viernes, 27 de noviembre de 2009

Elogio del aburrimiento, Santiago Alba Rico.

El capitalismo prohíbe básicamente dos cosas. Una es el regalo. La otra el aburrimiento.
Cuenta Sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa, monja y feminista mexicana del siglo XVII, que en una ocasión la abadesa del convento de los Jerónimos, a cuya regla estaba sometida, le prohibió leer y escribir y la mandó castigada a la cocina. Allí entre los fogones Juana Inés estudiaba y escribía con la mente; es decir, pensaba. Del huevo y de la manteca, del membrillo y del azúcar, mientras cortaba y amasaba y freía, sacaba una consideración, una reflexión, un hilo interminable de conjeturas, y esto hasta el punto de llegar a afirmar con desafiante ironía en su conocida carta a sor Filotea: “Si Aristóteles hubiera cocinado, habría pensado más y mejor”.

Si a Juana Inés, en lugar de a la cocina, la hubiesen mandado a Disneylandia, donde se hubiese aburrido menos, quizás habría dejado de leer, estudiar y pensar sin ninguna prohibición.

Contaba Rosa Chacel, una de las más grandes novelistas españolas del siglo XX, que en los años cincuenta, mientras redactaba su novela La Sinrazón, tenía la costumbre de pasar horas recostada en un sofá de su salón. La mujer de la limpieza, con la escoba en la mano, le dirigía siempre miradas entre compasivas y reprobatorias: “Si hiciera usted algo, no se aburriría tanto”. Pero es que Rosa Chacel hacía algo: estaba pensando; y hasta cambiar de postura podía distraerla de su introspección o devolverla dolorosamente a la superficie.

Si Rosa Chacel hubiese pasado horas y horas delante de la televisión, y no dentro de sí misma, jamás habría escrito ninguna de sus novelas.

Hay dos formas de impedir pensar a un ser humano: una obligarle a trabajar sin descanso; la otra, obligarle a divertirse sin interrupción. Hace falta estar muy aburrido, es verdad, para ponerse a leer; hace falta estar aburridísimo para ponerse a pensar. ¿Será bueno? ¿Será malo? El aburrimiento es la experiencia del tiempo desnudo, de la duración pastosa en la que se nos enredan las patas, del líquido viscoso en el que flotan los árboles, las casas, la mesa, nuestra silla, nuestra taza de leche. Todos los padres conocemos la angustia de un niño aburrido; todos los que fuimos niños -antes, al menos, de los videojuegos y la televisión- sabemos de la angustia de un niño aburrido pataleando en el ámbar espeso de una tarde que no acaba de morir. No hay nada más trágico que este descubrimiento del tiempo puro, pero quizás tampoco nada más formativo. Decía el poeta Leopardi que “el tedio es la quintaesencia de la sabiduría” y el antropólogo Levi-Strauss, recientemente fallecido, aseguraba haber escrito todos sus libros “contra el tedio mortal”. Uno no olvida jamás los lugares donde se ha aburrido, impresos en la memoria -con grietas y matices- como en el diario de campo de un naturalista. Uno no olvida jamás el ritmo de las cosas, la finitud de los cuerpos, la consistencia real de los cristales, si alguna vez se ha aburrido. “Amo de mi ser las horas oscuras”, decía Rainer María Rilke, porque las oscuras son no sólo la medida de las claras sino la pauta narrativa de unas y de otras. El aburrimiento, sí, es el espinazo de los cuentos, el aura de los descubrimientos, el gancho de toda atención, hacia fuera y hacia dentro.

El capitalismo prohíbe las horas oscuras y para eso tiene que incendiar el mundo. El capitalismo prohíbe el aburrimiento y para eso tiene que impedir al mismo tiempo la soledad y la compañía ¡Ni un solo minuto en la propia cabeza! ¡Ni un solo minuto en el mundo! ¿Dónde entonces? ¿Qué es lo que queda? El mercado; es decir, esa franja mesopotámica abierta entre la mente y las cosas, ancha y ajena, donde la televisión está siempre encendida, donde la música está siempre sonando, donde las luces siempre destellan, donde las vitrinas están siempre llenas, donde los teléfonos celulares están siempre llamando, donde incluso las pausas, las transiciones, las esperas, nos proporcionan siempre una emoción nueva. El capitalismo lo tolera todo, menos el aburrimiento. Tolera el crimen, la mentira, la corrupción, la frivolidad, la crueldad, pero no el tedio. Berlusconi nos hace reír, las decapitaciones en directo son entretenidas, la mafia es emocionante. ¿Cuál era el peor defecto de la URRS, lo que los europeos nunca pudimos perdonarle, lo que nos convenció realmente de su fracaso? Que era un país muy aburrido.

