El imperio de los empresarios
Abiertamente alzamos la palabra
desde la tierra dura y las raíces.
De cada golpe duro recibido
os damos testimonio abiertamente.
Los sucesos que vamos a contar acerca de la lucha que tuvo lugar en la ciudad de Granada en el año 1970, durante la negociación de un nuevo convenio del ramo de la construcción, vinieron provocados por un antiguo malestar entre el pueblo trabajador granadino. Aquel trágico episodio de la lucha de clases, tuvo lugar en una ciudad que no había conocido una movilización de semejantes dimensiones en los treinta años anteriores. Las razones de esta parálisis son varias y en gran medida pueden remontarse a la gran derrota de 1936. Granada sufrió una brutal represión desde los comienzos de la guerra como consecuencia de la sublevación militar que se hizo con el control de la capital. La patronal, con el apoyo decidido de militares, guardias civiles y pistoleros falangistas, hizo pagar cara la fuerte conflictividad social que había caracterizado a la ciudad y a la provincia durante la primera mitad de la década de los treinta. Objetivo fundamental de esta represión fue el aniquilamiento total de todo el entramado organizativo de los trabajadores que tanto esfuerzo había costado levantar durante los años anteriores. Derrotados, sometidos al terror impuesto por los vencedores y devorados por el luto de sus familiares y compañeros asesinados, en las décadas posteriores a la guerra la clase obrera granadina apenas tuvo fuerzas o capacidad de respuesta. Vivió así una larga noche de miseria, explotación extrema y humillación. De hecho, en 1947, si bien el coste de la vida se había multiplicado, los empresarios granadinos todavía seguían pagando los mismos jornales de antes de la guerra.
En todo caso, los síntomas de una sorda rebelión se manifestaron entonces en el instinto de fuga de miles de personas, que se animaban a emigrar, a volver a empezar lejos de tanta miseria inducida. Indudablemente, contribuyó también el pertinaz estancamiento de su medio agrario. De este modo, entre 1950 y 1970 Granada perdió casi 300.000 personas, la mitad de su población. Cada año unos 15.000 granadinos y granadinas hacían las maletas y se marchaban, fundamentalmente con destino a Cataluña, pero también a otras regiones y a los países europeos más ricos. También fue mucha la gente de los pueblos que se instaló en la ciudad de Granada. Los que se quedaron debieron soportar las durísimas condiciones de trabajo de una economía subdesarrollada, instalada a su vez en un Estado subdesarrollado en la periferia de Europa occidental. De este modo, lejos de resolver los graves problemas estructurales de la provincia, el desarrollo económico del capitalismo español en la década de 1960 hizo de Granada la periferia de la periferia. Marginada por todos los planes de desarrollo del Franquismo, la Granada de 1970 era una ciudad agrícola sin desarrollo ni industrialización, compuesta por funcionarios y administrativos, por una población que vivía del comercio, los transportes, pequeños talleres de diversa índole y un sector de la construcción que había ido desarrollándose paulatinamente a lo largo de la década anterior. A parte de eso Granada era, como tantas otras zonas del Estado, un mercado de consumo de lo que se elaboraba en otras regiones.
En una ciudad así, los obreros de la construcción constituían el sector mayoritario de la población trabajadora. Se trataba fundamentalmente de gentes recién llegadas del campo. Personas que habían sufrido una gran transformación de sus condiciones de vida. Desarraigados de la vida rural, experimentaron el tránsito hacia una forma de vida más mercantilizada, más dependiente del salario. Pero los salarios de los albañiles apenas daban margen, y mucho menos permitían buscar consuelo en los incipientes hábitos del consumo de masas que se habían ido extendiendo en otras zonas del Estado. Amparados por la abundante mano de obra y la legislación favorable, los empresarios del sector exprimían al máximo a la clase obrera local, repartiendo unos salarios de hambre. De hecho, las lamentables condiciones de trabajo en el sector de la construcción de Granada pueden resumirse así: los obreros peones cobraban unas 1.200 pesetas semanales, en las que estaban incluidas las pagas, los permisos y el plus familiar. Las jornadas eran de 10 horas y se trabajaba seis días a la semana, y además estaban generalizados el sistema de destajos2 y las horas extra, lo que provocaba un alto nivel de paro. Los contratos eran generalmente de 4 ó 6 meses, previo periodo de prueba de 15 días. Así era habitual que los obreros pasasen de una empresa a otra de forma recurrente, además de que fuesen frecuentes los periodos de inactividad. Cada cierto tiempo los trabajadores eran despedidos o trasladados de empresa, se evitaba de este modo que llegasen a formar parte de la plantilla, manteniendo un permanente estatuto de eventuales. El fraude a la Seguridad Social era práctica frecuente por parte de la patronal, además de que muchas de las empresas que hacían contrato no diesen de alta a los trabajadores.
En la hoja de salario casi nunca se reflejaba el salario real, e incluso algunas empresas obligaban a los obreros a firmar un recibo en el que constaba que debían dinero a la empresa. Gracias a estos procedimientos las empresas resultaban invulnerables frente a las reclamaciones ante Magistratura.3 Los índices de siniestralidad laboral eran altísimos, debido en gran medida a la presión bajo la que se trabajaba. Por otra parte, para mantener la paz en los tajos, eran frecuentes los malos tratos y las vejaciones cotidianas por parte de los encargados:
A las 8 comenzábamos a trabajar. Como peón de encofrado desarrollaba mi trabajo a la intemperie. Recuerdo que en el invierno de 1969 trabajábamos en el barrio de la Plaza de Toros. Comenzó a nevar. El empresario se situó en medio de la planta superior del bloque, aún sin cubrir, donde trabajábamos encofradores y ferrallistas, embutido en su abrigo, sus guantes de piel, su bufanda, su sombrero y su paraguas. Nos miraba retándonos, a ver quien era el valiente de protegerse de la nieve o de la lluvia en la planta inferior o en exigir un impermeable a la empresa, ambas posibilidades estaban recogidas en el convenio de la construcción. Ninguno nos atrevimos a hacerlo.4
Los despidos o la no renovación de contrato a quienes protestaban, unidos al miedo impuesto por el Estado franquista, hacían el resto.
Prepararse para luchar
Es esta nuestra voz y nuestra lucha,
nuestra sangre vertida, inevitable
como el sudor amargo de las horas
trabajadas sin fin y sin principio.
En estas condiciones organizarse resultaba una tarea complicada. La estructura empresarial era minifundista y la ciudad apenas contaba con empresas que tuvieran más de cinco empleados. A finales de los años sesenta, las organizaciones militantes que tenían presencia efectiva en Granada eran el Partido Comunista de España junto a Comisiones Obreras y un equipo muy activo de la Hermandad Obrera de Acción Católica. Sus respectivos estilos de militancia eran muy distintos. Los comunistas se habían ido consolidando desde comienzos de los años sesenta en algunas zonas de la capital y de los pueblos cercanos.5 Las CCOO habían aparecido en Granada en 1965, pero a diferencia de otras zonas del Estado éstas no surgieron a partir de procesos asamblearios amplios, sino de la decisión política del PCE de constituirlas como movimiento socio-político que actuara según las consignas del Partido.6 Aprovechando un contexto de aparente liberalización de la Dictadura y con el fin de poder desarrollar prácticas reformistas, los comunistas consiguieron introducirse en el Sindicato Vertical. En las elecciones sindicales de 1966 llegaron así a copar la sección de albañilería del Sindicato de la Construcción. Por su parte los militantes de la HOAC realizaban un intenso trabajo de base en el desaparecido barrio de La Virgencica. Este barrio estaba formado por un conjunto de albergues adosados prefabricados, de un tamaño minúsculo. Fue construido en la zona norte de la ciudad con el fin de acoger a la población de los antiguos barrios populares, como el Albaicín y las cuevas del Sacromonte afectados por las inundaciones del otoño-invierno de 1962-1963. La Virgencica era un barrio de población fundamentalmente obrera, donde la mayoría de los varones trabajaba en la construcción y las mujeres en el servicio doméstico. Algunos de sus habitantes eran militantes comunistas o cristianos y convivían con muchas personas que, sin militar en ninguna organización, tenían un elevado sentido de su dignidad. A pesar del supuesto carácter provisional de los alojamientos, la estancia en esta barriada improvisada se fue prologando en medio de unas condiciones de vida paupérrimas: las viviendas resultaban espantosamente calurosas en verano y muy frías en invierno, debido a su estructura de placas de cemento de sólo diez centímetros de grosor. A esto se añadían graves carencias en la gran mayoría de los servicios básicos, como asfaltado, iluminación, transporte, escuelas, recogida de basuras, etc. Estas circunstancias propiciaron que en 1967 y por iniciativa de un grupo de militantes de la HOAC procedentes de Bilbao e instalados en el barrio, se consiguiera legalizar una Asociación de Vecinos, una de las primeras de todo el Estado.7 El local de la asociación era la parroquia, desde la cual se planificaban multitud de acciones en asambleas semanales con el fin de conseguir mejoras para el barrio y en las cuales las mujeres tenían un papel destacado. A diferencia de la gente del PCE, los militantes de la HOAC estaban más interesados en impulsar procesos de autoorganización. A través de la asociación priorizaban la formación y la toma de conciencia de las personas con el fin de que lucharan por sus derechos, no sólo en el barrio sino también en sus lugares de trabajo, animándolas y proporcionándoles herramientas para que pudieran desarrollar formas de organización, siempre según el principio de que debían ser ellas mismas las protagonistas de su liberación. En la asociación se iban dando ideas de la injusticia que existe, el porqué existe, los mecanismos que existen. Y como el mundo obrero no puede salir de esa situación como no sea uniéndose, formándose y preparándose para luchar contra esta situación y tratar de que las cosas cambien.8
En los años finales de la década de los sesenta fueron estableciéndose contactos entre los militantes varones de ambas organizaciones y personas independientes, todos ellos trabajadores de la construcción, que confluían en las obras procedentes de casi todos los barrios de la ciudad, además de los pueblos cercanos. En los tajos, la hora del bocadillo resultaba fundamental para el conocimiento mutuo y para generar las primeras inquietudes políticas. Entre quejas y chistes, se leían periódicos en voz alta y se charlaba recordando todo lo que se había luchado en el pasado y todo lo que quedaba por hacer: Los centros de trabajo eran verdaderas escuelas, donde los jóvenes aprendíamos el sentido de la vida y las razones para luchar por una vida distinta. En las horas del bocadillo, a las diez de la mañana, y de la comida del mediodía, todos los trabajadores se reunían alrededor de un fuego, si era invierno, o alrededor de un botijo de agua, si era verano. En esas mini asambleas se podía hablar de todo, y casi en total libertad, siendo así como muchos de los que ahora tenemos más de cincuenta años forjamos nuestro espíritu de rebeldía.9 Este clima de crecimiento colectivo y de expansión de la conciencia de eplotación, ayudó a que los militantes pudieran impulsar de forma muy participativa la elaboración de un anteproyecto del convenio provincial de la construcción. En la medida en que las autoridades franquistas consideraban Granada como una provincia «tranquila», los albañiles contaron con un margen de maniobra bastante amplio, utilizando muchos de los instrumentos legales que la fachada aperturista del
régimen ponía a disposición de los representantes obreros de aquellos años. Esto se expresó fundamentalmente en dos aspectos: la elaboración de una encuesta entre los trabajadores con el fin de que ellos mismos pudiesen definir sus demandas concretas y de desarrollar asambleas con carácter informativo en el local del Sindicato. De este modo, algunos miembros de la parte social,10 antes de comenzar las negociaciones del convenio, imprimieron un cuestionario-encuesta con preguntas relativas a los salarios, la duración de la jornada laboral, las horas extra, los destajos, los despidos, las nóminas, las plantillas, etc. Se imprimieron unos 400 ejemplares, que fueron repartidos a través del propio Sindicato entre trabajadores de distintas empresas y que sirvieron de base para la discusión de las mejoras laborales. Pasado un tiempo, muchos de los que habían recibido la encuesta comenzaron a reunirse en los locales de la asociación de vecinos de La Virgencica y en otros puntos de la ciudad con el propósito de elaborar el anteproyecto del convenio. Por estas asambleas pasaron entre 100 y 200 personas. Las demandas fundamentales, recogidas en el anteproyecto, fueron: la reducción de las diferencias salariales entre las diversas categorías, un salario para el peón de 240 pesetas por 8 horas a rendimiento normal, la eliminación de las horas extraordinarias y los destajos que embrutecían al trabajador y aumentaban el paro, así como reducir al mínimo posible la eventualidad y los despidos. Los trabajos de comunicación entre los albañiles granadinos acerca de la marcha del convenio, realizados tanto por parte de los militantes de las organizaciones como por personas independientes que fueron sumándose al proceso, prepararon el terreno para que la asistencia a las asambleas informativas se convirtieran en un acontecimiento masivo.11 Se pretendía, y se insistió en ello desde el principio, que lo acordado con la patronal no tuviera validez hasta que la asamblea lo diera por bueno. Por otra parte, el objetivo de los militantes que planificaron la elaboración del convenio de 1970 no era conseguir un acuerdo definitivo, sino más bien instalar una dinámica en la cual se pudiera negociar un nuevo convenio cada año, de tal forma que sirviera de base para aumentar el grado de conciencia y organización de la clase obrera en Granada. En la medida en que pudieron desarrollarse reuniones y asambleas masivas con relativa normalidad, las expectativas y la presión para sacar adelante el convenio fueron tomando cuerpo. Efectivamente las reuniones de los trabajadores, la posibilidad de contrastar opiniones y tomar conciencia de la fuerza de su número y gozar juntos del sentimiento, hasta entonces desconocido, de estar todos unidos en una lucha concreta con el propósito de acabar con tanta injusticia, constituían la mejor arma para afrontar el conflicto.
