jueves, 1 de enero de 2009

“NADA SE HA ACABADO, TODO SIGUE.” De Grecia a Logroño.

(Texto salido de unos chavales logroñeses)

El asesinato del adolescente Alexandros Grigoropoulos por el disparo del agente especial Ep. Korkoneas el 6 de diciembre en el barrio ateniense de Exarhia, precipitó un llanto de fuego y cristales rotos que se extendió desde el barrio hasta el centro económico de Atenas y de otras ciudades griegas. Lo que empezó con el grito de “¡Venganza!”, desembocó en una revuelta que volvió a poner en escena “el fantasma de la libertad”, ese que “siempre llega con un cuchillo entre los dientes”. De la destrucción del territorio (escaparates, mobiliario urbano, árboles de navidad y otras mercancías…) y al calor de las llamas, han surgido los primeros proyectos positivos: escuelas, facultades e instituciones públicas ocupadas para organizar la toma de la calle y de los espacios públicos, la sede de un sindicato de la GSEE tomada por un grupo de asalariados para dar ejemplo de autoorganización a los trabajadores, las ocupaciones temporales de radio y televisión para difundir los comunicados de las asambleas que participan en la calle…


¿Por qué unos chavales del tranquilo y apacible Logroño se identifican con la rabia de la revuelta griega?

1. Porque nos posicionamos contra el mundo de la producción mercantil. Queremos parar la necesidad incesante que tiene la rueda de la economía de girar. Los tres centros comerciales que rodean Logroño (Las Cañas, Parque Rioja y Berceo) y la zona comercial de la Gran Vía y el Paseo de las Cien Tiendas, están siempre repletos de mercancías, la mayoría innecesarias. ¿De dónde vienen y a dónde van cuando las desechamos? La respuesta a esta pregunta se pierde en el constante y agresivo bombardeo publicitario. Para que la economía no se derrumbe, son necesarias cosas consumidas, quemadas, descartadas, reemplazadas a un ritmo siempre acelerado. Ahí están el Estado y los economistas del capital investigando cómo incentivar el trabajo y posibilitar un creciente consumo.
Los chavales de las ciudades griegas con su furia destructora han conseguido paralizar la terapia consumista y el tránsito de mercancías en varios centros económicos.


2. Porque queremos dejar de agradecer los contratos de trabajo caídos del cielo por la iniciativa empresarial. Queremos dejar de ser espacios vacíos contractuales al servicio de un mercado que se ha escapado del poder de los hombres y de las mujeres. El trabajo asalariado es un chantaje, más intenso cuando las cifras de paro aumentan irremediablemente. Los chavales que andamos en trabajos temporales vemos cómo se va complicando el acceso al mercado laboral, cómo va convirtiéndose en sinónimo de trabajador “privilegiado” el ocupar un puesto laboral “decente”. A esto hay que añadir, que multitud de trabajos carecen de utilidad social, son sólo apéndices necesarios para una economía descontrolada, en los que nos colocamos por la necesidad de recibir un salario.
Las chavalas de las ciudades griegas, mediante la violencia destructora, han negado las dinámicas sociales que las convierten en mercancías comprables y vendibles.


3. Porque aunque todo ha comenzado y madurado en la violencia, nada se ha quedado ahí. Ocupaciones de escuelas y facultades, ayuntamientos liberados, la ocupación de una sede del sindicato GSEE, tomas esporádicas de radios y canales de televisión para difundir los comunicados salidos de las asambleas… Es el germen del proyecto de autoorganización, que ha de constituir la alternativa a unas relaciones mercantiles enajenadas.
Los jóvenes griegos conscientes de que la ira destructora no es suficiente para plantar batalla al mundo del capital, han impulsado procesos autogestionarios.


4. Porque queremos dejar de rebozarnos en la culpa por ser partícipes activos o pasivos del engranaje depredador de producción, distribución y consumo de mercancías. Tropezamos con demasiadas contradicciones en nuestras vidas: colaboramos en procesos productivos inútiles; conducimos automóviles por carreteras que han devorado ciudades y valles emitiendo gases tóxicos; consumimos móviles, ordenadores o televisores que contienen un condensador de tantalio congoleño en su electrónica sin olvidar la masacre de los chavales que extraen el coltán de los yacimientos; consumimos drogas o psicofármacos para evadirnos de una realidad confusa y agobiante; proyectamos nuestras vidas para adaptarnos de forma cómoda a la sociedad, olvidando la depredación que esconde la normalidad de las relaciones mercantiles...
Los jóvenes griegos nos han enseñado otra vez a soñar, a huir de nuestro hastío y de nuestra amargura, a recobrar el empuje que perdimos con nuestra adolescencia.


5. Porque por muy vacía, consumida y degradada que se nos presente la realidad, seguimos pensando que todo es posible. Si existe un futuro este pasa por la reconstrucción de la sociedad sobre otras bases. Y es a esta reconstrucción a la que queremos dirigir nuestro intelecto y nuestro esfuerzo: supresión del Estado y su disgregación en un sinfín de comunidades pequeñas federadas; desmantelamiento razonado de los medios de producción considerados prescindibles y autogestión de toda actividad social; regulación de la vida social por asambleas organizadoras de las tareas; destrucción de las tecnologías agresivas que imponen una organización social gigantesca y complicada y desarrollan jerarquías, control, organismos represivos, etc.; abolición del trabajo asalariado y conversión en juego, redefinición radical de las necesidades, distribución del trabajo transitivo entre todos los posibilitados para la actividad; abolición del dinero y su sustitución por un intercambio solidario; recuperación de formas de vida naturistas.
En esta perspectiva nos incluimos, es nuestro deseo y una necesidad.

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