martes, 25 de marzo de 2008

De las multitudes de Europa, en marcha contra el imperio.

Nosotros somos nuevos, pero somos los de siempre.

Somos viejos para el futuro, ejército de desobediencia cuyas historias son armas, en marcha desde hace siglos sobre este planeta. En nuestros estandartes está escrito "dignidad". En su nombre combatimos contra aquellos que quieren ser los amos de personas, campos, bosques y ríos, contra aquellos que gobiernan arbitrariamente, contra aquellos que imponen el orden del Imperio, contra quienes empobrecen a las comunidades.

Somos los campesinos de la Jacquerie. Los mercenarios de la guerra de los Cien Años saqueaban nuestros pueblos, los nobles de Francia nos mataban de hambre. En el año del Señor 1358 nos sublevamos, demolimos castillos, nos reapropiamos de lo nuestro. Algunos de nosotros fueron capturados y decapitados. Sentimos la sangre brotar de nuestra nariz, pero estábamos en marcha, y no nos hemos vuelto a parar.

Somos los ciompi de Florencia, pequeño pueblo de talleres y artesanía. En el años del Señor de 1378 un cardador nos guió a la revuelta. Tomamos el Ayuntamiento, reformamos artes y oficios. Los patrones huyeron al campo y desde allí nos mataron de hambre asediando la ciudad. Tras dos años de penurias nos vencieron, restauraron la oligarquía, pero el lento contagio del ejemplo no lo podían parar.

Somos los campesinos de Inglaterra que tomaron las armas contra los nobles para poner fin a tasas e impuestos. En el año del Señor de 1381 escuchamos las predicaciones de John Ball: "Cuando Adán labraba y Eva hilaba / ¿Quién era entonces el patrón?". Con rastrillos y horcas nos trasladamos desde Essex y Kent, ocupamos Londres, prendimos fuegos, saqueamos el palacio del arzobispo, abrimos las puertas de las prisiones. Por orden del rey Ricardo II muchos de nosotros subieron al patíbulo, pero nada volvería a ser como antes.

Somos los husitas. Somos los taboritas. Somos los artesanos y obreros bohemios, rebeldes al Papa, al rey y al emperador después de que la hoguera consumiese a Juan Hus. En el año del Señor 1419 asaltamos el municipio de Praga, defenestramos al burgomaestre y a sus consejeros municipales. El rey Wenceslao murió de un infarto. Los poderosos de Europa nos declararon la guerra, llamamos a las armas al pueblo checo. Respondimos cada invasión, contraatacando entramos en Austria, Hungría, Brandemburgo, Sajonia, Franconia, el Palatinado... El corazón de un continente en nuestras manos. Abolimos la servidumbre y los diezmos. Nos derrotaron treinta años de guerras y cruzadas.

Somos los treinta y cuatro mil que respondieron a la llamada de Hans el flautista. En el año del Señor de 1476, la virgen de Niklashausen se reveló a Hans y dijo: "No más rey ni príncipes. No más papado ni clero. No más tasas ni diezmos. Los campos, los bosques y los cursos de agua serán de todos. Todos serán hermanos y ninguno poseerá más que el vecino". Llegamos el día de Santa Margarita, una vela en una mano y una pica en la otra. La Santa Virgen nos diría qué hacer. Pero los caballeros del obispo capturaron a Hans, después nos atacaron y derrotaron. Hans ardió en la hoguera, no así las palabras de la Virgen.

Somos los del Scarpone, asalariados y campesinos de Alsacia que, en el año del Señor de 1493, conspiraron para ajusticiar a los usureros y cancelar las deudas, expropiar las riquezas de los monasterios, reducir el estipendio de los curas, abolir la confesión, sustituir al Tribunal Imperial por jueces municipales elegidos por el pueblo. El día de Santa Pascua atacamos la fortaleza de Schlettstadt, pero fuimos derrotados, y muchos de nosotros colgados o mutilados y expuestos a la vista de la gente. Pero todos aquellos de nosotros que prosiguieron la marcha llevaron el Scarpone por toda Alemania. Después de años de represión y reorganización, en el año del Señor de 1513, el Scarpone se rebeló Friburgo. La marcha no se paraba, ni el Scarpone ha dejado ya de golpear el suelo.

Somos el Pobre Conrado, campesinos de Suebia que se rebelaron contra los impuestos sobre el vino, la carne y el pan, en el año del Señor de 1514. Siendo cincuenta mil amenazamos en conquistar Schorndorf, en el valle de Rems. El duque Ulderico prometió abolir los nuevos impuestos y escuchar las quejas de los campesinos, pero solo quería darse tiempo. La revuelta se extendió por toda Suebia. Mandamos delegados a la Dieta del Sttugart, que acogió nuestras palabras, ordenando que Ulderico fuese apoyado por un consejo de caballeros burgueses y campesinos, y que los bienes de los monasterios fuesen expropiados y entregados a la comunidad. Ulderico convocó otra Dieta en Tubinga, se dirigió a los otros príncipes y reunió una gran armada. Hubo de realizar grandes esfuerzos para doblegar el valle de Rems: fuimos diezmados por la caballería real, asediados en monte Koppel, los pueblos fueron arrasados, dieciséis mil campesinos fueron arrestados, dieciséis fueron decapitados, el resto fue obligado a pagar fuertes multas. Pero el Pobre Conrado sigue rebelándose.

Somos los campesinos de Hungría que, reunidos para la cruzada contra el Turco, decidieron en cambio enfrentarse a los señores, en el año del Señor 1514. Sesenta mil hombres en armas, guiados por el comandante Dozsa, llevaron la insurrección a todo el país. El ejército de los nobles nos asedió en Czanad, donde había nacido una república de iguales. Nos cogieron tras dos meses de asedio. Dozsa fue quemado vivo y sus lugartenientes constreñidos a comerse la carne para salvar la vida. Miles de campesinos fueron empalados o ahorcados. La masacre y aquella impía eucaristía desviaron pero no frenaron la marcha.

