Ciencias Biológicas cuando empezaron los tiros? ¿Qué mierda hacías durmiendo mientras los granaderos asaltaban voa 7? ¿Cómo demonios tú no estabas preso? La supervivencia con la culpa. Un cóctel maldito para los próximos meses. Sin embargo el movimiento no estaba derrotado, continuaba dando señales de vida por todos los lados. De repente cuando cruzabas Insurgentes, a tu lado, un autobús pintado, brigadas relámpago que aparecían surgidas de la nada, lanzaban su mensaje de denuncia y se mimetizaban con la ciudad. Los supervivientes nos estábamos volviendo más viejos, más rabiosos, más solitarios. Se sabía que había una comisión del CNH negociando, pero las asambleas estaban desmontadas, algunas escuelas eran abandonadas antes de que fueran tomadas por el ejército o la policía, quedaban los patios vacíos, el último apagaba el switch general y cerraba la puerta con candados. Los estudiantes se replegaban organizados en brigadas de propaganda. Los contactos perdidos, la gente no llegaba a la cita, las horas sin sueño.
Me reuní con la coordinadora de una brigada de la facultad, distribuían propaganda sacada de un mimeógrafo salvado de la represión milagrosamente y guardado en el closet de la recámara de una actriz de teatro, cuyo marido no sabía que allí se imprimía en las mañanas. Me contaba ilusionada que metían volantes en bolsas de pan y los cubrían con bolillos. Al día siguiente el contacto se perdió. A esa brigada la habían baleado a la salido del cine Alameda.
El Doc me estaba esperando con su blusa blanca bien planchada y fumando en su volkswagen verde para ir a buscar un mimeógrafo en la casa de Salvador El Indio, al que habían detenido el día anterior. Era una apuesta. El Indio sabía que si daba la dirección de su casa, le caerían el mimeógrafo y lo fundían para siempre en Lecumberri. Esperaría a que nosotros lo sacáramos. Aguantaría los interrogatorios. Era de noche. El Doc, silencioso, manejó hasta una calle solitaria. Creo que era en la Narvarte. Pasamos frente a la casa de Salvador dos veces. No se veía nada raro. El Doc y yo no nos queríamos, habíamos estado enamorados de la misma mujer. Pero esa noche, yo veía su rostro oscuro y el cigarrillo y sabía que primero se moría de apendicitis que dejarme tirado, que nunca tendría la espalda tan cubierta, que ni mi madre me protegería tanto. Sin decirlo sabíamos que no podíamos dejar que detuvieran a otro."

Extracto del libro 68 de Paco Ignacio Taibo II Traficantes de Sueños 2006


Este texto se sitúa en el movimiento estudiantil del 68 en México. El 2 de octubre de 1968 el ejército mexicano masacró un mitin en Tlatelolco y provocó una matanza.

miércoles, 26 de marzo de 2008

"Nosotros renunciamos a todo menos a la victoria"