Eso que el filósofo Stiegler ha llamado la “proletarización del tiempo libre”, es decir, la expropiación no sólo de nuestros medios de producción sino también de nuestros instrumentos de placer y conocimiento, representa el mayor negocio del planeta. El sector de los video-juegos, por ejemplo, mueve 1.400 millones de euros en España y 47.000 millones de dólares en todo el mundo; el llamado “ocio digital” más de 177.000 millones de euros; la “industria del entretenimiento” en general -televisión, cine, música, revistas, parques temáticos, internet, etc- suma ya 2 billones de dólares anuales. “Divertir” quiere decir: separar, arrastrar lejos, llevar en otra dirección. Nos divierten. “Distraer” quiere decir: dirigir hacia otra parte, desviar, hacer caer en otro lugar. Nos distraen. “Entretener” quiere decir: mantener ocupado a alguien en un hueco donde no hay nada para que nunca llegue a su destino. Nos entretienen. ¿Qué nos roban? El tiempo mismo, que es lo que da valor a todos los productos, mentales o materiales.

El capitalismo y su industria del entretenimiento construyen todo lo contrario de una cultura del ocio. En griego, ocio se decía “skhole”, de donde viene la palabra “escuela”. El proceso es más bien el inverso, pues la escuela misma -la cocina del pensamiento, el fogón del tiempo, donde Juana Inés y Rosa Chacel horneaban sus obras- ha claudicado a la lógica del entretenimiento. Ahora no se trata de comprender o de conocer sino de conseguir que, en cualquier caso, la escuela y la universidad no sean menos divertidas que la televisión, los vídeo-juegos y Disneylandia. ¿Los alumnos estarán más atentos si los maestros utilizan pizarras electrónicas? ¿Aprenderán mejor inglés en internet con Marina Orlova, la escultural filóloga rusa en minifalda? ¿Sabrán más matemáticas o latín si acuden a la universidad de Bolonia atraídos no por sus programas y profesores sino por las cuatro modelos de cuerpos zigzagueantes contratadas para los carteles publicitarios? Lo que es seguro es que, con esta lógica, que es la del mercado, los profesores llevan todas las de perder: Aristóteles y la física cuántica nunca podrán rivalizar con Shakira y la última play-station.

Según una reciente encuesta, uno de cada veinte niños británicos están convencidos de que Hitler fue un entrenador de fútbol y uno de cada cinco creen que Auschwitz es un Parque Temático. Para muchos de ellos el Holocausto es el nombre de una fiesta.

Quizás deberíamos aburrirnos un poco más.

Santiago Alba Rico.

Extraído de la página web Rebelion

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Barrio de Maré, Río de Janeiro.

En París, el barrio de Le Marais es uno de los más modernos y cosmopolitas de la ciudad, dominado por negocios y sedes bancarias. Toma su nombre de “marisma” debido a que se creó robándole espacio al mar. En Río de Janeiro existe otro barrio con el mismo sistema de origen y denominación, Maré, pero no se parece nada al francés. En el barrio carioca viven 132.000 personas agrupadas en dieciséis favelas. El primero ocupa en los medios de comunicación páginas de vida social y de gays modernos e integrados (son los protagonistas de la película Paris je t'aime), al segundo, sólo se le conoce por la violencia, el crimen y el narcotráfico.