Cómo se llegó a la huelga
Nos escuece la piel, esta segunda
piel de hombre nocturno, que no surge
desde la luz, sino desde la muerte,
bajo la lluvia, el sol y el latigazo.
Las negociaciones para la firma del nuevo convenio se iniciaron el 17 de junio de 1970. Frente a la actitud intransigente de los empresarios, que aparte de no ceder pretendieron negociar de espaldas a los trabajadores, se convocó la primera asamblea informativa en el salón de actos del Sindicato el día 30 de ese mismo mes. Asistieron 700 albañiles. La parte social volvió a solicitar permiso para convocar otra nueva asamblea el 7 de julio, coincidiendo con la tercera sesión de la comisión deliberadora, a la que asistieron más de mil trabajadores. Salvo los más mayores, nadie más recordaba algo semejante en Granada y, a pesar de la buena voluntad, la falta de experiencia provocaba que predominara cierto caos comunicativo. Por otra parte el peligro ya se dejaba intuir. Perfectamente informada de la marcha de los acontecimientos, la policía secreta se apostó desde el primer momento en las escaleras del edificio del Sindicato con el fin de amedrentar a los trabajadores. Al término de esta gran asamblea informativa se acordó celebrar una tercera al día siguiente. Esta asamblea no pudo celebrarse y se aplazó para el día 16 y posteriormente para el día 20, coincidiendo esta vez con la cuarta sesión de la comisión deliberadora del convenio. La actitud de la patronal era tan cerrada que muchos sospechaban que la ruptura no tardaría en producirse. Y así fue. El clima de tensión que dominó la cuarta sesión de la comisión deliberadora provocó la ruptura de las negociaciones. El punto de desacuerdo fue principalmente la cuestión del salario. Los trabajadores habían rebajado su petición inicial de 300 pesetas diarias, y ahora pedían 240 de sueldo íntegro para los peones de albañil, mientras que los empresarios no estaban dispuestos a ofrecer más que 170 pesetas divididas en tres partes: el salario, un plus de asistencia al trabajo y un plus de constancia. Los empresarios rechazaron también la petición de que, con el propósito de mitigar la eventualidad en el empleo, se adquiriera la categoría de obrero fijo a los cuatro meses de trabajo, antes eran precisos seis. Igualmente se rechazó la petición de los trabajadores de convertir todas las fiestas del calendario laboral en absolutas, abonables y sin recuperación y se dejó sin resolver la cuestión de la percepción de indemnizaciones en caso de accidentes y enfermedades profesionales. Pese a que los representantes obreros hicieron reiteradas concesiones, la obstinada negativa de la patronal hizo imposible seguir con las deliberaciones.
Las posibilidades legales de obtener sus demandas se estaban agotando en esta situación. Según la legislación laboral vigente, si no se había producido el acuerdo entre las partes, aún quedaba la posibilidad de nuevas negociaciones, cambiando el presidente. Si éstas fracasaban quedaba el recurso a la Norma de Obligado Cumplimiento. En cualquier caso estas posibilidades estaban totalmente fuera del alcance de la acción legal de los representantes de los obreros y dependían exclusivamente de las autoridades franquistas.
La ruptura de la negociación del convenio fue comunicada en la asamblea masiva que se celebró la tarde del mismo día 20 de julio. Ante un auditorio de miles de personas, abarrotado el salón de actos del Sindicato y muchos esperando en la calle, se fueron leyendo las propuestas y contraofertas de ambas partes negociadoras y la nota definitiva de ruptura. El ambiente estaba tan cargado de frustración e impaciencia, que durante la lectura del acta se abucheó continuamente al presidente de la parte social con gritos de «¡al grano, al grano!». El mensaje de la patronal estaba claro y a la desesperación de los trabajadores se unió una profunda indignación. Aquel salón de actos ardía de calor y de rabia. Una vez leídos los puntos de desacuerdo, se cedió el micrófono a todo aquel que tuviera algo que decir y comenzaron a llover las propuestas para ejercer presión sobre los patronos. Todos compartían la sensación de que se habían agotado las posibilidades de negociación y de que habría que recurrir a otros medios con el fin de obligar a ceder a los patronos. Los militantes de las diversas organizaciones apostaban por la moderación: se propuso que el Sindicato diera dos días de huelga pagada, propuesta que el presidente de la parte social dijo que no podía respaldar, por lo que nuevamente fue abucheado. Otra propuesta fue la de no desalojar el edificio de Sindicatos hasta que se diera una respuesta positiva a las reivindicaciones, pero el intenso calor que hacía en el recinto motivó que esta invitación no fuera bien acogida. Frente a todas estas propuestas, la asamblea se inclinaba con decisión hacia la huelga indefinida como método de presión. Muchos militantes seguían sin verlo claro y los que intervinieron hicieron grandes esfuerzos por evitar esta salida. Se dudaba fundamentalmente de la preparación de la clase obrera granadina para una huelga, ya que en intentos de movilización anteriores se había mostrado bastante indiferente.
Tampoco se había creado una caja de resistencia ni existía una logística capaz de solucionar las consecuencias derivadas de la prolongación del conflicto. Los reacios a la huelga, en su mayoría personas con más experiencia política, apostaban en cambio por trabajar a un ritmo lento, lo que también resultaba muy perjudicial para la patronal y no era tan arriesgado para los trabajadores. Pero estos militantes no pudieron, no quisieron o no se atrevieron a desobedecer el sentir general de una asamblea en la que toda intervención partidaria de la huelga era recibida con ovaciones. Finalmente se dio un tiempo para pensar y llegó el momento de la votación a mano alzada. Una abrumadora mayoría decidió: «Huelga; mañana todos aquí a las 8 para pasar juntos por los tajos y recoger a los que faltan, a los que no están presentes aquí».
La asamblea terminó a las diez y media de la noche. Había durado tres horas. En esos momentos se había convertido en el máximo órgano dirigente, con un desarrollo rápido, ordenado y claro en comparación con todas las asambleas anteriores. Después de la experiencia vivida desde junio, la asamblea había madurado como forma de organización, en un proceso que siendo participativo desde la base, había permitido una gran identificación colectiva con la discusión del convenio. El hecho de que la ruptura de las negociaciones se asumiera como una decisión de todos era prueba de ello. Sin duda éste era el convenio de la mayoría de los trabajadores de la construcción de Granada, lo sentían como propio y estaban dispuestos a sacarlo adelante mediante la huelga, asumiendo todas las consecuencias que se derivaran de tal decisión. Así fue como al término de la asamblea, la noticia de la convocatoria del paro para el día siguiente voló de boca en boca por los barrios y pueblos cercanos. Esa noche se durmió poco.
Comienza la huelga
No fueron tres tan solo. Nos quedamos
todos sobre la tierra sorprendida,
descubriendo de pronto, una vez más,
las ocultas razones de las cosas.
Desde antes de las 8 de la mañana del día siguiente, lunes 21 de julio, los trabajadores se fueron concentrando en el bulevar, frente al edifico de Sindicatos, hasta contar más de 6.000 personas:
Desde los distintos puntos extremos de Granada, grupos de albañiles acudieron a la cita de las ocho de la mañana recogiendo por el camino a los compañeros de las obras que no se habían enterado por no haber asistido al acto el día anterior. No hubo necesidad de amenazas, al menos este testigo no las presenció. Algunos autobuses de obras lejanas a la capital partieron con obreros que, dado lo precipitado de la decisión, y por la falta absoluta de organización previa, no llegaron a decidirse a acudir a los Sindicatos.12
El paro era casi absoluto en Granada y en los pueblos de los alrededores, donde se calcula que lo habían secundado más de 12.000 trabajadores. Dadas las facilidades que habían recibido por parte de las autoridades en la fase previa del proceso, muchos acudieron convencidos de que aquella concentración era legal. Con su presencia pacífica los albañiles presionaban para hacer visible la necesidad de proseguir las negociaciones del convenio y de que fueran atendidas convenientemente sus peticiones. Casi todos planeaban pasar allí juntos la jornada, y por ese motivo el lugar estaba lleno de motos y de bicicletas aparcadas con cestas de comida, justo delante de un nutrido grupo de la policía armada que custodiaba el edificio:
Había un cierto aire de inocencia en todos los allí presentes. Era la primera vez que casi el cien por cien de los asistentes participábamos en un acto así, imaginado solamente por los libros. La mayoría íbamos con ropa de domingo y comentábamos con cierta euforia el éxito que hasta ese momento estaba teniendo la convocatoria. Recuerdo a algunos chicos del club juvenil de la parroquia (del barrio de La Virgencica) cuyos rostros expresaban la alegría y la emoción que estaban viviendo en su interior. Era como una especie de bautismo de fuego.13
Ante la enorme energía allí concentrada y el entusiasmo reinante, comenzaron a llegar las iniciativas de movilización. La concentración se dirigió entonces en dirección al cercano Camino de Ronda, con la intención de que se sumaran a la huelga algunas obras que todavía no lo habían hecho, era la zona en la que por entonces se construían los nuevos edificios universitarios. De este modo, un enorme piquete de miles de personas marchó con tranquilidad por las aceras, parando todas las obras y recogiendo a más albañiles de los tajos. A pesar de la actitud reiteradamente pacífica de los manifestantes, que no cortaron el tráfico e incluso pidieron ser escoltados por los guardias, la policía les salió al encuentro, dándoles tres minutos para disolverse.
Para evitar el enfrentamiento y para dar a entender que la suya era una protesta exclusivamente económica, muchos de los albañiles levantaron el brazo y comenzaron a gritar «¡Franco, Franco, Franco…!», lo que no evitó la carga policial. Ante los golpes, la multitud retrocedió hasta una zona en obras donde había abundante material y desde allí contraatacaron. Una espesa lluvia de piedras hizo retroceder a la policía y produjo cinco heridos en sus filas. El encuentro duró apenas diez minutos y visto el resultado, y sin disolverse, la gente decidió regresar a la puerta del Sindicato. En el camino de vuelta ambas partes, policías y trabajadores, trataron mutuamente de calmarse los ánimos tras este primer estallido de violencia. Pese a todo, nadie parecía presagiar lo que luego pasó.
Un intermedio de calma. De las 9 a las 11 de la mañana los albañiles se volvieron a concentrar pacíficamente en el bulevar, algunos conversando incluso con la fuerza pública y comentando con humor el enfrentamiento reciente, ya que muchos de ellos eran conocidos, vivían en los mismos barrios y procedían de los mismos pueblos. Con intermitencia la multitud concentrada iba exigiendo soluciones concretas, lo que motivó que se creara una comisión de representantes obreros con el propósito de ir a hablar con el delegado provincial de trabajo y con las autoridades sindicales, que les presionaron para que acabaran con la huelga. Hacia las 11 los miembros de esta comisión hablaron ante la multitud con un megáfono prestado por la policía y propusieron disolver la concentración, pidiendo a los albañiles que se reintegraran al trabajo a las 2 de la tarde y que ellos tratarían de que se les abonase el salario de la mañana, garantizando que las negociaciones del convenio continuarían. Esta opción fue rechazada por la multitud. En esos momentos una persona agarró el megáfono y propuso continuar la huelga y convocar otra asamblea para el día siguiente a las 8 de la mañana, lo que fue aceptado. Los albañiles granadinos eran en ese momento plenamente conscientes de que la patronal no iba a ceder por las buenas y que sólo su propia fuerza, puesta en práctica mediante la huelga, podría servir como instrumento de presión para alcanzar sus reivindicaciones. Había miedo, sin duda, sabían que estaban participando en un acto sin precedentes en la reciente historia de la clase obrera granadina. Pero sus decisiones no eran fruto de un momento de euforia, tal y como lo prueba el mes de asambleas que llevaban a sus espaldas y el hecho de que se hubieran concentrado varios miles de personas en actitud firme y resuelta, sin llamamientos o consignas de ningún grupo político.