"Las bases anarquistas estaban lejos de haber claudicado y ya hemos repetido que los agentes rusos diferenciaban claramente entre la mayoría de los responsables pro estalinistas y los anarquistas revolucionarios, tachados de "incontrolados", "aliados de los trotskistas", "agentes de la policía secreta alemana", etc. La caída de Málaga nutrió de pretextos a la burocracia libertaria para imponer de una vez por todas en sus filas la militarización y el comisariado, y para apoyar la demanda del PCE de depuración del Alto Mando, facilitando a la vez el predominio estalinista en el nuevo Ejército Popular y el desarme del proletariado. Fue el primer momento estelar de la entente cordial entre los anarquistas de Estado y los estalinistas. Torhyo lo rubicó con una histórica editorial en la Soli el 21 de febrero de 1937: "NOSOTROS RENUNCIAMOS A TODO MENOS A LA VICTORIA" dedicada a la autoridad y a la obediencia. La frase, inventada por Ehrenburg, era atribuida a Durruti con todas las de la ley. Así, los mismos que facilitaron su muerte al enviarlo a Madrid, liquidaban su legado revolucionario poniendo en su boca palabras de capitulación de factura rusa que justificaban sus propios compromisos. Más adelante le convirtieron en objeto de culto, encarnaciòn de todas las virtudes del burócrata. Si hubo alguna constante en política exterior del movimiento libertario español hasta el golpe de Casado, es decir, prácticamente durante toda la guerra, esa fue su alineamiento incondicional con la postura rusa. Es algo que cuesta entender, pero es así. Podemos preguntarnos por qué después de la provocación de Mayo, después del encarcelamiento de centenares de anarquisas entre junio y julio, después de la liquidación del POUM y de la desaparición de Nin, después de la disolución militar del Consejo de Aragón, después de centenares de atropellos a colectividades y de un número apreciable de asesinatos, después de millares de injurias y de un trato infame, Marianet se proclamase amigo de Rusia y el Comité Nacional prohibiera terminantemente criticar al PCE días antes de que una orden de Negrín, del 13 de agosto de 1937, pusiera las críticas a la URSS fuera de la ley. ¿Por qué la Soli del 9 de septiembre de 1937 dijo en titulares que "el proletariado mundial debe apoyar activamente la posición de la URSS"? ¿Ceguera suicida? ¿oportunismo sin freno? ¿deserción del proletariado europeo? ¿corrupción y doble juego? ¿cobardía y entreguismo? ¿complicidad? ¿traición? De todo hubo, porque todos son aspectos de una misma opción histórica. En menos de un año los rusos disponían de las cosas y de los hombres como si España fuera su colonia particular. Cualquier trato, desde un ministerio a un envío de divisas pasaba por ellos. No se podía dar un solo paso sin tener el visto bueno de los representantes soviéticos. Y la insensata burocracia libertaria se plegó a todo, consumando la venta del proletariado español a sus verdugos, tal como hicieron todos los demás partidos. Como eco de la política comunista, Ricardo Sanz, jefe de la 26 División (antigua Columna Durruti) largó el 31 de julio de 1938 el siguiente discurso ante la radio: "el momento actual es un momento que requiere grandes sacrificios, y nosotros, los hombres que hemos salido del taller, de la fábrica, de la mina o del despacho para combatir al invasor, nos hemos juramentado renunciar a todo, circunstancialmente, como bien dijo nuestro inolvidable Durruti. Hemos renunciado a nuestras ideas, porque por encima de todos está la necesidad de liberar a España de los invasores extranjeros, y cuando esto se haya logrado, el pueblo español, unido como ahora, determinará cual será el régimen que ha de regirnos a todos..." Lo mismo podía oírse en boca de cualquier responsable de la CNT o de la FAI. Desde que Peiró y Federica empezaron a hablar de "República Federal" como "garantía del porvenir justo de España" allá por diciembre de 1936. Con tal de sobrevivir como burocracia estaba dispuesto a agarrarse a todos los clavos, especialmente al clavo estalinista. Como burocracia no se le podía reprochar que actuara conforme a su naturaleza, pero incluso en ello no demostró ni un ápice de la grandeza de sus orígenes. Un arrepentido sin valor supo expresar a la perfección en confesión post festum el único reproche válido que la historia conservaría: "No se nos acusará de haber perturbado los planes del Gobierno republicano comunista, pero se nos puede acusar de no haberlos perturbado, y ante el porvenir esta acusación pesará mucho más." Y en efecto, la burguesía de hoy es feliz de no cargar a los comités responsables anarquistas con la responsabilidad de una Revolución Social. Pero los oprimidos les señalan con el dedo acusador por no haberlo ni siquiera intentado."


Extraído del libro Durruti en el laberinto de Miguel Amorós. Muturreko burutazioak 2006

martes, 25 de marzo de 2008

De las multitudes de Europa, en marcha contra el imperio.

Nosotros somos nuevos, pero somos los de siempre.

Somos viejos para el futuro, ejército de desobediencia cuyas historias son armas, en marcha desde hace siglos sobre este planeta. En nuestros estandartes está escrito "dignidad". En su nombre combatimos contra aquellos que quieren ser los amos de personas, campos, bosques y ríos, contra aquellos que gobiernan arbitrariamente, contra aquellos que imponen el orden del Imperio, contra quienes empobrecen a las comunidades.

Somos los campesinos de la Jacquerie. Los mercenarios de la guerra de los Cien Años saqueaban nuestros pueblos, los nobles de Francia nos mataban de hambre. En el año del Señor 1358 nos sublevamos, demolimos castillos, nos reapropiamos de lo nuestro. Algunos de nosotros fueron capturados y decapitados. Sentimos la sangre brotar de nuestra nariz, pero estábamos en marcha, y no nos hemos vuelto a parar.

Somos los ciompi de Florencia, pequeño pueblo de talleres y artesanía. En el años del Señor de 1378 un cardador nos guió a la revuelta. Tomamos el Ayuntamiento, reformamos artes y oficios. Los patrones huyeron al campo y desde allí nos mataron de hambre asediando la ciudad. Tras dos años de penurias nos vencieron, restauraron la oligarquía, pero el lento contagio del ejemplo no lo podían parar.

Somos los campesinos de Inglaterra que tomaron las armas contra los nobles para poner fin a tasas e impuestos. En el año del Señor de 1381 escuchamos las predicaciones de John Ball: "Cuando Adán labraba y Eva hilaba / ¿Quién era entonces el patrón?". Con rastrillos y horcas nos trasladamos desde Essex y Kent, ocupamos Londres, prendimos fuegos, saqueamos el palacio del arzobispo, abrimos las puertas de las prisiones. Por orden del rey Ricardo II muchos de nosotros subieron al patíbulo, pero nada volvería a ser como antes.