El complejo Maré, en el norte de la ciudad, es el lugar que nunca visitará un turista en Río de Janeiro ni tampoco un habitante acomodado de la ciudad. Dominado por la pobreza de la economía sumergida, la falta de colegios y sin ningún hospital, sus habitantes intentan explicar que la gran mayoría no son los protagonistas de la violencia sino sus víctimas. En las favelas de Maré, son miles las personas que no existen para la Administración brasileña porque no se censaron, sus precarias viviendas son ilegales y los programas sociales del gobierno Lula no terminan de generalizarse por la falta de información o la situación de alegalidad de sus habitantes que parece que sólo interesan a la policía que entra todos los días en sus coches blindados a enfrentarse (o apoyar) a algunas de las bandas que dominan el barrio.
El mes pasado terminó una guerra entre grupos armados de narcotraficantes que duró cinco meses y dejó cincuenta muertos. Durante ese tiempo se vivió un toque de queda no declarado, los colegios no funcionaron y los tiroteos eran constantes día y noche entre facciones rivales que circulaban entre barricadas construidas en las calles. La policía se dedicó a formar parte de la guerra poniéndose al servicio de la banda que más pagara, un grupo de narcos llegó a alquilarles tres carros blindados. Hoy el barrio se lo reparten tres facciones de traficantes y una milicia de limpieza social estrechamente relacionada con los sectores más corruptos de la policía. Cada grupo puede estar integrado por unos doscientos hombres armados, ninguno de los cuales puede pisar el sector de otro grupo al tiempo que se encarga de eliminar al que quiera entrar en su territorio. En las calles fronterizas hay muertos todos los días. No existen datos oficiales de violencia porque ésta solo sirve para llenar páginas sensacionalistas de la prensa y criminalizar a todos los que allí viven. Sin embargo, sus habitantes me insisten en que apenas el 2 o el 3% de los pobladores están relacionados con los grupos armados y el crimen, la mayoría son gente sencilla: vendedores ambulantes, albañiles, empleadas domésticas, pescadores. Gente que sólo quiere vivir en paz.
A Maré se llega tras viajar media hora en un destartalado autobús sin amortiguadores y atravesar la Avenida de Brasil por alguno de sus pasos elevados peatonales. Las líneas de autobuses se quedan a la entrada del barrio, los vecinos deben entonces llegar a sus casas en bicicleta, mototaxis o pequeños buses que sólo circulan por el complejo. Quien me acompaña por el barrio, me va indicando el nivel de peligro de cada calle, los pocos puntos que puedo fotografiar (muy pocos) y las personas que mejor no debo mirar a la cara. En el suelo, los charcos de aguas inmundas salpican el terreno; en el aire, los cables de las tomas ilegales de electricidad. Algunas de las viviendas en zonas recientemente ocupadas no tienen luz ni agua. La falta de asistencia sanitaria de urgencia es alarmante. Sólo existe un precario puesto extrahospitalario de 24 horas para los más de cien mil habitantes. Para la asistencia hospitalaria deben ir al Hospital General de Buen Suceso, fuera del complejo, donde la saturación es tal que deben esperar muchas horas para ser atendidos y en muchas ocasiones deben volverse a casa sin que les vea el médico.
La mayoría de los políticos sólo se acuerda de favelas como las de Maré en tiempos de elecciones. Con la ayuda de sus colaboradores y de alguna de las iglesias que salpican sus calles convocan a los ciudadanos, en muchas ocasiones ni siquiera los candidatos van, sus acólitos se encargan de repartir comida u organizar una jornada de asistencia odontológica que les permite garantizarse el voto de muchos. Puede bastar un saco de arroz o un juguete para tener garantizado el apoyo. Con la excepción de algún político honesto, la gran mayoría de partidos y candidatos se encuentra a gusto con el sistema. Los candidatos que han intentado cambiar el modelo organizar a los vecinos han acabado amenazados y su vida corre peligro si pisan las calles de Maré. Es el caso del diputado Marcelo Freixo, que dirigió una comisión para investigar las milicias de las favelas de Río y hoy está bajo protección policial por las amenazas de estos grupos armados. La connivencia entre traficantes y milicias con los políticos corruptos garantiza que no surja ningún movimiento ni liderazgo político, la desmovilización de los ciudadanos acaba siendo estremecedora. En los informativos Maré sólo es noticia por la violencia o cuando se celebra un evento deportivo pagado por alguna gran organización.
Otra característica que impresiona a quienes se adentran en Maré es la presencia de Iglesias. Probablemente más de una por manzana, pueden ser unas doscientas: católicas, protestantes, baptistas, evangélicas... Su labor de alienación es indiscutible, el mensaje de que la realidad es voluntad de Dios más que de las reivindicaciones y conquistas de los grupos sociales organizados colabora en el mantenimiento y la resignación de muchos de los pobladores de las favelas. La condena de algunas de ellas de los métodos anticonceptivos, en especial las evangélicas, permite que la maternidad precoz y la natalidad se dispare entre sus habitantes. Las jóvenes inician su década de los veinte años ya con tres y cuatro hijos.
Maré comenzó a crearse en 1934, con la emigración de brasileños procedentes del nordeste del país. Los asentamientos se inician en lo largo de la Avenida de Brasil y van avanzando hacia el norte. Su denominación, al igual que en el barrio de París, la toman de su origen pantanoso y de marismas que van resecando desde los años cincuenta para hacerlas habitables.
Pero no todo es tragedia en Maré, muchas gentes luchan por mejorar las condiciones de vida. De hecho, me cuentan que la mayoría de los habitantes no quiere irse de allí, pero sí quisieran mejorar la situación de violencia y la habitabilidad de sus construcciones e infraestructuras, el sistema de saneamiento se desborda con frecuencia con las lluvias. El Centro de Estudios y Açoes Solidárias da Maré (Ceasm) dispone de una Casa de Cultura con numerosas actividades, desde biblioteca a clases de danza o servicios de informática. Incluso han creado el museo de Maré con la historia de un barrio al que, a pesar de todo, siguen amando. Mientras fuera de allí todo el mundo asocia Maré a violencia y droga, ellos quieren destacar que poseen una identidad cultural muy distinta de esos estereotipos y recuerdan que esa violencia es consecuencia de la falta de unos políticas públicas sociales que reivindican para su barrio. De todo ello hablan en la revista O Cidadao (El Ciudadano) de la cual reparten veinte mil ejemplares cada mes. Es verdad que el narcotráfico está omnipresente en el barrio, pero el consumo no es muy diferente del de cualquier otro lugar de la ciudad, sus habitantes no tienen dinero para ser grandes consumidores. El problema son los grupos de narcos que han convertido el complejo en un centro de almacén y distribución de droga para el resto del país. Por sus calles se les puede ver esgrimiendo sus fusiles de asalto con total impunidad.


