Supongamos que hubiésemos producido como hombres. Cada uno de nosotros se habría afirmado doblemente en su producción a sí mismo y al otro:
1º) En mi producción habría objetivado mi individualidad, su idiosincrasia; por tanto, mientras actuaba, no sólo habría disfrutado proyectando mi vida individual hacia fuera, sino también siendo consciente de mi personalidad como de un poder objetivo, perceptible sensiblemente y en consecuencia por encima de toda duda.
2º) Tu consumo o tu uso de mi producto me habría dado directamente el placer de saberme satisfaciendo con mi trabajo una necesidad humana, o sea de haber objetivado el ser humano y por tanto de haberle proporcionado a la necesidad de otro ser humano su objeto correspondiente.
3º) (También me habría dado directamente el placer de) haber sido para ti el mediador entre tú y la especie, de modo que tú mismo me sabrías y sentirías como un complemento de tu propio ser y parte necesaria de ti mismo; por tanto me sentiría confirmado por tu pensamiento y tu amor.
4º) (Por último me habría dado el placer) de crear la proyección exterior de tu vida directamente con la proyección individual de la mía, de modo que en mi actividad individual habría confirmado y realizado directamente mi verdadero ser, mi ser humano, mi ser en común .
Nuestras producciones serían otros tantos espejos, desde los que nuestro ser se iluminaría recíprocamente.
Esta relación se convierte simultáneamente en recíproca; que de tu parte ocurra lo mismo que de la mía.
Veamos los diversos factores, tal y como aparecen en este supuesto:
1º) Mi trabajo sería libre proyección exterior de mi vida. Bajo el presupuesto de la propiedad privada {en cambio} es extrañación de mi vida, puesto que trabajo para vivir, para conseguirme los medios de vida. Mi trabajo no es vida.
2º) Desde el momento en que el trabajo afirmaría mi vida individual se hallaría presente en él la idiosincrasia de mi individualidad. El trabajo sería por consiguiente propiedad verdadera, activa. (En cambio) una vez presupuesta la propiedad privada, mi individualidad se halla extrañada hasta tal punto, que esta actividad me resulta odiosa, un suplicio y, más que actividad, apariencia de ella; por consiguiente es también una actividad puramente impuesta y lo único que me obliga a realizarla es una necesidad extrínseca y accidental, no la necesidad interna y necesaria.
Mi trabajo sólo puede aparecer en mi objeto como lo que es. Como lo que esencialmente no es no puede aparecer. Así que actualmente sólo se presenta como la expresión objetiva, sensible, vista -y por tanto por encima de toda duda- de mi pérdida de mi mismo y de mi impotencia.
Extraído del capítulo 5 titulado Alienación de la Antología de Marx, edición de Jacobo Muñoz. Ediciones Península 2002.
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