Somos los husitas. Somos los taboritas. Somos los artesanos y obreros bohemios, rebeldes al Papa, al rey y al emperador después de que la hoguera consumiese a Juan Hus. En el año del Señor 1419 asaltamos el municipio de Praga, defenestramos al burgomaestre y a sus consejeros municipales. El rey Wenceslao murió de un infarto. Los poderosos de Europa nos declararon la guerra, llamamos a las armas al pueblo checo. Respondimos cada invasión, contraatacando entramos en Austria, Hungría, Brandemburgo, Sajonia, Franconia, el Palatinado... El corazón de un continente en nuestras manos. Abolimos la servidumbre y los diezmos. Nos derrotaron treinta años de guerras y cruzadas.

Somos los treinta y cuatro mil que respondieron a la llamada de Hans el flautista. En el año del Señor de 1476, la virgen de Niklashausen se reveló a Hans y dijo: "No más rey ni príncipes. No más papado ni clero. No más tasas ni diezmos. Los campos, los bosques y los cursos de agua serán de todos. Todos serán hermanos y ninguno poseerá más que el vecino". Llegamos el día de Santa Margarita, una vela en una mano y una pica en la otra. La Santa Virgen nos diría qué hacer. Pero los caballeros del obispo capturaron a Hans, después nos atacaron y derrotaron. Hans ardió en la hoguera, no así las palabras de la Virgen.

Somos los del Scarpone, asalariados y campesinos de Alsacia que, en el año del Señor de 1493, conspiraron para ajusticiar a los usureros y cancelar las deudas, expropiar las riquezas de los monasterios, reducir el estipendio de los curas, abolir la confesión, sustituir al Tribunal Imperial por jueces municipales elegidos por el pueblo. El día de Santa Pascua atacamos la fortaleza de Schlettstadt, pero fuimos derrotados, y muchos de nosotros colgados o mutilados y expuestos a la vista de la gente. Pero todos aquellos de nosotros que prosiguieron la marcha llevaron el Scarpone por toda Alemania. Después de años de represión y reorganización, en el año del Señor de 1513, el Scarpone se rebeló Friburgo. La marcha no se paraba, ni el Scarpone ha dejado ya de golpear el suelo.

Somos el Pobre Conrado, campesinos de Suebia que se rebelaron contra los impuestos sobre el vino, la carne y el pan, en el año del Señor de 1514. Siendo cincuenta mil amenazamos en conquistar Schorndorf, en el valle de Rems. El duque Ulderico prometió abolir los nuevos impuestos y escuchar las quejas de los campesinos, pero solo quería darse tiempo. La revuelta se extendió por toda Suebia. Mandamos delegados a la Dieta del Sttugart, que acogió nuestras palabras, ordenando que Ulderico fuese apoyado por un consejo de caballeros burgueses y campesinos, y que los bienes de los monasterios fuesen expropiados y entregados a la comunidad. Ulderico convocó otra Dieta en Tubinga, se dirigió a los otros príncipes y reunió una gran armada. Hubo de realizar grandes esfuerzos para doblegar el valle de Rems: fuimos diezmados por la caballería real, asediados en monte Koppel, los pueblos fueron arrasados, dieciséis mil campesinos fueron arrestados, dieciséis fueron decapitados, el resto fue obligado a pagar fuertes multas. Pero el Pobre Conrado sigue rebelándose.

Somos los campesinos de Hungría que, reunidos para la cruzada contra el Turco, decidieron en cambio enfrentarse a los señores, en el año del Señor 1514. Sesenta mil hombres en armas, guiados por el comandante Dozsa, llevaron la insurrección a todo el país. El ejército de los nobles nos asedió en Czanad, donde había nacido una república de iguales. Nos cogieron tras dos meses de asedio. Dozsa fue quemado vivo y sus lugartenientes constreñidos a comerse la carne para salvar la vida. Miles de campesinos fueron empalados o ahorcados. La masacre y aquella impía eucaristía desviaron pero no frenaron la marcha.

Somos el ejército de los campesinos y mineros de Thomas Müntzer. En el año del señor de 1524, al grito de ¡omnia sunt comuna! (¡todas las cosas son comunes!) declaramos la guerra al orden del mundo, nuestros doce artículos hicieron temblar a los poderosos de Europa. Conquistamos las ciudades, caldeamos los corazones de la gente. Los lansquenetes nos exterminaron en Turingia, Müntzer fue descuartizado por el verdugo, pero ¿quién podía ya negarlo? Lo que pertenecía a la tierra, a la tierra sería devuelto.

