Vídeo de los sucesos en Urbina montado por Eguzki Bideoak.
Crónica de la manifestación de Urbina
La marcha a las obras comenzó con media hora de retraso sobre lo previsto debido a los controles que había instalado la Guardia Civil en los accesos al pueblo. Así pues, partiendo a las doce y media, caminamos durante algo más de media hora por el recorrido del bidegorri hasta llegar a un terreno particular en el que se celebró el acto público en que se exigió por enésima vez la paralización de las obras del TAV. No dejaba de llegar gente en todo momento, por lo que algunos calculamos que la afluencia de manifestantes podría cifrarse entre 3 y 5.000. Una vez concluida la lectura del comunicado, cientos de personas tratamos de entrar en las obras del TAV, que quedaban a nuestra derecha, al otro lado de un campo abierto. La policía autonómica española no esperaba nada parecido. Sus efectivos estaban concentrados en algunos puntos del recorrido de la manifestación que pasaban junto a las obras, o en el túnel que las cruza por debajo, pero en todo caso no en el lugar por el que tratamos de entrar. Así que decenas de personas, o incluso quizá un centenar, pudieron subir al terraplén de lo que en el futuro quizá llegue a ser la vía del TAV. La primera carga no tardó, primero con salvas de los peloteros y luego con porrazos, incluyendo un amago de atropello con un todoterreno blanco lleno de beltzas que salieron a aporrear con furia a los manifestantes que se habían sentado en el suelo para resistir mejor la carga. Nos retiramos enseguida del terraplén pero volvimos a subir unos metros más adelante, no muy lejos de un viaducto de hormigón. Entre tanto, un beltza empezó a arrojar las primeras piedras del día: por la espalda, a algunos de los manifestantes que huían de la carga policial. El segundo intento de hacer una sentada en la línea del TAV duró menos que el anterior. Esta vez los ertzainas dispararon pelotazos desde el primer instante y cubrieron a intervalos de varias decenas de metros el terraplénen casi toda su longitud. Sin embargo, no consiguieron impedir que un grupo reducido se encaramase al viaducto y plantase una bandera anti-TAV. A partir de ahí, los disparos de pelotas contra los cientos de manifestantes que habían invadido el terreno afectado por el TAV fueron constantes, por lo que no les quedó más remedio que resistir al pie del terraplén. Algunos respondieron con piedras a la brutalidad policial, pero era imposible alcanzarles debido al desnivel del terreno. No había enfrentamiento posible: la policía había ganado la posición y utilizaba su armamento con profusión. Dos de los activistas que habían aguantado arriba fueron detenidos, después de llevarse una paliza bastante severa. Abajo tratábamos de buscar un punto por el que llegar a la vía, pero no fue posible. Por lo tanto, después de casi una hora de esquivar pelotazos, mientras iban retirándose hacia Urbina cientos de manifestantes, ya cansados, y al ver que llegaban más refuerzos policiales, decidimos marcharnos. En ese momento la policía intensificó aún más los disparos para despejar el terreno e iniciar así una carga que no se limitó a expulsar a los últimos ocupantes, sino que siguió hasta Urbina, obligando a miles de personas a correr atropelladamente. Acababa de empezar una de las mayores salvajadas de la policía vascongada, pero tardaríamos en descubrir el alcance del horror. Comenzó con pelotazos a bocajarro con los rezagados de la manifestación, a los que obligaban acorrer a golpes. Pero lo peor llegó en el cuello de botella que es el túnel que pasa bajo la vía del TAV. En ese estrechamiento, la policía autonómica española hizo un pasillo y detuvo a varias personas, para lo que tuvo que repartir porrazos a diestro y siniestro, dado que se agolpaban cientos de manifestantes en un espacio muy pequeño. En semejante lugar, los pelotazos de las bocachas sonaban de forma aterradora. Formaron un corredor estrechísimo por el que tuvimos que pasar con la cabeza agachada mientras nos tapábamos como podíamos de los porrazos y las pelotas. Todo ello acompañado, desde el primer momento, de provocaciones chulescas e insultos. Una vez