A pesar de la calma que había caracterizado a la policía tras el primer enfrentamiento de la mañana, sobre el mediodía se produjo súbitamente un cambió de actitud. La explicación de la anterior calma policial parece indicar que aquel intervalo de tiempo fue utilizado por el gobernador civil para pedir refuerzos policiales a Málaga y a Jaén.
Ante el rechazo manifiesto de los trabajadores a acatar las condiciones impuestas por las autoridades sindicales, las fuerzas del orden se replegaron, ordenando la dispersión y anunciando una carga si al tercer toque de corneta no se había dispersado la multitud. Nadie llegó nunca a oír el tercer toque. Al segundo toque comenzaron los golpes y se inició una desbandada en la que los trabajadores quedaron divididos en dos grupos desiguales.
La mayoría de los obreros se replegaron hacía la zona de La Caleta con lgunos heridos. Al llegar a la altura de la calle Doctor Oloriz se dio una coincidencia que fue determinante para el desarrollo posterior de los acontecimientos. Tropezaron con un camión cargado de bovedillas que bajaba por la calle y que tuvo de detenerse al toparse con la multitud. Inmediatamente, algunos jóvenes treparon al camión y empezaron a arrojar contra la calzada los materiales de obra, haciéndolos añicos.
Esos cascotes fueron utilizados junto con trozos arrancados del pavimento como munición por parte los trabajadores, que iniciaron entonces una contraofensiva a pedradas, primero obligando a la policía a replegarse hasta los Sindicatos, y después a escapar y a buscar refugio donde pudieran.
Las bombas de humo demostraban una escasa eficacia, ya que la mayoría eran devueltas por los albañiles, que en su avance volcaron y destrozaron todos los vehículos policiales que encontraron a su paso. El nivel de violencia que llegó a adquirir el enfrentamiento fue brutal. Fue en esos momentos de enorme confusión cuando, mezclados con los gritos de calma que nadie escuchaba, empezaron a sonar los disparos. Desenfundando y abriéndose paso a tiros, la policía lanzó un ataque definitivo persiguiendo a la gente que se dispersaba por las calles. Pese a los disparos, la determinación de algunos albañiles era tan grande, que durante un cierto tiempo sostuvieron el enfrentamiento:
Hasta entonces los policías nos atacaban con las porras y botes de humo, pero de pronto empezaron a disparar los tiros, primero al aire y después a todo lo que se movía, muriendo entonces los tres compañeros. Aunque pueda parecer mentira, en los primeros momentos, los trabajadores no tuvieron miedo de los disparos, pero cuando se empezó a ver a los compañeros tirados en el suelo cubiertos de sangre, la cosa cambió. Cada cual empezó a refugiarse donde podía, carreras por las calles, lanzamiento de ladrillos, detenciones, etc.14
No todos los tiros se hicieron con intención de dar en el blanco, hubo muchos al aire. Pero tras la tremenda confusión de la batalla el resultado resultó desolador: tres muertos y decenas de heridos, muchos con disparos en las piernas o en zonas vitales. Por parte de la policía hubo unos 30 heridos, algunos de extrema gravedad. Salvo los que hubieron de ser ingresados por la gravedad de sus heridas, la mayoría de los trabajadores heridos fueron atendidos en clínicas particulares debido al temor a la represión. Más de un centenar de obreros fueron detenidos, muchos al ir a recoger sus vehículos a la puerta de los Sindicatos donde los esperaba la policía secreta.
La huelga continúa
No hemos llorado, es cierto. Este dolor
no nos cabe en las lágrimas desnudas.
Sólo tiene lugar si es compartido
por cada hombre, y transformado en actos.15
Al día siguiente, martes 22 de julio, a pesar del pánico y de la consternación presentes en Granada, la huelga continuaba. La Guardia Civil vigilaba todas las entradas a la ciudad y en los retenes se impedía el paso a los albañiles de los pueblos cercanos. Por orden del gobernador civil, los tres muertos del día anterior habían sido urgentemente enterrados en secreto para evitar altercados públicos. El grueso de los trabajadores se encontraba desconcertado. Nadie podía asegurar que la huelga continuaría, y algunas personas se estaba presentando de nuevo en las obras. Únicamente en el pueblo de Maracena, de donde procedía uno de los trabajadores asesinados, se vivía una situación de huelga general. En ese momento surgió la iniciativa de un grupo de trabajadores cercanos a la HOAC de encerrase en la catedral de Granada. Los objetivos del encierro eran los de realizar un funeral por los muertos, reforzar las decisiones colectivas que se habían tomado y celebrar asambleas con el propósito de decidir cómo continuar con la lucha. La labor mediadora de los curas obreros fue decisiva para obtener garantías, por parte el deán de la catedral, de que podrían permanecer allí. Los curas obreros también fueron fundamentales con el fin de ayudar a calmar los ánimos e impedir, por ejemplo, que la gente se lanzase al asalto de la sede del diario Ideal y de otros periódicos de la ciudad, que ya habían empezado a publicar falsedades respecto a lo sucedido el día anterior.16
La catedral se mantuvo abierta todo el día y la gente comenzó a acudir. Mil personas, hombres y mujeres, llegaron a vencer el miedo, reuniéndose allí en asamblea permanente. Los reunidos decidieron organizarse en grupos de discusión para confluir luego en sucesivas asambleas generales. En estas asambleas se ponían en común los puntos de acuerdo y se aprobaban los escritos elaborados para los medios y las autoridades, pero sobre todo para el resto de los trabajadores de la construcción de Granada. La inteligencia colectiva y el sentimiento de ser una comunidad en lucha les ayudó a protegerse de la evidente presencia de infiltrados dentro de la catedral. Todas las personas que participaron en esas asambleas fueron obligadas a mostrarse al resto, a ser reconocidos por sus compañeros a mano alzada. Gracias a este procedimiento más de un policía de paisano se vio obligado a abandonar furtivamente el lugar. Todos los comunicados que se redactaron iban firmados por «El grupo de trabajadores de la catedral» y son una muestra de la conciencia adquirida en ese momento:
– El estar juntos nos está metiendo en un ambiente de unión, estamos informados, nos sentimos fuertes, seguros. Las mujeres están incorporadas a nosotros. Granada entera, además, se está enterando de nuestros problemas, de lo que pretendemos, y de cómo nos estamos comportando.
– Si la huelga la hiciéramos en nuestras casas, permaneceríamos incomunicados, y no sabríamos qué hacer en cada momento. Aquí nos vemos, hablamos, discutimos y vamos aclarando nuestras ideas, al mismo tiempo que nos afirmamos en nuestra decisión.
– Sentimos sobre nosotros la responsabilidad de que todos los obreros españoles tienen la vista fija en lo que estamos haciendo, en lo que hemos de hacer. Creemos que estamos realizando algo que será muy importante en la historia obrera de España.
Por la noche, cuando llegó la hora de cerrar las puertas, los que quisieron se quedaron encerrados, los demás se fueron. Paradójicamente las mujeres que estaban participando de la lucha también quisieron quedarse a dormir, pero después de ser valorado en la asamblea, se les dijo que no. Los trabajadores encerrados querían transmitir una actitud ejemplar y evitar las habladurías, sin embargo sus precauciones fueron inútiles. Los medios mintieron igualmente, diciendo que mujeres y niños habían dormido en la catedral.
Al día siguiente la policía cercó el lugar y ya no dejó entrar a nadie. Tampoco dejaron entrar comida. Su objetivo era que el encierro sucumbiera por falta de apoyo y alimentos. De hecho fueron detenidos y torturados en comisaría algunos de los encerrados que habían salido de la catedral para comprar cervezas con el dinero recogido de una colecta. Pese a las presiones del gobernador, las autoridades eclesiales apoyaban el encierro y no permitieron que la policía entrara a cesalojarlos.17 El carácter espontáneo de esta acción y el hecho de que fuera secundada por un gran número de personas, provocó extrañas reacciones en algunos dirigentes de CCOO y del PCE, que lo interpretaron como una grave amenaza hacia el protagonismo de sus organizaciones:
El número de concentrados fue disminuyendo con rapidez, debido en parte, a que CCOO no participó en él. Yo fui testigo de cómo un militante destacado de ese sindicato pedía a su hijo que abandonase el encierro porque estaba manipulado por los curas […] después un militante (la misma persona) muy importante de este sindicato y del PCE repartía panfletos en la Plaza de las Pasiegas a dos pasos de la policía, que rodeaba la catedral, provocando su detención, como así sucedió y queda reseñado en los relatos que se hicieron de aquellos días. En esta ocasión también estaban firmados con sus siglas.18
De este modo, y dado que se permitía salir a quien lo deseara con garantías de que no se le haría nada, al día siguiente, día 23, mucha gente se fue descolgando del encierro. El día 24, salieron finalmente unas 80 personas.17
Mientras tanto, en el exterior y presionados por las autoridades, los miembros de CCOO hicieron llamamientos por radio y prensa para que finalizara la huelga. El día 23 la policía les permitió entrar en la catedral y hablar con los encerrados. Tras este diálogo los encerrados redactaron un escrito a las autoridades, en el que consideraban más conveniente reanudar las conversaciones del convenio, siempre y cuando los trabajadores decidieran regresar al trabajo de forma voluntaria. Pero la huelga continuaba. En un comunicado conjunto de las dos partes, social y económica, se pidió la reanudación de las deliberaciones. Ante estas peticiones de reanudación de las negociaciones del convenio, respaldadas además por la huelga, la Delegación de Trabajo accedió a la continuación de las deliberaciones, poniendo como condición la vuelta al trabajo. Sin embargo, ésta no se produjo hasta el día 29. Cuando los obreros de la construcción volvieron al trabajo, lo hicieron imponiendo también sus condiciones, que se expresaron en una hoja difundida por un grupo de trabajadores el día 30 de julio. En pocas palabras, planteaban dar un plazo de una semana para la firma del convenio. Si pasado ese plazo no se llegaba a un acuerdo, se amenazaba con nuevas acciones. De este modo, se reconocía por una parte que la vuelta al trabajo era una condición para sacar adelante un convenio digno. Sin embargo, y por otra parte, se pedía a los trabajadores que mantuvieran actitudes de protesta, como la de trabajar sólo 8 horas, sin horas extraordinarias ni destajos y la de recordar antes del trabajo, durante una semana, en pie y en silencio, a los compañeros muertos. Para garantizar un seguimiento de la discusión del convenio, durante esa semana proponían que se presentasen los enlaces en Sindicatos a las seis y media. Donde no hubiera enlaces, deberían elegirse dos compañeros que fuesen a Sindicatos todos los días. Finalmente se hacían llamamientos a la solidaridad económica entre los propios trabajadores:
El que necesite dinero, que lo pida. El que tenga dinero que lo de al que le hace falta. Y esto que lo hagan también los otros gremios y ramos. Ya hay quien parte el jornal con otro que no puede trabajar. No nos olvidemos de los heridos y detenidos. Se hace todo lo que se puede. Pero que nadie pase necesidad por querer conseguir lo que es justo. PODEMOS y debemos apoyarnos unos a otros.
Durante aquellas semanas las acciones de solidaridad en todo el Estado y a nivel europeo con la lucha de los albañiles granadinos fueron espectaculares. Se recaudaron fondos para ayudar a las familias de los muertos, a los heridos, a los represaliados y despedidos por las acciones y con el fin de continuar la lucha. Se consiguió una apreciable cantidad de dinero, descontando el famoso millón de pesetas que ETA anunció haber obtenido en un atraco para destinarlo a las familias de los obreros muertos y del cual nunca se supo nada. Finalmente, en la madrugada del día 3 de agosto, antes de que terminara el plazo, se firmó el nuevo convenio colectivo provincial de la construcción. La noticia apareció en la prensa al día siguiente.