Uno abandona Maré viendo a lo lejos la espalda de la estatua del Cristo Redentor, en lo alto del cerro de Corcovado. Ojalá si el Cristo no se da la vuelta para preocuparse más por esas 132.000 almas lo hagan los gobernantes y la clase política brasileña. Mientras tanto cada día amanecerán en esas favelas hombres, mujeres y niños que nunca visitarán en París ese barrio que se llama como el suyo y que luchan por sobrevivir en un mundo que parece que les tiene relegados a las páginas de sucesos.

Extraído del blog de Pascual Serrano.

domingo, 22 de noviembre de 2009

La abolición y extinción del Estado, Camilo Berneri.

Mientras nosotros, los anarquistas, queremos la extinción del Estado mediante la revolución social y la constitución de un orden nuevo autonomista-federal, los leninistas quieren la destrucción del Estado burgués, pero asimismo la conquista del Estado por el “proletariado”. El “Estado del proletario” -dicen- es un semi-Estado porque el Estado integral es el burgués, destruido por la revolución social. Incluso este semi-Estado, según los marxistas, debe a su vez morir de muerte natural.
Esta teoría de la extinción del Estado, básica en el libro de Lenin “El Estado y la revolución” fue tomada de Engels, que en La subversión de la ciencia por el señor Eugen Duhring, dice:

“El proletariado toma el poder del Estado y transforma inmediatamente los medios de producción en propiedad del Estado. Por este acto se destruye a sí mismo en tanto que proletariado. Elimina las diferencias de clases y todas las contradicciones de clases, y al mismo tiempo incluso al Estado en cuanto Estado.
La antigua sociedad, que existía y existe, a través de los antagonismos de clase, tenía necesidad del Estado, es decir de una organización de la clase explotadora de cada período histórico para mantener las condiciones externas de producción. En particular, el Estado tenía como tarea mantener por la fuerza a la clase explotada en condiciones de opresión necesarias para el modo de producción existente (esclavitud, servidumbre, trabajo asalariado).
El Estado era el representante oficial de toda la sociedad y su expresión sintetizada en una realidad visible, pero sólo porque era el Estado de la clase que, en cada época, representaba la totalidad real de la sociedad: Estado antiguo de los ciudadanos propietarios de esclavos; Estado medieval de la nobleza feudal; Estado moderno de la burguesía de nuestra época, al menos desde el siglo pasado.
Sin embargo si llegara a representar la realidad de toda la sociedad, se volvería él mismo superfluo. Desde que no era más necesario mantener ninguna clase social oprimida, desde el momento que son eliminadas conjuntamente con la soberanía de clase la lucha por la existencia individual, determinada por el antiguo desorden de la producción, y los conflictos y excesos que eran su resultado, la represión se hace innecesaria, y el Estado deja de ser necesario.
El primer acto por el cual el Estado se manifiesta realmente como representante de la sociedad entera, es decir la apropiación de los medios de producción en nombre de la sociedad, es al tiempo el último acto propio del Estado. La intervención del Estado en la vida de la sociedad se vuelve superflua en todos los campos, uno después de otro, y cae por sí solo en desuso. El gobierno de los hombres es reemplazado por la administración de las cosas y la dirección del proceso de producción. El Estado no es “abolido”, sino que muere. Bajo esta perspectiva es necesario situar la palabra de orden “Estado libre del pueblo”, en un sentido de agitación que, en un tiempo, tuvo derecho a la existencia y en último análisis, es científicamente insuficiente. Es necesario, igualmente, situarse bajo esta perspectiva para examinar las reivindicaciones de los llamados anarquistas, que quieren abolir el Estado de un día para otro.”

