lunes, 16 de noviembre de 2009

Cuando los dioses eran como el hombre. Mesopotamia, 3000 a.C.

La leyenda sobre un Diluvio destructor que hizo sucumbir a la humanidad se repite en la mayoría de las civilizaciones. La encontramos tanto en relatos mayas, como chinos, como en la Biblia, que es deudora de la visión sumeria.
La primera versión sumeria conocida se encuentra en la Epopeya de Gilgamesh, cuyas tablillas fragmentadas se hallaron en lo que se llamó la Biblioteca de Asurbanipal, en Nínive. Sin embargo, posteriormente se descubrió la versión de otro poema que también hacía referencia al Diluvio y que es conocido como El poema del muy sabio Atharasis, aunque el verdadero título babilónico es Cuando los dioses eran como el hombre.
El poema se inicia en un tiempo en que los hombres no poblaban la Tierra. Sólo los dioses la habitaban y, sin embargo, ya estaban divididos en dos clases: los igigi, que trabajaban la tierra y que con su sacrificio y con el producto de su trabajo alimentaban y facilitaban la vida a la aristocracia de los dioses y los annunaki, que no tenían que trabajar para vivir, pues los igigi ofrecían la mayor parte de su producto de trabajo a los difetentes anunnakis, a los que servían. Estos, pues, vivían del trabajo de otros. "Los siete Grandes Anunnaki fueron los que hicieron que los dioses menores sufrieran el trabajo".
Los igigi se hartan del sometimiento a la obligación del trabajo que consideran un castigo, pues "su tarea era considerable, pesada su pena y un sinfín de tormentos". Agotados, se niegan a trabajar, "hartos de sufrirlo gritaron ¡Basta!" e unician un movimiento de huelga quemando las herramientas, "arrojando al fuego sus aperos quemando sus azadas, incendiando sus cuévanos", e incluso "poniéndose en camino en plena noche, para cercar el palacio de su amo (patrono), el soberano dios Enlil, con intención de destronarle".
Entre los annunnaki cunde el miedo y la preocupación, "¿cómo van a subsistir si nadie quiere trabajar para producir los alimentos?, ¿tendrán los señores que trabajar si quieren seguir viviendo?". Enlil trata de reducir a los rebeldes por la fuerza, pero éstos resisten y deciden llegar hasta el final; están dispuestos a todo antes de continuar con el duro trabajo. Enlil se desanima y junto a él los dioses annunnaki, por un momento, se ven derrotados. La sociedad divina está al borde de la descomposición y se vislumbra una nueva sociedad anárquica, sin gobierno ni dominio de unos sobre los otros.
Los dioses annunnaki se reúnen en Consejo para discutir sobre el problema. Ea, consejera de Enlil, que destaca por su astucia y lucidez, por el dominio de las técnicas y por su capacidad de adaptación, propone a los dioses sustituir a los recalcitrantes igigi, creando un sucedáneo capaz de soportar el trabajo impuesto por Enlil y los demás annunnakis. Estos sucedáneos deberán asumir la carga que los rebeldes igigi se niegan a hacer: estos serán los seres humanos.
Ea expone su ingenioso plan. Los humanos se construirán a semejanza de los dioses inferiores igigi, se moldearán de barro (material que se encuentra en abundancia por todo el país), de esa tierra a la que tendrán que volver cuando mueran. Pero para tener y conservar algo de semejanza con los dioses inferiores (igigi), a los que han de sustituir, al moldear el barro, en lugar de agua, se empleará la sangre de uno de esos dioses inferiores y rebeldes, la de We, que, sin duda, se había significado en la rebelión y al que los dioses annunnaki detentadores del poder condenan a morir descuartizado. Ea, encarga a Mami (Nintu) "la experta, la comadrona de los dioses" la ejecución de los humanos, mientras ella supervisará la elaboración de los catorce ejemplares: siete machos y siete hembras, que serán "los padres de la humanidad".