Lo que se ganó y lo que se perdió
Los resultados del convenio fueron, sobre el papel, mediocres. La decepción mayúscula. Y todo esto teniendo en cuenta que existían pocas garantías de que los empresarios fueran a llevar a la práctica lo pactado. Todas las peticiones fueron sistemáticamente rebajadas por la patronal, especialmente las referidas al salario, donde tan solo se obtuvieron 175 pesetas para los peones. La imposibilidad de poder realizar asambleas masivas, una vez se volvió al trabajo, unido al hecho de que el convenio ya había sido firmado y a que los despidos y el aumento del paro no se hicieron esperar, motivaron que la presión de los trabajadores los debilitara aún más. Esto provocó que algunos militantes autónomos y cercanos a la HOAC lamentaran haber mantenido la lucha tan apegada a los márgenes legales. Aunque la lucha por el nuevo convenio de la construcción era un buen punto de partida, la acción quedó demasiado encerrada en ese cauce. Su principal autocrítica no provenía tan solo de su inexperiencia y de su corta visión en lo que se refiere a los objetivos, sino sobre todo a la falta de confianza que demostraron en la clase obrera. La radicalidad obrera del día 21 superó todas sus previsiones. Nadie la esperaba, nadie la mencionó. A pesar de haber sufrido una brutal represión desde el primer día de huelga, la voluntad de lucha de los albañiles granadinos fue tal que, aún varios días después, cuando se pensaba que la gente no daba ya más de sí, se propuso la vuelta al trabajo imponiéndose de nuevo el impulso de los trabajadores sobre la previsión de los militantes. Los obreros continuaron la huelga durante varios días más. Finalmente se volvió al tajo para que se firmara el convenio y una vez firmado, a pesar del gran descontento con que fue acogido, no se planteó reemprender los paros. Con la firma del convenio se había renunciado de antemano a ir más allá en la movilización y a detener la combatividad de la clase obrera. Esto fue lo que luego pesó sobre los militantes. Pensaron que los logros alcanzados eran suficientes por el momento y que la situación no daba para más. Y lo que no daba para más era el objetivo planteado: firmar el convenio y hacerlo cumplir, aunque el de 1970 no fuera un convenio más. Para estos militantes se hizo evidente que conseguir la firma de un convenio, por muy amplios niveles de peticiones que se incluyeran en el anteproyecto, no debía constituirse en el objetivo central de la lucha.19
Otra conclusión de la huelga de 1970, fue que las asambleas eran lugares determinantes, los espacios en los que se desarrollaban las más amplias posibilidades de concienciación y movilización de la clase obrera. Las autoridades franquistas aprendieron la lección tras haber dado permiso para realizar asambleas masivas. Precisamente fue ese el motivo para que no se permitieran las asambleas masivas durante la discusión del nuevo convenio de la construcción de Córdoba en 1970-1971. De hecho, en Granada, la falta de asambleas fue la causa central que motivó la pérdida de fuerza de los trabajadores. Al perderse el elemento aglutinador, el cauce de comunicación, discusión y decisión colectivo, descendió el nivel de cohesión y de presión. Esta imposibilidad de convocar y realizar asambleas hizo que reconquistasen un mayor protagonismo las acciones en las que participaban un número reducido de trabajadores. Fue el momento en el que los militantes volvieron a tener importancia, a pesar de que sus llamamientos tuvieran cada vez menos eco. La relación entre los miembros de la HOAC y los de CCOO se fue degradando a pesar de los intentos de coordinación. El motivo principal de los desencuentros se dio al plantearse acciones de mayor envergadura, como los paros de los días 21 de agosto, 21 de septiembre y 21 de octubre. Estos fueron convocados con el fin de recordar la fecha en la que murieron los tres compañeros y también de presionar para afianzar y ampliar los logros alcanzados con el convenio, la jornada de 8 horas y la lucha contra las represalias.
La intención de CCOO de instrumentalizar la lucha de los albañiles para servir a los objetivos de agitación política del PCE y su mala disposición a colaborar en igualdad de condiciones con otros grupos, acabó por destruir la labor de este grupo de coordinación. Los paros del 21 de octubre de 1970 fueron el último rebrote significativo de la huelga, aunque por culpa del desgaste señalado, ni estuvieron a la altura ni tuvieron la tensión de las dos semanas de julio.
Dada la dispersión del tejido empresarial granadino y debido a la imposibilidad de formar asambleas y de crear cauces de coordinación de los trabajadores a niveles más amplios, se pensaron otras formas de mantener la tensión y la unidad mediante las comisiones de empresa, las reuniones de barrio y los llamamientos. Sin embargo, no cuajó el intento de crear comisiones de empresa. Una vez se perdió la posibilidad de poder desarrollar asambleas masivas, las comisiones de empresa no consiguieron elevar el grado de organización, así como tampoco consiguieron una mayor eficacia. La prueba de que no resultaba inconveniente para los trabajadores crear estas comisiones, fue que en las empresas grandes, debido a la mayor concentración de trabajadores, se pudieron firmar varios acuerdos que mejoraban las condiciones recogidas en el convenio.
Tampoco cuajaron las convocatorias de huelga u otro tipo de presiones, como forma de solidaridad con los represaliados. El nivel de conciencia de la clase obrera en Granada creció mucho con motivo de la huelga de julio, tal y como lo muestra el tejido de organizaciones políticas que aparecieron en la ciudad durante la década siguiente. Sin embargo, los tres muertos de 1970 contribuyeron a que el miedo siguiera calado hasta el tuétano. Ésta es quizás la causa, junto a la falta de organización y de experiencia, de porqué no pudo llevarse a cabo, en ningún momento, una huelga general comarcal en solidaridad con los albañiles.
En cualquier caso, la experiencia de la huelga sirvió para que los convenios de los años sucesivos vinieran acompañados de unos cuantos días de paro en apoyo a las demandas. Se dejó sentir también un cierto cambio de las actitudes en el trabajo, por ejemplo en el trato hacia los albañiles y especialmente entre los propios albañiles. Las prácticas de solidaridad se volvieron así algo frecuente:
Y además los encargados lo sabían, porque sabían que la gente tenia una posibilidad y una mentalidad de unirse. Que no es como antiguamente, cuando antes de esto, cada uno iba a lo suyo y si el encargado la tomaba con uno pues los demás miraban para otro lado [...] Y yo recuerdo que ponían una espuerta en la puerta de la oficina y conforme venía la gente y salían y había una espuerta para echar dinero en solidaridad con los que habían sido represaliados. Bueno pues se echaba tanto dinero que sobraba para darles la quincena a aquellos que habían sido expulsados.20
Algunas partes del convenio fueron hechas cumplir en la práctica gracias a la presión de los propios trabajadores. Para los albañiles granadinos se debía poder vivir dignamente trabajando 8 horas. Una reivindicación que se vivía además como un objetivo solidario, en la misma medida en que las horas extra y los destajos aumentaban las cifras de paro y la emigración. Acciones cotidianas como la de trabajar sólo 8 horas se mantuvieron durante mucho tiempo, al igual que el trabajo a bajo rendimiento, que también se mantuvo durante las semanas siguientes a la huelga, con el objetivo de presionar para conseguir las mejoras pedidas que el convenio no alcanzó a reconocer. Otras formas de presión consistieron en no firmar hojas en blanco, en hacer denuncias en el Sindicato y en la Delegación de Trabajo. De hecho llegaron numerosas denuncias a la Delegación por despidos en represalia contra los trabajadores.
En julio de 1970 a los trabajadores les faltó quizás la prudencia y la sangre fría para plantear una presión combinada que pudiera romper la intransigencia patronal, por medio de paros parciales y de bajo rendimiento hasta llegar a la huelga total. Los albañiles granadinos, sin la tutela de ninguna organización, escogieron en cambio la alternativa más difícil y lo hicieron asumiendo todas sus consecuencias. La dureza extrema de la represión se debió tanto a la falta de experiencia de una policía que no supo reaccionar ante aquel estallido de cólera popular, como al peligro que para el Franquismo representaba la extensión de la protesta obrera, asamblearia y multitudinaria, en territorios distintos de los focos tradicionales de contestación, en las zonas industriales.
En un contexto de escasa organización obrera, los militantes cristianos tuvieron un papel destacado y por ello fueron los más condenados, tanto por la prensa y las autoridades como por ciertos sectores antifranquistas. A pesar de sus errores, su enorme prestigio entre los trabajadores y su alto grado de formación contribuyeron decisivamente a que las decisiones de la asamblea fueran respetadas al máximo y a que el PCE no se hiciera con el control de la movilización. Sin sus informes y análisis y sin las homilías que redactaron esta lucha no habría calado tan hondo en muchas capas de la población. Muchos de estos militantes cristianos y autónomos se instalaron junto a la población originaria del barrio de La Virgencica en los actuales Polígonos de la Cartuja y Almanjayar. Con ellos también se movió la organización que habían creado y al poco tiempo apareció una Asociación de Vecinos del Polígono. Con los años se volvieron a plantear grandes movilizaciones en este barrio, como el encierro en el palacio del arzobispo para protestar contra el paro, en el año 1975. De allí surgieron también las cooperativas de trabajadores de la construcción.21 No obstante, lo que pudo haber sido uno de los barrios más combativos de la ciudad de Granada, no pudo resistir la progresiva y espantosa degradación que sufrió desde finales de los setenta. La posterior avalancha de droga y delincuencia sepultó aquel proyecto de construir, desde la base, un barrio distinto. Las gentes más comprometidas acabaron por dispersarse.
Décadas más tarde la situación en el sector de la construcción de Granada vuelve a ser terrible. A rasgos generales no ha cambiado gran cosa: sigue siendo uno de los principales sectores de la economía provincial y la precariedad y los accidentes laborales están a la orden del día. Aquellos tres trabajadores que fueron asesinados por la policía el 21 de julio de 1970 son recordados cada año. Por tradición ese día no se trabaja en la construcción de Granada y los sindicatos mayoritarios aprovechan la ocasión para hacer un acto, generalmente una concentración junto a un monumento ubicado en la conocida plaza de La Caleta, cerca de donde los mataron. Si se mira de cerca el bajorrelieve del monumento, vemos que algunos de los trabajadores que se hayan esculpidos aparecen portando pancartas con las siglas de CCOO, UGT y hasta CGT. Eso no sucedió nunca. Ni la UGT, ni nada parecido a la CGT existían en aquella época en Granada. Tampoco en 1970 se llevaban pancartas con siglas de organizaciones ilegales, principalmente porque los propios albañiles nunca lo hubieran permitido. Pero a pesar de ser conscientes del error cometido, todas estas observaciones históricas no parecen relevantes. En otro lateral del monumento podemos leer con grandes letras «Democracia» y sin embargo sabemos que los miles de albañiles granadinos que participaron en la huelga de 1970 no se movilizaron por consignas políticas, sino que lo hicieron por mejorar sus condiciones de vida y que únicamente fueron ellos los protagonistas de su lucha. En el intento mataron a tres de ellos. Se llamaban Antonio Huertas Remigio, un chico de 22 años de Maracena; Manuel Sánchez Mesa, de 24 años y vecino de Armilla; y Cristóbal Ibáñez Encinas de 43 años y padre de cinco hijos. Ellos escribieron este capítulo de la sangrienta historia de Granada.
Granada, 2007.
Abiertamente alzamos la palabra
desde la tierra dura y las raíces.
De cada golpe duro recibido
os damos testimonio abiertamente.
Los sucesos que vamos a contar acerca de la lucha que tuvo lugar en la ciudad de Granada en el año 1970, durante la negociación de un nuevo convenio del ramo de la construcción, vinieron provocados por un antiguo malestar entre el pueblo trabajador granadino. Aquel trágico episodio de la lucha de clases, tuvo lugar en una ciudad que no había conocido una movilización de semejantes dimensiones en los treinta años anteriores. Las razones de esta parálisis son varias y en gran medida pueden remontarse a la gran derrota de 1936. Granada sufrió una brutal represión desde los comienzos de la guerra como consecuencia de la sublevación militar que se hizo con el control de la capital. La patronal, con el apoyo decidido de militares, guardias civiles y pistoleros falangistas, hizo pagar cara la fuerte conflictividad social que había caracterizado a la ciudad y a la provincia durante la primera mitad de la década de los treinta. Objetivo fundamental de esta represión fue el aniquilamiento total de todo el entramado organizativo de los trabajadores que tanto esfuerzo había costado levantar durante los años anteriores. Derrotados, sometidos al terror impuesto por los vencedores y devorados por el luto de sus familiares y compañeros asesinados, en las décadas posteriores a la guerra la clase obrera granadina apenas tuvo fuerzas o capacidad de respuesta. Vivió así una larga noche de miseria, explotación extrema y humillación. De hecho, en 1947, si bien el coste de la vida se había multiplicado, los empresarios granadinos todavía seguían pagando los mismos jornales de antes de la guerra.
En todo caso, los síntomas de una sorda rebelión se manifestaron entonces en el instinto de fuga de miles de personas, que se animaban a emigrar, a volver a empezar lejos de tanta miseria inducida. Indudablemente, contribuyó también el pertinaz estancamiento de su medio agrario. De este modo, entre 1950 y 1970 Granada perdió casi 300.000 personas, la mitad de su población. Cada año unos 15.000 granadinos y granadinas hacían las maletas y se marchaban, fundamentalmente con destino a Cataluña, pero también a otras regiones y a los países europeos más ricos. También fue mucha la gente de los pueblos que se instaló en la ciudad de Granada. Los que se quedaron debieron soportar las durísimas condiciones de trabajo de una economía subdesarrollada, instalada a su vez en un Estado subdesarrollado en la periferia de Europa occidental. De este modo, lejos de resolver los graves problemas estructurales de la provincia, el desarrollo económico del capitalismo español en la década de 1960 hizo de Granada la periferia de la periferia. Marginada por todos los planes de desarrollo del Franquismo, la Granada de 1970 era una ciudad agrícola sin desarrollo ni industrialización, compuesta por funcionarios y administrativos, por una población que vivía del comercio, los transportes, pequeños talleres de diversa índole y un sector de la construcción que había ido desarrollándose paulatinamente a lo largo de la década anterior. A parte de eso Granada era, como tantas otras zonas del Estado, un mercado de consumo de lo que se elaboraba en otras regiones.