llegados a Urbina, pudimos comprobar que la cantidad de personas heridas era muy elevada. Había hematomas circulares típicos de pelotazos a muy poca distancia (dos, tres metros), porrazos en cabezas y rostros, oímos testimonios de apaleamientos en el suelo, muchísimo miedo… Mientras comentábamos lo que había sucedido, y algunas ambulancias atendían a los heridos, la policía tomaba los accesos a Urbina y los aparcamiento de la gasolinera del pueblo y del concejo vecino de Goiain, donde estaba la mayoría de coches y autobuses. Allí hubo más detenciones, y al parecer obligaron a decenas de personas a ponerse contra la pared para identificarlas. En cuanto a los que permanecimos en la plaza del pueblo, los beltzas nos rodearon y la mayoría nos resguardamos en la bolera, que es el espacio social de referencia en Urbina. Desde allí pudimos ver cómo detenían a Imanol, en este caso por resistir pacíficamente a la ocupación policial. A continuación, el mando del operativo llamó a una ventana opuesta a la puerta (que habíamos cerrado previamente) y habló con las dos o tres personas que estábamos más cerca. Nos exigió que permitiéramos pasar a la tropa uniformada, a lo que nos negamos. Cuando les dije que no podían entrar sin orden judicial, un beltza me contestó: “Tenemos lascapuchas. Con eso nos basta”. Todo esto, evidentemente, produjo una sensación de angustia formidable en el centenar que estaba allí encerrado. Entonces, el mando aprovechó nuestra indecisión y entró en la bolera por la ventana, y desde allí abrió la puerta a sus compañeros. Una vez dentro, sacaron a dedo a cuatro o cinco personas (“Tú, sal fuera. Y tú también. Y tú”,etc.). Como les reproché que no tenían derecho a hacer eso, a mí también me obligaron a salir. El mando no pudo contener su humor barriobajero y me llamó hijo de puta con un chiste sin gracia (“Preguntadle a ése a ver si sabe cómo se llama su padre”). A los cinco que estábamos fuera nos hicieron vaciar los bolsillos, pero estaba claro que aquello no era una búsqueda rigurosa de alguien en concreto ni nada parecido. Ni siquiera nos registraron. Las cosas se tensaron un poco cuando le dieron varios tortazos a un muchacho de un pueblo vizcaino, y otro paisano suyo y yo les recriminamos su conducta. Uno de los dos beltzas que nos custodiaban se nos plantó delante y nos amenazó: “No estamos en comisaría, así que podemos tirarle de las orejas a quien queramos. Si me apetece, os arranco la cabeza aquí mismo. A los dos”. Nos preguntaron si habíamos pasado alguna vez antes por comisaría, y yo fui el único en contestar que sí, que había cumplido condena por insumisión. Más tarde, cuando estaban devolviendo los carnets de identidad, oí que el mando dabala orden de dejar marchar a los cinco o seis que estábamos fuera “menos al que había estado detenido antes”, o sea, yo. Cuando ya me había quedado solo, me rodearon los cuatro beltzas y el mandó me preguntó: “Aparte de hacer el tonto, ¿alguna de las denuncias que tienes es por delincuencia común?”. Contesté que no. “¿Y por chulo?”. “No, por chulo no”.“¿Seguro?” “Seguro”. Entonces me arreó un tortazos con la derecha y me aleccionó: “La próxima que la policía te ordene algo, obedeces”. Se refería a la puerta de la bolera que yo me había negado a abrir, claro. “Y ahora márchate al monte, que lo tienes para ti solito”. Al bajar del pueblo pude ver cómo detenían a Aitor a las afueras, lejos de donde estaba casi todo el mundo. Nunca había visto tanta bestialidad. He intentado contarlo todo deprisa pero sin entrar en detalles morbosos, dejando a un lado casi todo lo queme contaron otros (los detenidos en las ambulancias, las palizas a gente caída, los insultos de macarra de barrio). Por lo que he visto, las intimidaciones y golpes que sufrí yo o los que estuvieron cerca de mí no fueron excepcionales. Me gustaría que la denuncia antirrepresiva no nos impida centrar nuestra crítica en lo fundamental, el TAV. Creo que lo del sábado se les fue un poco de las manos, pero que no es sorprendente, porque al Estado no le quedan argumentos para defender la infraestructura, pero nunca le faltará la fuerza.
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