Sin embargo, "no habían pasado doscientos años, cuando la población de los humanos se había multiplicado extraordinariamente y la Tierra mugía como un toro" y este gran clamor -seguramente de rebelión o de fiesta- de los humanos contra el trabajo forzado "molestaba a los dioses y quitaba el sueño a Enlil". Para reducir al silencio a estos humanos tan gritones, Enlil decide castigarlos severamente y el primer castigo es una mortífera epidemia. Pero Ea, consciente de que un exterminio de los humanos también sería fatal para los dioses, hace que Atharasis, su ser protegido y hombre de confianza, aconseje a los demás humanos que dediquen todos sus sacrificios, es decir, que paguen sus tributos, a Namtorm el dios de las epidemias, así los otros dioses, al no recibir nada y temer ser acosados por la necesidad y el hambre, presionarán a Enlil y le obligarán a ceder; cosa que así sucede. Enlil, decide entonces castigar a los humanos chillones con una gran sequía, pero Ea repite la jugada y los humanos, temerosos, aceptan, aparentemente, reintegrarse al orden establecido.
Pero el orden que imponen los dioses no es, de nuevo, seguido por los humanos, reiterativamente protestones y gritones. Enlil, cansado de que continuamente le molesten y le quiten el sueño, decide una solución final: eliminará a todos los humanos de un golpe mediante un gran Diluvio. Aunque Enlil prepara su definitivo castigo en secreto, la astuta Ea, que presiente el peligro de tener que trabajar si no hay humanos que lo hagan, consigue, de nuevo, avisar al humano Atharasis y darle las órdenes para que construya un barco en el que refugie a su familia (familia en el sentido amplio, de tribu o pueblo) y a una pareja de animales de cada especie. Así, una vez que Enlil desencadenó el Diluvio, una parte de la humanidad pudo salvarse del castigo de los dioses, pero únicamente para seguir trabajando para ellos.
Al final del poema, Ea acuerda con el Consejo de los dioses que se tomen medidas para frenar el esceso de nacimientos y la proliferación de humanos, para lo cual establece la mortalidad infantil, la esterilidad, el celibato y el tabú del sexo. Ea le dice a Mami: "Oh, diosa del nacimiento, creadora de los destinos... Que haya entre las gentes mujeres estériles y mujeres fértiles. Que haya entre las gentes un demonio pashittu que arranque al bebé entre los muslos de la madre. Establecidas las sacerdotisas, las relaciones sexuales serán tabú y de ese modo se reducirán los nacimientos".
Eso de asesinar mediante el agua a un gran número de personas como castigo por haberse rebelado contra la autoridad, es un hecho que vemos en otros relatos. Así, por ejemplo, cuando la población de Babilonia (entonces una ciudad de un millón de habitantes) se levantó contra el poder despótico de los asirios y se adueñó de la ciudad durante unos años, el rey asirio Senacherib, en el año 689 a.n.e., lanzó contra ella un enorme ejército y la volvió a tomar en su poder, y para castigar a la población insurrecta mandó romper los diques y compuertas de los canales del río Éufrates que pasaba por el centro y regaba la ciudad: murieron miles de personas y todo se perdió.
Aquí, de forma mítica, tenemos explicada la primera rebelión, es decir, la huelga de aquellos que se veían obligados a trabajar para alimentar y enriquecer a otros, en un tiempo en que aún los dioses eran como el hombre. También se nos dice cómo terminaron estos primeros rebeldes y cómo fueron sustituidos por otras gentes, humanos, para que continuaran produciendo y trabajando en beneficio de los ya dioses, y vemos el castigo que se les aplicó, también a éstos, por ser rebeldes y festivos.


3000 a.n.e. MESOPOTAMIA. Una historia de rebelión y diluvio. Artículo escrito por Abel Rebollo e inclído en el libro Días rebeldes. Crónicas de insumisión. Octaedro 2009.

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