En una ciudad así, los obreros de la construcción constituían el sector mayoritario de la población trabajadora. Se trataba fundamentalmente de gentes recién llegadas del campo. Personas que habían sufrido una gran transformación de sus condiciones de vida. Desarraigados de la vida rural, experimentaron el tránsito hacia una forma de vida más mercantilizada, más dependiente del salario. Pero los salarios de los albañiles apenas daban margen, y mucho menos permitían buscar consuelo en los incipientes hábitos del consumo de masas que se habían ido extendiendo en otras zonas del Estado. Amparados por la abundante mano de obra y la legislación favorable, los empresarios del sector exprimían al máximo a la clase obrera local, repartiendo unos salarios de hambre. De hecho, las lamentables condiciones de trabajo en el sector de la construcción de Granada pueden resumirse así: los obreros peones cobraban unas 1.200 pesetas semanales, en las que estaban incluidas las pagas, los permisos y el plus familiar. Las jornadas eran de 10 horas y se trabajaba seis días a la semana, y además estaban generalizados el sistema de destajos2 y las horas extra, lo que provocaba un alto nivel de paro. Los contratos eran generalmente de 4 ó 6 meses, previo periodo de prueba de 15 días. Así era habitual que los obreros pasasen de una empresa a otra de forma recurrente, además de que fuesen frecuentes los periodos de inactividad. Cada cierto tiempo los trabajadores eran despedidos o trasladados de empresa, se evitaba de este modo que llegasen a formar parte de la plantilla, manteniendo un permanente estatuto de eventuales. El fraude a la Seguridad Social era práctica frecuente por parte de la patronal, además de que muchas de las empresas que hacían contrato no diesen de alta a los trabajadores.
En la hoja de salario casi nunca se reflejaba el salario real, e incluso algunas empresas obligaban a los obreros a firmar un recibo en el que constaba que debían dinero a la empresa. Gracias a estos procedimientos las empresas resultaban invulnerables frente a las reclamaciones ante Magistratura.3 Los índices de siniestralidad laboral eran altísimos, debido en gran medida a la presión bajo la que se trabajaba. Por otra parte, para mantener la paz en los tajos, eran frecuentes los malos tratos y las vejaciones cotidianas por parte de los encargados:
A las 8 comenzábamos a trabajar. Como peón de encofrado desarrollaba mi trabajo a la intemperie. Recuerdo que en el invierno de 1969 trabajábamos en el barrio de la Plaza de Toros. Comenzó a nevar. El empresario se situó en medio de la planta superior del bloque, aún sin cubrir, donde trabajábamos encofradores y ferrallistas, embutido en su abrigo, sus guantes de piel, su bufanda, su sombrero y su paraguas. Nos miraba retándonos, a ver quien era el valiente de protegerse de la nieve o de la lluvia en la planta inferior o en exigir un impermeable a la empresa, ambas posibilidades estaban recogidas en el convenio de la construcción. Ninguno nos atrevimos a hacerlo.4
Los despidos o la no renovación de contrato a quienes protestaban, unidos al miedo impuesto por el Estado franquista, hacían el resto.
Prepararse para luchar
Es esta nuestra voz y nuestra lucha,
nuestra sangre vertida, inevitable
como el sudor amargo de las horas
trabajadas sin fin y sin principio.
En estas condiciones organizarse resultaba una tarea complicada. La estructura empresarial era minifundista y la ciudad apenas contaba con empresas que tuvieran más de cinco empleados. A finales de los años sesenta, las organizaciones militantes que tenían presencia efectiva en Granada eran el Partido Comunista de España junto a Comisiones Obreras y un equipo muy activo de la Hermandad Obrera de Acción Católica. Sus respectivos estilos de militancia eran muy distintos. Los comunistas se habían ido consolidando desde comienzos de los años sesenta en algunas zonas de la capital y de los pueblos cercanos.5 Las CCOO habían aparecido en Granada en 1965, pero a diferencia de otras zonas del Estado éstas no surgieron a partir de procesos asamblearios amplios, sino de la decisión política del PCE de constituirlas como movimiento socio-político que actuara según las consignas del Partido.6 Aprovechando un contexto de aparente liberalización de la Dictadura y con el fin de poder desarrollar prácticas reformistas, los comunistas consiguieron introducirse en el Sindicato Vertical. En las elecciones sindicales de 1966 llegaron así a copar la sección de albañilería del Sindicato de la Construcción. Por su parte los militantes de la HOAC realizaban un intenso trabajo de base en el desaparecido barrio de La Virgencica. Este barrio estaba formado por un conjunto de albergues adosados prefabricados, de un tamaño minúsculo. Fue construido en la zona norte de la ciudad con el fin de acoger a la población de los antiguos barrios populares, como el Albaicín y las cuevas del Sacromonte afectados por las inundaciones del otoño-invierno de 1962-1963. La Virgencica era un barrio de población fundamentalmente obrera, donde la mayoría de los varones trabajaba en la construcción y las mujeres en el servicio doméstico. Algunos de sus habitantes eran militantes comunistas o cristianos y convivían con muchas personas que, sin militar en ninguna organización, tenían un elevado sentido de su dignidad. A pesar del supuesto carácter provisional de los alojamientos, la estancia en esta barriada improvisada se fue prologando en medio de unas condiciones de vida paupérrimas: las viviendas resultaban espantosamente calurosas en verano y muy frías en invierno, debido a su estructura de placas de cemento de sólo diez centímetros de grosor. A esto se añadían graves carencias en la gran mayoría de los servicios básicos, como asfaltado, iluminación, transporte, escuelas, recogida de basuras, etc. Estas circunstancias propiciaron que en 1967 y por iniciativa de un grupo de militantes de la HOAC procedentes de Bilbao e instalados en el barrio, se consiguiera legalizar una Asociación de Vecinos, una de las primeras de todo el Estado.7 El local de la asociación era la parroquia, desde la cual se planificaban multitud de acciones en asambleas semanales con el fin de conseguir mejoras para el barrio y en las cuales las mujeres tenían un papel destacado. A diferencia de la gente del PCE, los militantes de la HOAC estaban más interesados en impulsar procesos de autoorganización. A través de la asociación priorizaban la formación y la toma de conciencia de las personas con el fin de que lucharan por sus derechos, no sólo en el barrio sino también en sus lugares de trabajo, animándolas y proporcionándoles herramientas para que pudieran desarrollar formas de organización, siempre según el principio de que debían ser ellas mismas las protagonistas de su liberación. En la asociación se iban dando ideas de la injusticia que existe, el porqué existe, los mecanismos que existen. Y como el mundo obrero no puede salir de esa situación como no sea uniéndose, formándose y preparándose para luchar contra esta situación y tratar de que las cosas cambien.8
En los años finales de la década de los sesenta fueron estableciéndose contactos entre los militantes varones de ambas organizaciones y personas independientes, todos ellos trabajadores de la construcción, que confluían en las obras procedentes de casi todos los barrios de la ciudad, además de los pueblos cercanos. En los tajos, la hora del bocadillo resultaba fundamental para el conocimiento mutuo y para generar las primeras inquietudes políticas. Entre quejas y chistes, se leían periódicos en voz alta y se charlaba recordando todo lo que se había luchado en el pasado y todo lo que quedaba por hacer: Los centros de trabajo eran verdaderas escuelas, donde los jóvenes aprendíamos el sentido de la vida y las razones para luchar por una vida distinta. En las horas del bocadillo, a las diez de la mañana, y de la comida del mediodía, todos los trabajadores se reunían alrededor de un fuego, si era invierno, o alrededor de un botijo de agua, si era verano. En esas mini asambleas se podía hablar de todo, y casi en total libertad, siendo así como muchos de los que ahora tenemos más de cincuenta años forjamos nuestro espíritu de rebeldía.9 Este clima de crecimiento colectivo y de expansión de la conciencia de eplotación, ayudó a que los militantes pudieran impulsar de forma muy participativa la elaboración de un anteproyecto del convenio provincial de la construcción. En la medida en que las autoridades franquistas consideraban Granada como una provincia «tranquila», los albañiles contaron con un margen de maniobra bastante amplio, utilizando muchos de los instrumentos legales que la fachada aperturista del
régimen ponía a disposición de los representantes obreros de aquellos años. Esto se expresó fundamentalmente en dos aspectos: la elaboración de una encuesta entre los trabajadores con el fin de que ellos mismos pudiesen definir sus demandas concretas y de desarrollar asambleas con carácter informativo en el local del Sindicato. De este modo, algunos miembros de la parte social,10 antes de comenzar las negociaciones del convenio, imprimieron un cuestionario-encuesta con preguntas relativas a los salarios, la duración de la jornada laboral, las horas extra, los destajos, los despidos, las nóminas, las plantillas, etc. Se imprimieron unos 400 ejemplares, que fueron repartidos a través del propio Sindicato entre trabajadores de distintas empresas y que sirvieron de base para la discusión de las mejoras laborales. Pasado un tiempo, muchos de los que habían recibido la encuesta comenzaron a reunirse en los locales de la asociación de vecinos de La Virgencica y en otros puntos de la ciudad con el propósito de elaborar el anteproyecto del convenio. Por estas asambleas pasaron entre 100 y 200 personas. Las demandas fundamentales, recogidas en el anteproyecto, fueron: la reducción de las diferencias salariales entre las diversas categorías, un salario para el peón de 240 pesetas por 8 horas a rendimiento normal, la eliminación de las horas extraordinarias y los destajos que embrutecían al trabajador y aumentaban el paro, así como reducir al mínimo posible la eventualidad y los despidos. Los trabajos de comunicación entre los albañiles granadinos acerca de la marcha del convenio, realizados tanto por parte de los militantes de las organizaciones como por personas independientes que fueron sumándose al proceso, prepararon el terreno para que la asistencia a las asambleas informativas se convirtieran en un acontecimiento masivo.11 Se pretendía, y se insistió en ello desde el principio, que lo acordado con la patronal no tuviera validez hasta que la asamblea lo diera por bueno. Por otra parte, el objetivo de los militantes que planificaron la elaboración del convenio de 1970 no era conseguir un acuerdo definitivo, sino más bien instalar una dinámica en la cual se pudiera negociar un nuevo convenio cada año, de tal forma que sirviera de base para aumentar el grado de conciencia y organización de la clase obrera en Granada. En la medida en que pudieron desarrollarse reuniones y asambleas masivas con relativa normalidad, las expectativas y la presión para sacar adelante el convenio fueron tomando cuerpo. Efectivamente las reuniones de los trabajadores, la posibilidad de contrastar opiniones y tomar conciencia de la fuerza de su número y gozar juntos del sentimiento, hasta entonces desconocido, de estar todos unidos en una lucha concreta con el propósito de acabar con tanta injusticia, constituían la mejor arma para afrontar el conflicto.
Cómo se llegó a la huelga
Nos escuece la piel, esta segunda
piel de hombre nocturno, que no surge
desde la luz, sino desde la muerte,
bajo la lluvia, el sol y el latigazo.
Las negociaciones para la firma del nuevo convenio se iniciaron el 17 de junio de 1970. Frente a la actitud intransigente de los empresarios, que aparte de no ceder pretendieron negociar de espaldas a los trabajadores, se convocó la primera asamblea informativa en el salón de actos del Sindicato el día 30 de ese mismo mes. Asistieron 700 albañiles. La parte social volvió a solicitar permiso para convocar otra nueva asamblea el 7 de julio, coincidiendo con la tercera sesión de la comisión deliberadora, a la que asistieron más de mil trabajadores. Salvo los más mayores, nadie más recordaba algo semejante en Granada y, a pesar de la buena voluntad, la falta de experiencia provocaba que predominara cierto caos comunicativo. Por otra parte el peligro ya se dejaba intuir. Perfectamente informada de la marcha de los acontecimientos, la policía secreta se apostó desde el primer momento en las escaleras del edificio del Sindicato con el fin de amedrentar a los trabajadores. Al término de esta gran asamblea informativa se acordó celebrar una tercera al día siguiente. Esta asamblea no pudo celebrarse y se aplazó para el día 16 y posteriormente para el día 20, coincidiendo esta vez con la cuarta sesión de la comisión deliberadora del convenio. La actitud de la patronal era tan cerrada que muchos sospechaban que la ruptura no tardaría en producirse. Y así fue. El clima de tensión que dominó la cuarta sesión de la comisión deliberadora provocó la ruptura de las negociaciones. El punto de desacuerdo fue principalmente la cuestión del salario. Los trabajadores habían rebajado su petición inicial de 300 pesetas diarias, y ahora pedían 240 de sueldo íntegro para los peones de albañil, mientras que los empresarios no estaban dispuestos a ofrecer más que 170 pesetas divididas en tres partes: el salario, un plus de asistencia al trabajo y un plus de constancia. Los empresarios rechazaron también la petición de que, con el propósito de mitigar la eventualidad en el empleo, se adquiriera la categoría de obrero fijo a los cuatro meses de trabajo, antes eran precisos seis. Igualmente se rechazó la petición de los trabajadores de convertir todas las fiestas del calendario laboral en absolutas, abonables y sin recuperación y se dejó sin resolver la cuestión de la percepción de indemnizaciones en caso de accidentes y enfermedades profesionales. Pese a que los representantes obreros hicieron reiteradas concesiones, la obstinada negativa de la patronal hizo imposible seguir con las deliberaciones.