Somos el ejército de los campesinos y mineros de Thomas Müntzer. En el año del señor de 1524, al grito de ¡omnia sunt comuna! (¡todas las cosas son comunes!) declaramos la guerra al orden del mundo, nuestros doce artículos hicieron temblar a los poderosos de Europa. Conquistamos las ciudades, caldeamos los corazones de la gente. Los lansquenetes nos exterminaron en Turingia, Müntzer fue descuartizado por el verdugo, pero ¿quién podía ya negarlo? Lo que pertenecía a la tierra, a la tierra sería devuelto.

Somos los trabajadores y campesinos sin poder que, en el año del Señor de 1649, en Walton-on-Thames, Surrey, ocuparon la tierra común y se pusieron a labrarla y sembrarla. Diggers nos llamaron, "Labradores". Queríamos vivir juntos, poner en común los frutos de la tierra. En más de una ocasión los terratenientes instigaron contra nosotros a masas encolerizadas. Soldados y aldeanos nos asaltaron y arrasaron la cosecha. Cuando cortamos la leña en el bosque de propiedad estatal, los señores nos denunciaron. Decían que habíamos violado sus propiedades. Nos trasladamos a Cobham Manor, construimos casas y sembramos grano. La caballería nos agredió, destruyó las casas, pisoteó el grano. Reconstruimos, volvimos a sembrar la tierra. Otros como nosotros se habían reunido en Kent y en Northamptonshire. Una muchedumbre tumultuosa los alejó. La ley nos expulsó, no dudamos en ponernos nuevamente en camino.

Somos los siervos, los trabajadores, los mineros, los fugitivos y los desertores que se unieron a los cosacos de Pugaciov, para derrocar a los autócratas de Rusia y abolir la servidumbre. En el año del Señor 1774 nos apoderamos de ciudadelas, expropiamos riquezas y desde los Urales nos dirigimos hacia Moscú. Pugaciov fue capturado, pero la semilla daría sus frutos.

Somos el ejército del general Ludd. Expulsaron a nuestros padres de las tierras en las que vivían, nosotros fuimos obreros tejedores, después llegó el arnés, el telar mecánico... En el año del Señor 1811, en la campiña inglesa, durante tres meses golpeamos fábricas, destruimos telares, tomamos el pelo a guardias y condestables. El gobierno nos mandó en contra a miles de soldados y civiles en armas. Una ley infame estableció que las máquinas contaban más que las personas, y aquel que las destruyese sería ahorcado. Lord Byron advirtió: "¿No hay suficiente sangre en vuestro código penal, que se debe verter más para que llegue al cielo y testimonie contra vosotros? ¿Cómo aplicaréis esta ley? ¿Encerraréis a un país entero en sus prisiones? ¿Levantaréis una horca en cada campo y colgaréis hombres como espantapájaros? ¿O simplemente llevaréis a cabo un exterminio? ¿Son estos los remedios para una población hambrienta y desesperada?". Desencadenamos la revuelta general, pero estábamos exhaustos, desnutridos. El que no acabó con la soga al cuello, fue enviado a Australia. Pero el general Ludd cabalga todavía de noche, por los márgenes de los campos, y todavía reagrupa ejércitos.

Somos la multitudes de trabajadores de Cambridgeshire, a las órdenes del capitán Swing, en el año del Señor de 1830. Contra leyes tiránicas, nos amotinamos, incendiamos parajes, destruimos maquinaria, vencimos a los patrones, atacamos los puestos de policía, ajusticiamos a los delatores. Fuimos enviados al patíbulo, pero la llamada del capitán Swing reunía las filas de un ejército más grande. El polvo levantado por su marcha se posaba sobre las casacas de los esbirros y sobre las togas de los jueces. Nos esperaban ciento cincuenta años de asalto al cielo.

Somos los tejedores de Silesia que se rebelaron en el año 1844, los estampadores de algodón que ese mismo año incendiaron Bohemia, los proletarios insurgentes del año de gracia de 1848, los espectros que atormentaron las noches de los papas y de los zares, de los patrones y sus lacayos. Somos los de París, año de gracia de 1871.

Hemos atravesado el siglo de la locura y de las venganzas, y proseguimos la marcha.

Ellos se dicen nuevos, se bautizan con siglas esotéricas: G8, FMI, BM, OMC, NAFTA, ALCA... Pero no nos engañan, son los de siempre: los écorcheurs que saquearon nuestros pueblos, llos oligarcas que reconquistaron Florencia, la corte del emperador Segismundo que a atrajo a Juan Hus con engaños, la Dieta de Tubinga que obedeció a Ulderico y anuló las conquistas del pobre Konrad, los príncipes que mandaron a los lansquenetes a Frankenhausen, los impíos que quemaron vivo a Dozsa, los terratenientes que atormentaron a los Diggers, los autócratas que vencieron a Pugaciov, el gobierno contra el cual tronó Byron, el viejo mundo que frustró nuestros asaltos y destruyó todas las escaleras que conducían al cielo.

Hoy tienen un nuevo Imperio, sobre toda la orbe imponen nuevas servidumbres a la gleba, se pretenden patrones de la Tierra y del Mar.

Contra ellos, una vez más, nosotros multitudes nos rebelamos.

Wu Ming
Génova, península itálica, 19, 20 y 21 de julio de un año que ya no es de ningún señor


El nombre completo del texto es De las multitudes de Europa, en marcha contra el imperio y hacia Génova, está extraído del libro Esta revolución no tiene rostro de Wu Ming Ediciones Acuarela 2002

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