Entre el Estado de hoy y la Anarquía de mañana, estaría el semi-Estado. El Estado que muere y “el Estado en cuanto Estado”, es decir, el Estado burgués. Y es en este sentido que se ha tomado la frase, que a primera vista parece contradecir la tesis del Estado socialista. “El primer acto en que el Estado se manifiesta realmente como representante de toda la sociedad, es decir la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es al mismo tiempo el último del Estado”.
Tomada literalmente, y arrancada de su contexto esta frase podría significar la simultaneidad temporal de la socialización económica y de la extinción del Estado.
De esta manera incluso, tomada literalmente, la frase referente al proletariado destructor de sí mismo como proletariado en el acto de apoderarse del poder del Estado, vendría a significar la no necesidad del “Estado proletario”. En realidad Engels, bajo la influencia del “estilo dialéctico”, se expresa muy poco felizmente. Entre el hoy burgués-estatal y el mañana socialista-anárquico, Engels reconoce una cadena de etapas sucesivas, en las que Estado y proletariado coexisten. Para arrojar una luz en esa oscuridad... dialéctica, y la alusión final a los anarquistas “que quieren abolir el Estado de un día para otro”, o sea que no admiten el período de transición con respecto al Estado, cuya intervención –según Engels- se vuelve superflua “en todos los campos, uno después de otro”, o sea gradualmente.
Creo que la posición leninista frente al Estado coincide estrechamente con la asumida por Marx y Engels, cuando se interpreta el espíritu de los escritos de estos últimos, sin dejarse engañar por la ambigüedad de alguna formulación.
Para el pensamiento político marxista-leninista, el Estado es el instrumento político transitorio de la socialización, transitorio por la esencia misma del Estado, que es la de un organismo de dominio de una clase sobre otra. El Estado socialista, al abolir las clases, se suicida. Marx y Engels eran metafísicos, a los cuales ocurría con frecuencia esquematizar los procesos históricos por fidelidad al sistema que habían inventado.
“El proletariado”, que se apodera del Estado, al que encomienda toda la propiedad de los medios de producción, destruyéndose a sí mismo como proletariado y al “Estado en cuanto Estado”, es una fantasía metafísica, una hipótesis política de las abstracciones sociales.
No es el proletariado ruso quien se apoderó del poder del Estado, sino el partido bolchevique, que no destruyó enteramente el proletariado, y que creó, en cambio, un capitalismo de Estado, una nueva clase burguesa, un conjunto de intereses vinculados al Estado bolchevique, que tienden a conservarse en la medida que se conserva aquel Estado.
La extinción del Estado está más lejana que nunca en la URSS, donde el intervencionismo estatal es cada vez más vasto y opresivo, y donde las clases no han desaparecido.
El programa leninista de 1917 comprendía estos puntos: supresión de la policía y del ejército permanente; abolición de la burocracia profesional; elecciones para todas las funciones y cargos públicos; revocabilidad de todos los funcionarios; igualdad de las remuneraciones burocráticas con los salarios obreros; máxima democracia; pluralidad pacífica de los partidos en el interior de los Soviets; derogación de la pena de muerte. Ninguno de estos puntos programáticos se ha cumplido.
En la URSS hay un gobierno que es una oligarquía dictatorial. El Bureau Político del Comité Central (19 miembros) domina al partido comunista ruso, que a su vez domina a la URSS. Todo color político que no pertenezca a los súbditos, es tachado de contrarrevolucionario. La revolución bolchevique generó un gobierno satúrnico, que deporta a Riazanov, fundador del Instituto Marx-Engels, mientras está dirigiendo la edición integral y original de El Capital; que condena a muerte a Zinoviev, presidente de la Internacional Comunista, así como a Kamenev y a muchos otros entre los más altos exponentes del leninismo, que excluye del partido, para enseguida expulsarlo de la URSS a un “jefe” como Trotsky, que en suma castiga sin consideración y se ensaña contra el ochenta por ciento de los principales militantes leninistas.
Lenin escribía en 1920 un elogio de la autocrítica en el seno del Partido Comunista, pero hablaba de los “errores”, reconocidos por el “partido”, y no del derecho del ciudadano a denunciar los errores, o lo que le ha parecido como tales, del partido del gobierno.
Aun siendo Lenin dictador, cualquiera que denunciase oportunamente aquellos mismos errores que el propio Lenin reconocía retrospectivamente, arriesgaba, o soportaba, el ostracismo, la prisión o la muerte. El sovietismo bolchevique era una atroz burla, también de parte de Lenin, que glorificaba el poder demiúrgico del comité central del Partido Comunista ruso en toda la URSS diciendo: “En nuestra república no se decide ningún asunto importante, ya sea de orden público, o relativo a la organización de una institución estatal, sin las instrucciones directivas que emanan del Comité Central del Partido.”
Quien dice “Estado proletario”, dice “capitalismo de Estado”. Quien dice “dictadura del proletariado”, dice “dictadura del partido comunista”.
Leninistas, troskistas, bordiguistas, centristas, sólo están divididos por diferentes concepciones tácticas. Todos los bolcheviques, cualquiera que sea la fracción a que pertenezcan, son partidarios de la dictadura política y el socialismo de Estado. Todos están unidos por la fórmula “dictadura del proletariado”, forma equívoca, correspondiente al “pueblo soberano” del jacobinismo. Cualquiera sea el jacobinismo está condenado siempre a desviar la revolución social. Y cuando ésta se desvía se perfila la sombra de un Bonaparte.
Se necesita ser ciego para no ver que el bonapartismo stalinista, no es más que la sombra del dictatorialismo leninista.