Las posibilidades legales de obtener sus demandas se estaban agotando en esta situación. Según la legislación laboral vigente, si no se había producido el acuerdo entre las partes, aún quedaba la posibilidad de nuevas negociaciones, cambiando el presidente. Si éstas fracasaban quedaba el recurso a la Norma de Obligado Cumplimiento. En cualquier caso estas posibilidades estaban totalmente fuera del alcance de la acción legal de los representantes de los obreros y dependían exclusivamente de las autoridades franquistas.
La ruptura de la negociación del convenio fue comunicada en la asamblea masiva que se celebró la tarde del mismo día 20 de julio. Ante un auditorio de miles de personas, abarrotado el salón de actos del Sindicato y muchos esperando en la calle, se fueron leyendo las propuestas y contraofertas de ambas partes negociadoras y la nota definitiva de ruptura. El ambiente estaba tan cargado de frustración e impaciencia, que durante la lectura del acta se abucheó continuamente al presidente de la parte social con gritos de «¡al grano, al grano!». El mensaje de la patronal estaba claro y a la desesperación de los trabajadores se unió una profunda indignación. Aquel salón de actos ardía de calor y de rabia. Una vez leídos los puntos de desacuerdo, se cedió el micrófono a todo aquel que tuviera algo que decir y comenzaron a llover las propuestas para ejercer presión sobre los patronos. Todos compartían la sensación de que se habían agotado las posibilidades de negociación y de que habría que recurrir a otros medios con el fin de obligar a ceder a los patronos. Los militantes de las diversas organizaciones apostaban por la moderación: se propuso que el Sindicato diera dos días de huelga pagada, propuesta que el presidente de la parte social dijo que no podía respaldar, por lo que nuevamente fue abucheado. Otra propuesta fue la de no desalojar el edificio de Sindicatos hasta que se diera una respuesta positiva a las reivindicaciones, pero el intenso calor que hacía en el recinto motivó que esta invitación no fuera bien acogida. Frente a todas estas propuestas, la asamblea se inclinaba con decisión hacia la huelga indefinida como método de presión. Muchos militantes seguían sin verlo claro y los que intervinieron hicieron grandes esfuerzos por evitar esta salida. Se dudaba fundamentalmente de la preparación de la clase obrera granadina para una huelga, ya que en intentos de movilización anteriores se había mostrado bastante indiferente.
Tampoco se había creado una caja de resistencia ni existía una logística capaz de solucionar las consecuencias derivadas de la prolongación del conflicto. Los reacios a la huelga, en su mayoría personas con más experiencia política, apostaban en cambio por trabajar a un ritmo lento, lo que también resultaba muy perjudicial para la patronal y no era tan arriesgado para los trabajadores. Pero estos militantes no pudieron, no quisieron o no se atrevieron a desobedecer el sentir general de una asamblea en la que toda intervención partidaria de la huelga era recibida con ovaciones. Finalmente se dio un tiempo para pensar y llegó el momento de la votación a mano alzada. Una abrumadora mayoría decidió: «Huelga; mañana todos aquí a las 8 para pasar juntos por los tajos y recoger a los que faltan, a los que no están presentes aquí».
La asamblea terminó a las diez y media de la noche. Había durado tres horas. En esos momentos se había convertido en el máximo órgano dirigente, con un desarrollo rápido, ordenado y claro en comparación con todas las asambleas anteriores. Después de la experiencia vivida desde junio, la asamblea había madurado como forma de organización, en un proceso que siendo participativo desde la base, había permitido una gran identificación colectiva con la discusión del convenio. El hecho de que la ruptura de las negociaciones se asumiera como una decisión de todos era prueba de ello. Sin duda éste era el convenio de la mayoría de los trabajadores de la construcción de Granada, lo sentían como propio y estaban dispuestos a sacarlo adelante mediante la huelga, asumiendo todas las consecuencias que se derivaran de tal decisión. Así fue como al término de la asamblea, la noticia de la convocatoria del paro para el día siguiente voló de boca en boca por los barrios y pueblos cercanos. Esa noche se durmió poco.
Comienza la huelga
No fueron tres tan solo. Nos quedamos
todos sobre la tierra sorprendida,
descubriendo de pronto, una vez más,
las ocultas razones de las cosas.
Desde antes de las 8 de la mañana del día siguiente, lunes 21 de julio, los trabajadores se fueron concentrando en el bulevar, frente al edifico de Sindicatos, hasta contar más de 6.000 personas:
Desde los distintos puntos extremos de Granada, grupos de albañiles acudieron a la cita de las ocho de la mañana recogiendo por el camino a los compañeros de las obras que no se habían enterado por no haber asistido al acto el día anterior. No hubo necesidad de amenazas, al menos este testigo no las presenció. Algunos autobuses de obras lejanas a la capital partieron con obreros que, dado lo precipitado de la decisión, y por la falta absoluta de organización previa, no llegaron a decidirse a acudir a los Sindicatos.12
El paro era casi absoluto en Granada y en los pueblos de los alrededores, donde se calcula que lo habían secundado más de 12.000 trabajadores. Dadas las facilidades que habían recibido por parte de las autoridades en la fase previa del proceso, muchos acudieron convencidos de que aquella concentración era legal. Con su presencia pacífica los albañiles presionaban para hacer visible la necesidad de proseguir las negociaciones del convenio y de que fueran atendidas convenientemente sus peticiones. Casi todos planeaban pasar allí juntos la jornada, y por ese motivo el lugar estaba lleno de motos y de bicicletas aparcadas con cestas de comida, justo delante de un nutrido grupo de la policía armada que custodiaba el edificio:
Había un cierto aire de inocencia en todos los allí presentes. Era la primera vez que casi el cien por cien de los asistentes participábamos en un acto así, imaginado solamente por los libros. La mayoría íbamos con ropa de domingo y comentábamos con cierta euforia el éxito que hasta ese momento estaba teniendo la convocatoria. Recuerdo a algunos chicos del club juvenil de la parroquia (del barrio de La Virgencica) cuyos rostros expresaban la alegría y la emoción que estaban viviendo en su interior. Era como una especie de bautismo de fuego.13
Ante la enorme energía allí concentrada y el entusiasmo reinante, comenzaron a llegar las iniciativas de movilización. La concentración se dirigió entonces en dirección al cercano Camino de Ronda, con la intención de que se sumaran a la huelga algunas obras que todavía no lo habían hecho, era la zona en la que por entonces se construían los nuevos edificios universitarios. De este modo, un enorme piquete de miles de personas marchó con tranquilidad por las aceras, parando todas las obras y recogiendo a más albañiles de los tajos. A pesar de la actitud reiteradamente pacífica de los manifestantes, que no cortaron el tráfico e incluso pidieron ser escoltados por los guardias, la policía les salió al encuentro, dándoles tres minutos para disolverse.
Para evitar el enfrentamiento y para dar a entender que la suya era una protesta exclusivamente económica, muchos de los albañiles levantaron el brazo y comenzaron a gritar «¡Franco, Franco, Franco…!», lo que no evitó la carga policial. Ante los golpes, la multitud retrocedió hasta una zona en obras donde había abundante material y desde allí contraatacaron. Una espesa lluvia de piedras hizo retroceder a la policía y produjo cinco heridos en sus filas. El encuentro duró apenas diez minutos y visto el resultado, y sin disolverse, la gente decidió regresar a la puerta del Sindicato. En el camino de vuelta ambas partes, policías y trabajadores, trataron mutuamente de calmarse los ánimos tras este primer estallido de violencia. Pese a todo, nadie parecía presagiar lo que luego pasó.
Un intermedio de calma. De las 9 a las 11 de la mañana los albañiles se volvieron a concentrar pacíficamente en el bulevar, algunos conversando incluso con la fuerza pública y comentando con humor el enfrentamiento reciente, ya que muchos de ellos eran conocidos, vivían en los mismos barrios y procedían de los mismos pueblos. Con intermitencia la multitud concentrada iba exigiendo soluciones concretas, lo que motivó que se creara una comisión de representantes obreros con el propósito de ir a hablar con el delegado provincial de trabajo y con las autoridades sindicales, que les presionaron para que acabaran con la huelga. Hacia las 11 los miembros de esta comisión hablaron ante la multitud con un megáfono prestado por la policía y propusieron disolver la concentración, pidiendo a los albañiles que se reintegraran al trabajo a las 2 de la tarde y que ellos tratarían de que se les abonase el salario de la mañana, garantizando que las negociaciones del convenio continuarían. Esta opción fue rechazada por la multitud. En esos momentos una persona agarró el megáfono y propuso continuar la huelga y convocar otra asamblea para el día siguiente a las 8 de la mañana, lo que fue aceptado. Los albañiles granadinos eran en ese momento plenamente conscientes de que la patronal no iba a ceder por las buenas y que sólo su propia fuerza, puesta en práctica mediante la huelga, podría servir como instrumento de presión para alcanzar sus reivindicaciones. Había miedo, sin duda, sabían que estaban participando en un acto sin precedentes en la reciente historia de la clase obrera granadina. Pero sus decisiones no eran fruto de un momento de euforia, tal y como lo prueba el mes de asambleas que llevaban a sus espaldas y el hecho de que se hubieran concentrado varios miles de personas en actitud firme y resuelta, sin llamamientos o consignas de ningún grupo político.
A pesar de la calma que había caracterizado a la policía tras el primer enfrentamiento de la mañana, sobre el mediodía se produjo súbitamente un cambió de actitud. La explicación de la anterior calma policial parece indicar que aquel intervalo de tiempo fue utilizado por el gobernador civil para pedir refuerzos policiales a Málaga y a Jaén.
Ante el rechazo manifiesto de los trabajadores a acatar las condiciones impuestas por las autoridades sindicales, las fuerzas del orden se replegaron, ordenando la dispersión y anunciando una carga si al tercer toque de corneta no se había dispersado la multitud. Nadie llegó nunca a oír el tercer toque. Al segundo toque comenzaron los golpes y se inició una desbandada en la que los trabajadores quedaron divididos en dos grupos desiguales.
La mayoría de los obreros se replegaron hacía la zona de La Caleta con lgunos heridos. Al llegar a la altura de la calle Doctor Oloriz se dio una coincidencia que fue determinante para el desarrollo posterior de los acontecimientos. Tropezaron con un camión cargado de bovedillas que bajaba por la calle y que tuvo de detenerse al toparse con la multitud. Inmediatamente, algunos jóvenes treparon al camión y empezaron a arrojar contra la calzada los materiales de obra, haciéndolos añicos.
Esos cascotes fueron utilizados junto con trozos arrancados del pavimento como munición por parte los trabajadores, que iniciaron entonces una contraofensiva a pedradas, primero obligando a la policía a replegarse hasta los Sindicatos, y después a escapar y a buscar refugio donde pudieran.
Las bombas de humo demostraban una escasa eficacia, ya que la mayoría eran devueltas por los albañiles, que en su avance volcaron y destrozaron todos los vehículos policiales que encontraron a su paso. El nivel de violencia que llegó a adquirir el enfrentamiento fue brutal. Fue en esos momentos de enorme confusión cuando, mezclados con los gritos de calma que nadie escuchaba, empezaron a sonar los disparos. Desenfundando y abriéndose paso a tiros, la policía lanzó un ataque definitivo persiguiendo a la gente que se dispersaba por las calles. Pese a los disparos, la determinación de algunos albañiles era tan grande, que durante un cierto tiempo sostuvieron el enfrentamiento:
Hasta entonces los policías nos atacaban con las porras y botes de humo, pero de pronto empezaron a disparar los tiros, primero al aire y después a todo lo que se movía, muriendo entonces los tres compañeros. Aunque pueda parecer mentira, en los primeros momentos, los trabajadores no tuvieron miedo de los disparos, pero cuando se empezó a ver a los compañeros tirados en el suelo cubiertos de sangre, la cosa cambió. Cada cual empezó a refugiarse donde podía, carreras por las calles, lanzamiento de ladrillos, detenciones, etc.14
No todos los tiros se hicieron con intención de dar en el blanco, hubo muchos al aire. Pero tras la tremenda confusión de la batalla el resultado resultó desolador: tres muertos y decenas de heridos, muchos con disparos en las piernas o en zonas vitales. Por parte de la policía hubo unos 30 heridos, algunos de extrema gravedad. Salvo los que hubieron de ser ingresados por la gravedad de sus heridas, la mayoría de los trabajadores heridos fueron atendidos en clínicas particulares debido al temor a la represión. Más de un centenar de obreros fueron detenidos, muchos al ir a recoger sus vehículos a la puerta de los Sindicatos donde los esperaba la policía secreta.
