El ciclo de luchas del Puerto de Barcelona es un ejemplo más de las movilizaciones obreras autónomas de la Transición, aunque se trata de un episodio especialmente significativo por la duración del mismo, la creatividad desplegada en las formas de lucha y la dimensión que llegó a adquirir como embrión organizativo de la autonomía de los trabajadores portuarios, que se materializaría en la Coordinadora, la organización asamblearia que aglutinaría a los estibadores de todos los puertos españoles. Significativo por sus contribuciones, pero también por sus debilidades, que han conducido a la situación actual. Rememorar lo que se ha vivido intensamente, lleva a sus protagonistas a hablar tanto desde la ilusión con que vivieron aquellos momentos, de las ganas que le pusieron y la verdadera pasión que derrocharon, como desde la decepción de ver cómo aquella acción se enmarcaba en el contexto del pacto de transición que limitaba sustancialmente el efecto de la lucha. Porque, visto tan de lejos, y cuando ya todo esto pertenece a la memoria, ya no se sabe si los estibadores eran víctimas de ese cuadro, al cual se tenían que sujetar, si no actuaban dentro de un marco preestablecido. Por eso, quienes reflexionan hoy acerca de su experiencia de entonces, están un poco “entre aquella ilusión y este desencanto”.
La incorporación de los estibadores a la lucha sindical autónoma fue relativamente tardía, cuando las tendencias autónomas ya acumulaban unos cuantos años de experiencia. “Nosotros nacimos en el punto de inflexión en el movimiento obrero autónomo que fue 1976. Aunque las luchas en el puerto habían comenzado en 1974, nos constituimos como parte del movimiento autónomo cuando este movimiento ya había vivido sus momentos más álgidos. En cierto modo, nosotros éramos el vagón de cola de la autonomía obrera. Y cuando digo nosotros me refiero no sólo al puerto de Barcelona sino a todos los puertos de la Península y que tuvo consecuencias a nivel europeo, en la medida que fuimos un elemento de referencia para la autoorganización de los estibadores en varios puertos de Europa. Nacimos, pues, como siempre en el proceso de constitución de las tendencias autónomas, a raíz de las reivindicaciones concretas, que era como nosotros queríamos llegar a la contradicción total con el capital en aquel momento. Planteando reivindicaciones que nosotros pensábamos que el capital no podría satisfacer, se llegaría a una contradicción tal que lo podríamos poner en jaque y eliminarlo, simplemente, eso era lo que queríamos, queríamos hacer una revolución. A partir de aquellas reivindicaciones nuestras, que eran realmente pretenciosas, llegamos a una forma de organización asamblearia, autónoma, anticapitalista, de delegados revocables, sin liberados; cosas que pertenecían a toda esa teoría del área de la autonomía”.
Esta afirmación autónoma de los estibadores se vio favorecida por la torpeza de los sindicatos semioficiales (CCOO, UGT, USO) que ya habían iniciado el asalto a la antigua CNS (Sindicato Vertical). Una torpeza fruto de su oportunismo porque cometieron el error, en la jornada de lucha de noviembre de 1976, convocada por la COS (Coordinadora de Organizaciones Sindicales), de no defender ni a sus propios despedidos en las fábricas. Como en anteriores ocasiones, la jornada de lucha, en muchos casos, fue más allá de las pretensiones de los sindicatos convocantes, lo que acarreó despidos y detenciones. Sin embargo, aquella jornada de lucha simbólica, para los estibadores fue, en realidad, una huelga que se hizo contra la patronal. La patronal despidió a siete trabajadores y los sindicatos dijeron “ha sido sólo un día de huelga, que nadie se movilice”. “Pero nosotros no estábamos dispuestos a dejar de lado a los seis despedidos que había habido en el puerto, algunos precisamente de CCOO, aunque para nosotros eran unos compañeros más. Decidimos defender su readmisión en contra de nuestros representantes sindicales que ya eran de UGT, CCOO, y algunos todavía del Sindicato Vertical. Se resistían a aceptar las decisiones solidarias de los trabajadores, pero finalmente la asamblea los obligó a dimitir, les hizo romper el carnet de enlaces sindicales en la propia asamblea y se nombró allí mismo un comité de delegados que a partir de entonces fue el que organizó el destino y la forma de nuestras decisiones. Los sindicatos quedaron arrinconados y se instituyó la práctica de la asamblea diaria. Eso en el puerto es fácil, somos una especie de mercado de trabajo al que cada día concurrimos en un lugar determinado y desde allí nos destinan a trabajar a cada barco. Fue muy fácil que cada mañana pudiéramos decidir cada detalle, cada cuestión, cada asunto acerca de lo que ocurría en nuestra vida colectiva y en nuestro trabajo”.