24 de octubre de 1936.
Publicado en el tercer número de Guerra di classe.



Texto extraído del libro Guerra de clases en España, 1936-1937. Editorial Tusquets 1977.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Marxistas y anarquistas

“Repetir una y otra vez lo mismo, pensando que el resultado va a ser diferente, es la definición exacta de locura” (Albert Einstein).

En el principio fue el caos. Confundidos cielo y tierra, todo se mezclaba. Anarquistas, marxistas, incluso republicanos y demócratas radicales se amalgamaban en un movimiento indiferenciado que sólo sabía de sí mismo que acababa de independizarse del liberalismo triunfante radicalizando sus abandonadas promesas. Lo llamamos “la Primera Internacional”.
Después todo se rompió y comenzaron los viajes a ninguna parte.
Los anarquistas movilizaron y organizaron a las masas en algunos países.
Emprendieron un gigantesco proyecto pedagógico con ellas. Desarrollaron mecanismos de control obrero en el seno de sus organizaciones que llevaron el concepto de democracia a cotas no vistas anteriormente. Pero, encarados con la tensión máxima del todo o nada, no fueron nunca capaces de sobrevivir a las exigencias de la realidad. En otros países, vegetaron durante decenios sin pasar de un estadio puramente contemplativo y moralista, ocupación de unos pocos tipos bohemios.
Los marxistas decidieron ser “pragmáticos”. Primero se organizaron en partidos y llegaron a los parlamentos para obtener el poder pacíficamente y transformar el mundo por etapas. Se convirtieron en burócratas patrioteros que jaleaban las guerras imperialistas. Ante semejante espectáculo, su ala radical decidió desarrollar una orientación más salvaje. Cartografiando una auténtica ciencia práctica de la organización, encuadraron a lo más granado, honrado y generoso de numerosos países y tomaron el poder en ellos, para perderlo después, mientras sus orgullosos estados proletarios se transformaban en aparatos burocráticos, dominados por una incipiente clase explotadora dogmática, inútil y enceguecida por su propia verborrea, siempre dispuesta a rendirse al enemigo.
Ninguno (ni anarquistas ni comunistas) venció.
Lo repetimos, por si alguien no lo tiene claro: ninguno venció. Ninguno transformó el mundo.
Los anarquistas nos han dejado un gigantesco monumento a la libertad de individuo y a la autogestión. De hecho, ahora, actuar como si el Este Europeo no hubiese existido es simplemente imposible. Cualquier apuesta revolucionaria consecuente debe incluir claros límites al estatismo y a la burocracia, claras apuestas por el ejercicio directo del poder por parte de la clase en la política y en el lugar de trabajo. Directo y sin mediaciones: la famosa autogestión.
Los marxistas construyeron un gigantesco edificio teórico y organizativo. Creer que se puede actuar en el mundo sin conocer la magnífica obra de interpretación y anatomía del capitalismo, levantada por Marx y sus epígonos, es impensable a día de hoy. Analizar el mundo, organizar la resistencia más allá del espontaneísmo del momento: Organización y Ciencia (¿les suena?).
Así que aquí estamos. E, insistimos: ambos fracasaron.
El absurdo más tenaz es lo único que sostiene las ditirámbicas provocaciones de distintas Iglesias sobre la vida de Melchor Rodríguez, la condición profesional de Noam Chomsky o la supuesta malevolencia de ciertas herramientas de trabajo rusas. El absurdo elevado al cuadrado, cuando se expresa en la inútil violencia de quienes quieren ganar una guerra perdida hace cincuenta años, pegando de tortas a algún despistado. Por cierto, así mismo es como se perdió esa guerra.
El principio del placer, ciertamente, nos invita a jugar con nuestros juguetitos: nuestras banderitas, nuestras bonitas siglas, nuestra bendita bronca folclórica entre anarquistas y marxistas… Así nos sentimos de la CNT o del Partido bolchevique, y nos ilumina la luz radiante de la historia de revoluciones que no hemos hecho. Es más confortante y nos sentimos muy como en casa.
Pero el principio de la realidad nos recuerda que ambas ramas son enormemente inspiradoras y bellas, en su asimetría, en su tenaz apuesta, en su exigencia irrenunciable de un mañana distinto. Son inspiradoras y bellas. Pero nada más. Debemos conocerlas y respetarlas, estudiarlas y transmitirlas, pero sólo si nos damos cuenta de que el camino abierto ante nuestros ojos debemos recorrerlo nosotros mismos, sin Manuales de Uso ni Biblias, sin repetir una y otra vez los mismos senderos que históricamente no han conducido a nada, podremos avanzar algún paso.
No nos toca elegir bando. Sino construir lo nuevo. Si no lo hacemos no estaremos a la altura de los desafíos de nuestro tiempo.