La huelga continúa
No hemos llorado, es cierto. Este dolor
no nos cabe en las lágrimas desnudas.
Sólo tiene lugar si es compartido
por cada hombre, y transformado en actos.15
Al día siguiente, martes 22 de julio, a pesar del pánico y de la consternación presentes en Granada, la huelga continuaba. La Guardia Civil vigilaba todas las entradas a la ciudad y en los retenes se impedía el paso a los albañiles de los pueblos cercanos. Por orden del gobernador civil, los tres muertos del día anterior habían sido urgentemente enterrados en secreto para evitar altercados públicos. El grueso de los trabajadores se encontraba desconcertado. Nadie podía asegurar que la huelga continuaría, y algunas personas se estaba presentando de nuevo en las obras. Únicamente en el pueblo de Maracena, de donde procedía uno de los trabajadores asesinados, se vivía una situación de huelga general. En ese momento surgió la iniciativa de un grupo de trabajadores cercanos a la HOAC de encerrase en la catedral de Granada. Los objetivos del encierro eran los de realizar un funeral por los muertos, reforzar las decisiones colectivas que se habían tomado y celebrar asambleas con el propósito de decidir cómo continuar con la lucha. La labor mediadora de los curas obreros fue decisiva para obtener garantías, por parte el deán de la catedral, de que podrían permanecer allí. Los curas obreros también fueron fundamentales con el fin de ayudar a calmar los ánimos e impedir, por ejemplo, que la gente se lanzase al asalto de la sede del diario Ideal y de otros periódicos de la ciudad, que ya habían empezado a publicar falsedades respecto a lo sucedido el día anterior.16
La catedral se mantuvo abierta todo el día y la gente comenzó a acudir. Mil personas, hombres y mujeres, llegaron a vencer el miedo, reuniéndose allí en asamblea permanente. Los reunidos decidieron organizarse en grupos de discusión para confluir luego en sucesivas asambleas generales. En estas asambleas se ponían en común los puntos de acuerdo y se aprobaban los escritos elaborados para los medios y las autoridades, pero sobre todo para el resto de los trabajadores de la construcción de Granada. La inteligencia colectiva y el sentimiento de ser una comunidad en lucha les ayudó a protegerse de la evidente presencia de infiltrados dentro de la catedral. Todas las personas que participaron en esas asambleas fueron obligadas a mostrarse al resto, a ser reconocidos por sus compañeros a mano alzada. Gracias a este procedimiento más de un policía de paisano se vio obligado a abandonar furtivamente el lugar. Todos los comunicados que se redactaron iban firmados por «El grupo de trabajadores de la catedral» y son una muestra de la conciencia adquirida en ese momento:
– El estar juntos nos está metiendo en un ambiente de unión, estamos informados, nos sentimos fuertes, seguros. Las mujeres están incorporadas a nosotros. Granada entera, además, se está enterando de nuestros problemas, de lo que pretendemos, y de cómo nos estamos comportando.
– Si la huelga la hiciéramos en nuestras casas, permaneceríamos incomunicados, y no sabríamos qué hacer en cada momento. Aquí nos vemos, hablamos, discutimos y vamos aclarando nuestras ideas, al mismo tiempo que nos afirmamos en nuestra decisión.
– Sentimos sobre nosotros la responsabilidad de que todos los obreros españoles tienen la vista fija en lo que estamos haciendo, en lo que hemos de hacer. Creemos que estamos realizando algo que será muy importante en la historia obrera de España.
Por la noche, cuando llegó la hora de cerrar las puertas, los que quisieron se quedaron encerrados, los demás se fueron. Paradójicamente las mujeres que estaban participando de la lucha también quisieron quedarse a dormir, pero después de ser valorado en la asamblea, se les dijo que no. Los trabajadores encerrados querían transmitir una actitud ejemplar y evitar las habladurías, sin embargo sus precauciones fueron inútiles. Los medios mintieron igualmente, diciendo que mujeres y niños habían dormido en la catedral.
Al día siguiente la policía cercó el lugar y ya no dejó entrar a nadie. Tampoco dejaron entrar comida. Su objetivo era que el encierro sucumbiera por falta de apoyo y alimentos. De hecho fueron detenidos y torturados en comisaría algunos de los encerrados que habían salido de la catedral para comprar cervezas con el dinero recogido de una colecta. Pese a las presiones del gobernador, las autoridades eclesiales apoyaban el encierro y no permitieron que la policía entrara a cesalojarlos.17 El carácter espontáneo de esta acción y el hecho de que fuera secundada por un gran número de personas, provocó extrañas reacciones en algunos dirigentes de CCOO y del PCE, que lo interpretaron como una grave amenaza hacia el protagonismo de sus organizaciones:
El número de concentrados fue disminuyendo con rapidez, debido en parte, a que CCOO no participó en él. Yo fui testigo de cómo un militante destacado de ese sindicato pedía a su hijo que abandonase el encierro porque estaba manipulado por los curas […] después un militante (la misma persona) muy importante de este sindicato y del PCE repartía panfletos en la Plaza de las Pasiegas a dos pasos de la policía, que rodeaba la catedral, provocando su detención, como así sucedió y queda reseñado en los relatos que se hicieron de aquellos días. En esta ocasión también estaban firmados con sus siglas.18
De este modo, y dado que se permitía salir a quien lo deseara con garantías de que no se le haría nada, al día siguiente, día 23, mucha gente se fue descolgando del encierro. El día 24, salieron finalmente unas 80 personas.17
Mientras tanto, en el exterior y presionados por las autoridades, los miembros de CCOO hicieron llamamientos por radio y prensa para que finalizara la huelga. El día 23 la policía les permitió entrar en la catedral y hablar con los encerrados. Tras este diálogo los encerrados redactaron un escrito a las autoridades, en el que consideraban más conveniente reanudar las conversaciones del convenio, siempre y cuando los trabajadores decidieran regresar al trabajo de forma voluntaria. Pero la huelga continuaba. En un comunicado conjunto de las dos partes, social y económica, se pidió la reanudación de las deliberaciones. Ante estas peticiones de reanudación de las negociaciones del convenio, respaldadas además por la huelga, la Delegación de Trabajo accedió a la continuación de las deliberaciones, poniendo como condición la vuelta al trabajo. Sin embargo, ésta no se produjo hasta el día 29. Cuando los obreros de la construcción volvieron al trabajo, lo hicieron imponiendo también sus condiciones, que se expresaron en una hoja difundida por un grupo de trabajadores el día 30 de julio. En pocas palabras, planteaban dar un plazo de una semana para la firma del convenio. Si pasado ese plazo no se llegaba a un acuerdo, se amenazaba con nuevas acciones. De este modo, se reconocía por una parte que la vuelta al trabajo era una condición para sacar adelante un convenio digno. Sin embargo, y por otra parte, se pedía a los trabajadores que mantuvieran actitudes de protesta, como la de trabajar sólo 8 horas, sin horas extraordinarias ni destajos y la de recordar antes del trabajo, durante una semana, en pie y en silencio, a los compañeros muertos. Para garantizar un seguimiento de la discusión del convenio, durante esa semana proponían que se presentasen los enlaces en Sindicatos a las seis y media. Donde no hubiera enlaces, deberían elegirse dos compañeros que fuesen a Sindicatos todos los días. Finalmente se hacían llamamientos a la solidaridad económica entre los propios trabajadores:
El que necesite dinero, que lo pida. El que tenga dinero que lo de al que le hace falta. Y esto que lo hagan también los otros gremios y ramos. Ya hay quien parte el jornal con otro que no puede trabajar. No nos olvidemos de los heridos y detenidos. Se hace todo lo que se puede. Pero que nadie pase necesidad por querer conseguir lo que es justo. PODEMOS y debemos apoyarnos unos a otros.
Durante aquellas semanas las acciones de solidaridad en todo el Estado y a nivel europeo con la lucha de los albañiles granadinos fueron espectaculares. Se recaudaron fondos para ayudar a las familias de los muertos, a los heridos, a los represaliados y despedidos por las acciones y con el fin de continuar la lucha. Se consiguió una apreciable cantidad de dinero, descontando el famoso millón de pesetas que ETA anunció haber obtenido en un atraco para destinarlo a las familias de los obreros muertos y del cual nunca se supo nada. Finalmente, en la madrugada del día 3 de agosto, antes de que terminara el plazo, se firmó el nuevo convenio colectivo provincial de la construcción. La noticia apareció en la prensa al día siguiente.
Lo que se ganó y lo que se perdió
Los resultados del convenio fueron, sobre el papel, mediocres. La decepción mayúscula. Y todo esto teniendo en cuenta que existían pocas garantías de que los empresarios fueran a llevar a la práctica lo pactado. Todas las peticiones fueron sistemáticamente rebajadas por la patronal, especialmente las referidas al salario, donde tan solo se obtuvieron 175 pesetas para los peones. La imposibilidad de poder realizar asambleas masivas, una vez se volvió al trabajo, unido al hecho de que el convenio ya había sido firmado y a que los despidos y el aumento del paro no se hicieron esperar, motivaron que la presión de los trabajadores los debilitara aún más. Esto provocó que algunos militantes autónomos y cercanos a la HOAC lamentaran haber mantenido la lucha tan apegada a los márgenes legales. Aunque la lucha por el nuevo convenio de la construcción era un buen punto de partida, la acción quedó demasiado encerrada en ese cauce. Su principal autocrítica no provenía tan solo de su inexperiencia y de su corta visión en lo que se refiere a los objetivos, sino sobre todo a la falta de confianza que demostraron en la clase obrera. La radicalidad obrera del día 21 superó todas sus previsiones. Nadie la esperaba, nadie la mencionó. A pesar de haber sufrido una brutal represión desde el primer día de huelga, la voluntad de lucha de los albañiles granadinos fue tal que, aún varios días después, cuando se pensaba que la gente no daba ya más de sí, se propuso la vuelta al trabajo imponiéndose de nuevo el impulso de los trabajadores sobre la previsión de los militantes. Los obreros continuaron la huelga durante varios días más. Finalmente se volvió al tajo para que se firmara el convenio y una vez firmado, a pesar del gran descontento con que fue acogido, no se planteó reemprender los paros. Con la firma del convenio se había renunciado de antemano a ir más allá en la movilización y a detener la combatividad de la clase obrera. Esto fue lo que luego pesó sobre los militantes. Pensaron que los logros alcanzados eran suficientes por el momento y que la situación no daba para más. Y lo que no daba para más era el objetivo planteado: firmar el convenio y hacerlo cumplir, aunque el de 1970 no fuera un convenio más. Para estos militantes se hizo evidente que conseguir la firma de un convenio, por muy amplios niveles de peticiones que se incluyeran en el anteproyecto, no debía constituirse en el objetivo central de la lucha.19
Otra conclusión de la huelga de 1970, fue que las asambleas eran lugares determinantes, los espacios en los que se desarrollaban las más amplias posibilidades de concienciación y movilización de la clase obrera. Las autoridades franquistas aprendieron la lección tras haber dado permiso para realizar asambleas masivas. Precisamente fue ese el motivo para que no se permitieran las asambleas masivas durante la discusión del nuevo convenio de la construcción de Córdoba en 1970-1971. De hecho, en Granada, la falta de asambleas fue la causa central que motivó la pérdida de fuerza de los trabajadores. Al perderse el elemento aglutinador, el cauce de comunicación, discusión y decisión colectivo, descendió el nivel de cohesión y de presión. Esta imposibilidad de convocar y realizar asambleas hizo que reconquistasen un mayor protagonismo las acciones en las que participaban un número reducido de trabajadores. Fue el momento en el que los militantes volvieron a tener importancia, a pesar de que sus llamamientos tuvieran cada vez menos eco. La relación entre los miembros de la HOAC y los de CCOO se fue degradando a pesar de los intentos de coordinación. El motivo principal de los desencuentros se dio al plantearse acciones de mayor envergadura, como los paros de los días 21 de agosto, 21 de septiembre y 21 de octubre. Estos fueron convocados con el fin de recordar la fecha en la que murieron los tres compañeros y también de presionar para afianzar y ampliar los logros alcanzados con el convenio, la jornada de 8 horas y la lucha contra las represalias.
La intención de CCOO de instrumentalizar la lucha de los albañiles para servir a los objetivos de agitación política del PCE y su mala disposición a colaborar en igualdad de condiciones con otros grupos, acabó por destruir la labor de este grupo de coordinación. Los paros del 21 de octubre de 1970 fueron el último rebrote significativo de la huelga, aunque por culpa del desgaste señalado, ni estuvieron a la altura ni tuvieron la tensión de las dos semanas de julio.