Somos los trabajadores y campesinos sin poder que, en el año del Señor de 1649, en Walton-on-Thames, Surrey, ocuparon la tierra común y se pusieron a labrarla y sembrarla. Diggers nos llamaron, "Labradores". Queríamos vivir juntos, poner en común los frutos de la tierra. En más de una ocasión los terratenientes instigaron contra nosotros a masas encolerizadas. Soldados y aldeanos nos asaltaron y arrasaron la cosecha. Cuando cortamos la leña en el bosque de propiedad estatal, los señores nos denunciaron. Decían que habíamos violado sus propiedades. Nos trasladamos a Cobham Manor, construimos casas y sembramos grano. La caballería nos agredió, destruyó las casas, pisoteó el grano. Reconstruimos, volvimos a sembrar la tierra. Otros como nosotros se habían reunido en Kent y en Northamptonshire. Una muchedumbre tumultuosa los alejó. La ley nos expulsó, no dudamos en ponernos nuevamente en camino.

Somos los siervos, los trabajadores, los mineros, los fugitivos y los desertores que se unieron a los cosacos de Pugaciov, para derrocar a los autócratas de Rusia y abolir la servidumbre. En el año del Señor 1774 nos apoderamos de ciudadelas, expropiamos riquezas y desde los Urales nos dirigimos hacia Moscú. Pugaciov fue capturado, pero la semilla daría sus frutos.

Somos el ejército del general Ludd. Expulsaron a nuestros padres de las tierras en las que vivían, nosotros fuimos obreros tejedores, después llegó el arnés, el telar mecánico... En el año del Señor 1811, en la campiña inglesa, durante tres meses golpeamos fábricas, destruimos telares, tomamos el pelo a guardias y condestables. El gobierno nos mandó en contra a miles de soldados y civiles en armas. Una ley infame estableció que las máquinas contaban más que las personas, y aquel que las destruyese sería ahorcado. Lord Byron advirtió: "¿No hay suficiente sangre en vuestro código penal, que se debe verter más para que llegue al cielo y testimonie contra vosotros? ¿Cómo aplicaréis esta ley? ¿Encerraréis a un país entero en sus prisiones? ¿Levantaréis una horca en cada campo y colgaréis hombres como espantapájaros? ¿O simplemente llevaréis a cabo un exterminio? ¿Son estos los remedios para una población hambrienta y desesperada?". Desencadenamos la revuelta general, pero estábamos exhaustos, desnutridos. El que no acabó con la soga al cuello, fue enviado a Australia. Pero el general Ludd cabalga todavía de noche, por los márgenes de los campos, y todavía reagrupa ejércitos.

Somos la multitudes de trabajadores de Cambridgeshire, a las órdenes del capitán Swing, en el año del Señor de 1830. Contra leyes tiránicas, nos amotinamos, incendiamos parajes, destruimos maquinaria, vencimos a los patrones, atacamos los puestos de policía, ajusticiamos a los delatores. Fuimos enviados al patíbulo, pero la llamada del capitán Swing reunía las filas de un ejército más grande. El polvo levantado por su marcha se posaba sobre las casacas de los esbirros y sobre las togas de los jueces. Nos esperaban ciento cincuenta años de asalto al cielo.

Somos los tejedores de Silesia que se rebelaron en el año 1844, los estampadores de algodón que ese mismo año incendiaron Bohemia, los proletarios insurgentes del año de gracia de 1848, los espectros que atormentaron las noches de los papas y de los zares, de los patrones y sus lacayos. Somos los de París, año de gracia de 1871.

Hemos atravesado el siglo de la locura y de las venganzas, y proseguimos la marcha.

Ellos se dicen nuevos, se bautizan con siglas esotéricas: G8, FMI, BM, OMC, NAFTA, ALCA... Pero no nos engañan, son los de siempre: los écorcheurs que saquearon nuestros pueblos, llos oligarcas que reconquistaron Florencia, la corte del emperador Segismundo que a atrajo a Juan Hus con engaños, la Dieta de Tubinga que obedeció a Ulderico y anuló las conquistas del pobre Konrad, los príncipes que mandaron a los lansquenetes a Frankenhausen, los impíos que quemaron vivo a Dozsa, los terratenientes que atormentaron a los Diggers, los autócratas que vencieron a Pugaciov, el gobierno contra el cual tronó Byron, el viejo mundo que frustró nuestros asaltos y destruyó todas las escaleras que conducían al cielo.

Hoy tienen un nuevo Imperio, sobre toda la orbe imponen nuevas servidumbres a la gleba, se pretenden patrones de la Tierra y del Mar.

Contra ellos, una vez más, nosotros multitudes nos rebelamos.

Wu Ming
Génova, península itálica, 19, 20 y 21 de julio de un año que ya no es de ningún señor


El nombre completo del texto es De las multitudes de Europa, en marcha contra el imperio y hacia Génova, está extraído del libro Esta revolución no tiene rostro de Wu Ming Ediciones Acuarela 2002