José Luis Carretero, extraído de Klinamen.

Cuando los dioses eran como el hombre. Mesopotamia, 3000 a.C.

La leyenda sobre un Diluvio destructor que hizo sucumbir a la humanidad se repite en la mayoría de las civilizaciones. La encontramos tanto en relatos mayas, como chinos, como en la Biblia, que es deudora de la visión sumeria.
La primera versión sumeria conocida se encuentra en la Epopeya de Gilgamesh, cuyas tablillas fragmentadas se hallaron en lo que se llamó la Biblioteca de Asurbanipal, en Nínive. Sin embargo, posteriormente se descubrió la versión de otro poema que también hacía referencia al Diluvio y que es conocido como El poema del muy sabio Atharasis, aunque el verdadero título babilónico es Cuando los dioses eran como el hombre.
El poema se inicia en un tiempo en que los hombres no poblaban la Tierra. Sólo los dioses la habitaban y, sin embargo, ya estaban divididos en dos clases: los igigi, que trabajaban la tierra y que con su sacrificio y con el producto de su trabajo alimentaban y facilitaban la vida a la aristocracia de los dioses y los annunaki, que no tenían que trabajar para vivir, pues los igigi ofrecían la mayor parte de su producto de trabajo a los difetentes anunnakis, a los que servían. Estos, pues, vivían del trabajo de otros. "Los siete Grandes Anunnaki fueron los que hicieron que los dioses menores sufrieran el trabajo".
Los igigi se hartan del sometimiento a la obligación del trabajo que consideran un castigo, pues "su tarea era considerable, pesada su pena y un sinfín de tormentos". Agotados, se niegan a trabajar, "hartos de sufrirlo gritaron ¡Basta!" e unician un movimiento de huelga quemando las herramientas, "arrojando al fuego sus aperos quemando sus azadas, incendiando sus cuévanos", e incluso "poniéndose en camino en plena noche, para cercar el palacio de su amo (patrono), el soberano dios Enlil, con intención de destronarle".
Entre los annunnaki cunde el miedo y la preocupación, "¿cómo van a subsistir si nadie quiere trabajar para producir los alimentos?, ¿tendrán los señores que trabajar si quieren seguir viviendo?". Enlil trata de reducir a los rebeldes por la fuerza, pero éstos resisten y deciden llegar hasta el final; están dispuestos a todo antes de continuar con el duro trabajo. Enlil se desanima y junto a él los dioses annunnaki, por un momento, se ven derrotados. La sociedad divina está al borde de la descomposición y se vislumbra una nueva sociedad anárquica, sin gobierno ni dominio de unos sobre los otros.
Los dioses annunnaki se reúnen en Consejo para discutir sobre el problema. Ea, consejera de Enlil, que destaca por su astucia y lucidez, por el dominio de las técnicas y por su capacidad de adaptación, propone a los dioses sustituir a los recalcitrantes igigi, creando un sucedáneo capaz de soportar el trabajo impuesto por Enlil y los demás annunnakis. Estos sucedáneos deberán asumir la carga que los rebeldes igigi se niegan a hacer: estos serán los seres humanos.
Ea expone su ingenioso plan. Los humanos se construirán a semejanza de los dioses inferiores igigi, se moldearán de barro (material que se encuentra en abundancia por todo el país), de esa tierra a la que tendrán que volver cuando mueran. Pero para tener y conservar algo de semejanza con los dioses inferiores (igigi), a los que han de sustituir, al moldear el barro, en lugar de agua, se empleará la sangre de uno de esos dioses inferiores y rebeldes, la de We, que, sin duda, se había significado en la rebelión y al que los dioses annunnaki detentadores del poder condenan a morir descuartizado. Ea, encarga a Mami (Nintu) "la experta, la comadrona de los dioses" la ejecución de los humanos, mientras ella supervisará la elaboración de los catorce ejemplares: siete machos y siete hembras, que serán "los padres de la humanidad".