Dada la dispersión del tejido empresarial granadino y debido a la imposibilidad de formar asambleas y de crear cauces de coordinación de los trabajadores a niveles más amplios, se pensaron otras formas de mantener la tensión y la unidad mediante las comisiones de empresa, las reuniones de barrio y los llamamientos. Sin embargo, no cuajó el intento de crear comisiones de empresa. Una vez se perdió la posibilidad de poder desarrollar asambleas masivas, las comisiones de empresa no consiguieron elevar el grado de organización, así como tampoco consiguieron una mayor eficacia. La prueba de que no resultaba inconveniente para los trabajadores crear estas comisiones, fue que en las empresas grandes, debido a la mayor concentración de trabajadores, se pudieron firmar varios acuerdos que mejoraban las condiciones recogidas en el convenio.
Tampoco cuajaron las convocatorias de huelga u otro tipo de presiones, como forma de solidaridad con los represaliados. El nivel de conciencia de la clase obrera en Granada creció mucho con motivo de la huelga de julio, tal y como lo muestra el tejido de organizaciones políticas que aparecieron en la ciudad durante la década siguiente. Sin embargo, los tres muertos de 1970 contribuyeron a que el miedo siguiera calado hasta el tuétano. Ésta es quizás la causa, junto a la falta de organización y de experiencia, de porqué no pudo llevarse a cabo, en ningún momento, una huelga general comarcal en solidaridad con los albañiles.
En cualquier caso, la experiencia de la huelga sirvió para que los convenios de los años sucesivos vinieran acompañados de unos cuantos días de paro en apoyo a las demandas. Se dejó sentir también un cierto cambio de las actitudes en el trabajo, por ejemplo en el trato hacia los albañiles y especialmente entre los propios albañiles. Las prácticas de solidaridad se volvieron así algo frecuente:
Y además los encargados lo sabían, porque sabían que la gente tenia una posibilidad y una mentalidad de unirse. Que no es como antiguamente, cuando antes de esto, cada uno iba a lo suyo y si el encargado la tomaba con uno pues los demás miraban para otro lado [...] Y yo recuerdo que ponían una espuerta en la puerta de la oficina y conforme venía la gente y salían y había una espuerta para echar dinero en solidaridad con los que habían sido represaliados. Bueno pues se echaba tanto dinero que sobraba para darles la quincena a aquellos que habían sido expulsados.20
Algunas partes del convenio fueron hechas cumplir en la práctica gracias a la presión de los propios trabajadores. Para los albañiles granadinos se debía poder vivir dignamente trabajando 8 horas. Una reivindicación que se vivía además como un objetivo solidario, en la misma medida en que las horas extra y los destajos aumentaban las cifras de paro y la emigración. Acciones cotidianas como la de trabajar sólo 8 horas se mantuvieron durante mucho tiempo, al igual que el trabajo a bajo rendimiento, que también se mantuvo durante las semanas siguientes a la huelga, con el objetivo de presionar para conseguir las mejoras pedidas que el convenio no alcanzó a reconocer. Otras formas de presión consistieron en no firmar hojas en blanco, en hacer denuncias en el Sindicato y en la Delegación de Trabajo. De hecho llegaron numerosas denuncias a la Delegación por despidos en represalia contra los trabajadores.
En julio de 1970 a los trabajadores les faltó quizás la prudencia y la sangre fría para plantear una presión combinada que pudiera romper la intransigencia patronal, por medio de paros parciales y de bajo rendimiento hasta llegar a la huelga total. Los albañiles granadinos, sin la tutela de ninguna organización, escogieron en cambio la alternativa más difícil y lo hicieron asumiendo todas sus consecuencias. La dureza extrema de la represión se debió tanto a la falta de experiencia de una policía que no supo reaccionar ante aquel estallido de cólera popular, como al peligro que para el Franquismo representaba la extensión de la protesta obrera, asamblearia y multitudinaria, en territorios distintos de los focos tradicionales de contestación, en las zonas industriales.
En un contexto de escasa organización obrera, los militantes cristianos tuvieron un papel destacado y por ello fueron los más condenados, tanto por la prensa y las autoridades como por ciertos sectores antifranquistas. A pesar de sus errores, su enorme prestigio entre los trabajadores y su alto grado de formación contribuyeron decisivamente a que las decisiones de la asamblea fueran respetadas al máximo y a que el PCE no se hiciera con el control de la movilización. Sin sus informes y análisis y sin las homilías que redactaron esta lucha no habría calado tan hondo en muchas capas de la población. Muchos de estos militantes cristianos y autónomos se instalaron junto a la población originaria del barrio de La Virgencica en los actuales Polígonos de la Cartuja y Almanjayar. Con ellos también se movió la organización que habían creado y al poco tiempo apareció una Asociación de Vecinos del Polígono. Con los años se volvieron a plantear grandes movilizaciones en este barrio, como el encierro en el palacio del arzobispo para protestar contra el paro, en el año 1975. De allí surgieron también las cooperativas de trabajadores de la construcción.21 No obstante, lo que pudo haber sido uno de los barrios más combativos de la ciudad de Granada, no pudo resistir la progresiva y espantosa degradación que sufrió desde finales de los setenta. La posterior avalancha de droga y delincuencia sepultó aquel proyecto de construir, desde la base, un barrio distinto. Las gentes más comprometidas acabaron por dispersarse.
Décadas más tarde la situación en el sector de la construcción de Granada vuelve a ser terrible. A rasgos generales no ha cambiado gran cosa: sigue siendo uno de los principales sectores de la economía provincial y la precariedad y los accidentes laborales están a la orden del día. Aquellos tres trabajadores que fueron asesinados por la policía el 21 de julio de 1970 son recordados cada año. Por tradición ese día no se trabaja en la construcción de Granada y los sindicatos mayoritarios aprovechan la ocasión para hacer un acto, generalmente una concentración junto a un monumento ubicado en la conocida plaza de La Caleta, cerca de donde los mataron. Si se mira de cerca el bajorrelieve del monumento, vemos que algunos de los trabajadores que se hayan esculpidos aparecen portando pancartas con las siglas de CCOO, UGT y hasta CGT. Eso no sucedió nunca. Ni la UGT, ni nada parecido a la CGT existían en aquella época en Granada. Tampoco en 1970 se llevaban pancartas con siglas de organizaciones ilegales, principalmente porque los propios albañiles nunca lo hubieran permitido. Pero a pesar de ser conscientes del error cometido, todas estas observaciones históricas no parecen relevantes. En otro lateral del monumento podemos leer con grandes letras «Democracia» y sin embargo sabemos que los miles de albañiles granadinos que participaron en la huelga de 1970 no se movilizaron por consignas políticas, sino que lo hicieron por mejorar sus condiciones de vida y que únicamente fueron ellos los protagonistas de su lucha. En el intento mataron a tres de ellos. Se llamaban Antonio Huertas Remigio, un chico de 22 años de Maracena; Manuel Sánchez Mesa, de 24 años y vecino de Armilla; y Cristóbal Ibáñez Encinas de 43 años y padre de cinco hijos. Ellos escribieron este capítulo de la sangrienta historia de Granada.
Granada, 2007.
1 El predominio del campo y de la construcción como actividades económicas en la provincia de Granada era casi total. El tejido industrial de la ciudad se limitaba a la Central Lechera (PULEVA) y las Cervezas Alhambra, existía además algún centro minero en la zona de Alquife, la empresa nacional de Santa Bárbara en El Fargue y una empresa de celulosa instalada en Motril por el Instituto Nacional de Industria.
2 Trabajando a destajo se cobra en función del trabajo realizado. Generalmente el empresario señala un rendimiento mínimo para obtener el salario base y de esa manera consigue aumentar el ritmo de trabajo.
3 Antonio Ramos Espejo, Andalucía campo de trabajo y represión, Granada, Aljibe, 1979, p. 19.
4 Testimonio de José Ganivet Zarcos en A. Quitian, A. Aguado, J. Ganivet y M. Ganivet, Curas obreros en Granada, Alcalá la Real, Asociación Cultural Enrique Toral y Pilar Soler, 2006, p. 261.
5 Entre estos pueblos destaca Maracena, que era conocida como «Rusia la chica».
6 «Junto a la presencia comunista se encontrarán dentro de Comisiones trabajadores independientes y católicos, aunque muy minoritarios en relación con el PCE». En Rafael Morales Ruiz, «La significación histórica de la huelga de la construcción de Granada, 21-29 de julio de 1970» en Delgado, Santiago y Veléz, Antonio José (coord.), El futuro del sindicalismo, Granada, Diputación Provincial de Granada, 1996, p. 21.
7 La Ley de Asociaciones de 1964 fue utilizada para fundar la Asociación de Familias de Rekalde en el mismo barrio de Rekalde de Bilbao, considerada la primera de todo el Estado. Con la copia de sus estatutos se fundó en Granada la Asociación de Vecinos de La Virgencica, que fue la segunda en legalizarse.
8 Así nos lo indicó en una conversación Antonio Quitian, trabajador de la construcción, militante de la HOAC y párroco de La Virgencica en aquella época.
9 Extracto de unas memorias inéditas elaboradas por Pedro Ortega, antiguo trabajador de la construcción, participante en la huelga de 1970 y actualmente militante de la CGT.
10 La parte social estaba constituida por los representantes de los trabajadores, mientras que la parte económica la componían los representantes de los empresarios. Ambas formaban la comisión deliberadora.
11 Un acontecimiento que en aquellos meses tuvo cierta repercusión en Andalucía y que animó sobre todo a los militantes comunistas, fue la huelga general de la construcción que se había producido en Sevilla. La huelga se desarrolló en dos fases: una primera en marzo y una segunda a finales de junio de 1970. Fue la primera huelga general de la construcción en el Estado español tras la Guerra Civil.
12 Testimonio inédito de un testigo anónimo, escrito poco tiempo después de la huelga.
13 Testimonio de José Ganivet Zarcos, op. cit., p. 271.
14 Relato de Pedro Ortega, op. cit.
15 «Granada, julio 1970», de Luis González Palencia, Andalucía tierra cercada, Zero, 1977, p. 91. Este poema con cinco estrofas de autor anónimo, encabezaba el informe escrito por militantes de HOAC sobre la huelga de 1970. Dicho informe y otro más que fue redactado por trabajadores autónomos en 1971, haciendo balance de lo sucedido un año después de la huelga, constituyen las principales fuentes junto a los testimonios orales para conocer lo que sucedió. Ambos nos han sido de gran utilidad.
16 «Granada 1970: tres muertos», Cuadernos Ruedo Ibérico, núm. 26-27, agosto-noviembre de 1970, p. 99.
17 El entonces arzobispo de Granada, Emilio Benavent, se declaró a favor de las reivindicaciones de los trabajadores y defendió la labor de los curas obreros, aun cuando en el momento de la huelga se encontraba de viaje.
18 Testimonio de José Ganivet Zarcos, op. cit., pp. 270 y 274.
19 Todas estas reflexiones, así como los documentos producidos en el trasncurso de la movilización y que han sido citados, fueron recogidos en un informe redactado en 1971 por trabajadores autónomos. En este documento se hacía balance de lo sucedido un año después de la huelga. Este documento constituye unas de las principales fuentes, junto a los testimonios orales, para conocer lo que sucedió. Nos ha sido de gran utilidad.
20 Testimonios de Antonio Quitian en los que también menciona la asistencia masiva de los obreros a los juicios que los enfrentaban con los patrones.
21 Estas cooperativas surgieron para hacer frente a las represalias de los wmpresarios granadinos, que habíamos combatido.
Este texto está escrito por Remigio Mesa Encina y recogido en el libro Luchas autónomas en los años setenta coordinado por Espai en Blanc. Traficantes de Sueños 2008.
3 comentarios:
Fui testigo y protagonista de este aciago día ya que era mi primer día de servicio en la Policía Armada de Granada. Este es el primer texto escrito sobre el enfrentamiento en el que reconozco verosimilitud, aunque hay cuestiones con las que estoy en desacuerdo, como por ejemplo conque los tres fallecidos lo fueron por disparos de los Policías que actuaron en el episodio. Me gustaría contactar con el autor del texto para cambiar impresiones sobre lo acaecido aquel día.
Buenos días Francisco.
Soy Guillermo, estudiante de comunicación audiovisual en la universidad de Granada.
Ojala lea este comentario, ya que me encantaría poder hablar con usted para un proyecto que tengo entre manos.
Si es tan amable, y puede dedicarme un poco de su tiempo, escríbame a este antiguo correo eléctrónico que le voy a dejar aquí y así, si me hace el favor, podemos tener una charla interesante que me puede servir de gran ayuda.
guillaume_1132017@msn.com
Gracias y pase un buen día.
Guille
Tenia entendido que uno de los muertos era de Santafe y otro de belicena,
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