Sin embargo, "no habían pasado doscientos años, cuando la población de los humanos se había multiplicado extraordinariamente y la Tierra mugía como un toro" y este gran clamor -seguramente de rebelión o de fiesta- de los humanos contra el trabajo forzado "molestaba a los dioses y quitaba el sueño a Enlil". Para reducir al silencio a estos humanos tan gritones, Enlil decide castigarlos severamente y el primer castigo es una mortífera epidemia. Pero Ea, consciente de que un exterminio de los humanos también sería fatal para los dioses, hace que Atharasis, su ser protegido y hombre de confianza, aconseje a los demás humanos que dediquen todos sus sacrificios, es decir, que paguen sus tributos, a Namtorm el dios de las epidemias, así los otros dioses, al no recibir nada y temer ser acosados por la necesidad y el hambre, presionarán a Enlil y le obligarán a ceder; cosa que así sucede. Enlil, decide entonces castigar a los humanos chillones con una gran sequía, pero Ea repite la jugada y los humanos, temerosos, aceptan, aparentemente, reintegrarse al orden establecido.
Pero el orden que imponen los dioses no es, de nuevo, seguido por los humanos, reiterativamente protestones y gritones. Enlil, cansado de que continuamente le molesten y le quiten el sueño, decide una solución final: eliminará a todos los humanos de un golpe mediante un gran Diluvio. Aunque Enlil prepara su definitivo castigo en secreto, la astuta Ea, que presiente el peligro de tener que trabajar si no hay humanos que lo hagan, consigue, de nuevo, avisar al humano Atharasis y darle las órdenes para que construya un barco en el que refugie a su familia (familia en el sentido amplio, de tribu o pueblo) y a una pareja de animales de cada especie. Así, una vez que Enlil desencadenó el Diluvio, una parte de la humanidad pudo salvarse del castigo de los dioses, pero únicamente para seguir trabajando para ellos.
Al final del poema, Ea acuerda con el Consejo de los dioses que se tomen medidas para frenar el esceso de nacimientos y la proliferación de humanos, para lo cual establece la mortalidad infantil, la esterilidad, el celibato y el tabú del sexo. Ea le dice a Mami: "Oh, diosa del nacimiento, creadora de los destinos... Que haya entre las gentes mujeres estériles y mujeres fértiles. Que haya entre las gentes un demonio pashittu que arranque al bebé entre los muslos de la madre. Establecidas las sacerdotisas, las relaciones sexuales serán tabú y de ese modo se reducirán los nacimientos".
Eso de asesinar mediante el agua a un gran número de personas como castigo por haberse rebelado contra la autoridad, es un hecho que vemos en otros relatos. Así, por ejemplo, cuando la población de Babilonia (entonces una ciudad de un millón de habitantes) se levantó contra el poder despótico de los asirios y se adueñó de la ciudad durante unos años, el rey asirio Senacherib, en el año 689 a.n.e., lanzó contra ella un enorme ejército y la volvió a tomar en su poder, y para castigar a la población insurrecta mandó romper los diques y compuertas de los canales del río Éufrates que pasaba por el centro y regaba la ciudad: murieron miles de personas y todo se perdió.
Aquí, de forma mítica, tenemos explicada la primera rebelión, es decir, la huelga de aquellos que se veían obligados a trabajar para alimentar y enriquecer a otros, en un tiempo en que aún los dioses eran como el hombre. También se nos dice cómo terminaron estos primeros rebeldes y cómo fueron sustituidos por otras gentes, humanos, para que continuaran produciendo y trabajando en beneficio de los ya dioses, y vemos el castigo que se les aplicó, también a éstos, por ser rebeldes y festivos.


3000 a.n.e. MESOPOTAMIA. Una historia de rebelión y diluvio. Artículo escrito por Abel Rebollo e inclído en el libro Días rebeldes. Crónicas de insumisión. Octaedro 2009.