Este proceso tenía lugar en un contexto social y laboral en el que se extendía una predisposición subjetiva favorable a la insubordinación autónoma de los trabajadores de entonces, además de contar con la ilusión de mucha gente que había recogido el relevo histórico de sus padres y abuelos. Muchos desenterraban un carnet que su abuelo había dejado en un baúl escondidísimo, y se acordaba de lo que les había oído contar de la FAI, de la CNT, de cómo habían llegado a colectivizar el puerto durante la guerra de 1936-39. Eso hizo que la dinámica asamblearia surgiera con una fuerza tremenda.
A partir de ese momento, se fueron definiendo una serie de reivindicaciones, algunas descaradísimas, con aumentos salariales del 20 y 25%, los precios del destajo entonces eran bajos y las condiciones del trabajo en las bodegas duras. Simplemente se trataba de una propuesta que surgía y se discutía en la asamblea, espontáneamente, y así se iban elaborando todos los puntos a reivindicar hasta confeccionar plataformas muy amplias. Los delegados lo presentaban a la patronal y, a partir de ahí, empezaba la lucha. Una de las grandes reivindicaciones fue la cotización por el 100% del sueldo a la Seguridad Social. En aquel tiempo, los patronos tenían muchas maneras de reducir sus cotizaciones. Los patronos fijaban una cantidad de cotización, por ejemplo, 1500 pesetitas por día, aunque el destajo subiera más, pero luego las prestaciones por enfermedad, las pensiones de jubilación de la gente, de las viudas, etc., eran pésimas. “Así, alguien proponía, la cotización al 100%, pues la cotización al 100% quedaba plasmada en el papel, y se convertía en un eje de la lucha. Además, estaban los fondos para ayudar a las viudas. Había muchas viudas, los portuarios se morían pronto, no sé si por la mala vida que llevaban o por el trabajo duro que habían hecho, probablemente coincidían las dos cosas. Pues bueno, bastaba que alguien propusiese fondos de ayuda social para ayudar a las viudas, que también se plasmaba en el papel”.
Otra gran reivindicación de aquel tiempo fue la amnistía total, pero no sólo la amnistía política, sino la amnistía laboral. Esto la ley no lo contemplaba, pero a nosotros nos pareció que tenía que haberlo hecho y lo pusimos también en nuestro papel. “Queríamos que todos los estibadores que habían sido despedidos, fuera por el motivo que fuese, volvieran al puerto. La mayoría de ellos había sido despedido por robo; uno lo había sido por pegar una puñalada a un patrón; otros lo fueron por broncas con patrones y acabar a puñetazos, otros por peleas entre ellos; pero nosotros creíamos que tenían que volver, también lo pusimos en las reivindicaciones. La lucha empezó así, con esas plataformas reivindicativas elaboradas en la asamblea”.
La fuerza que daba a los estibadores su acción unitaria y autónoma, junto con el hecho de intervenir en un sector económicamente estratégico (más del 60% de las mercancías que se importan y se exportan tienen a los puertos como centros neurálgicos), evidentemente, todo ello favoreció que se consiguieran TODAS las reivindicaciones antes mencionadas y muchas más. Y sobre todo, lo que consiguieron los estibadores fue un poder real y firme sobre sus propias condiciones de trabajo y sobre el conjunto de las actividades del puerto. Hasta tal punto era así que, “podíamos decir que en el trabajo del puerto, prácticamente, mandábamos nosotros. Este era el gran reproche que nos hacía el patrón, que nosotros éramos los que mandábamos en el puerto, cosa que no nos parecía mal, después de que ellos habían mandado tanto tiempo”. La lucha se fue enconando, evidentemente, porque la patronal no estaba dispuesta a ir cediendo en este tipo de cosas. Los patronos se fueron organizando también. Hasta entonces no estaban organizados, pues los patronos tenían su representación dentro del sindicato vertical. De hecho, las organizaciones patronales también datan de los años de la transición y también estaban contagiadas por el clima autónomo. “Me acuerdo que ANESCO, que es la organización de las empresas portuarias, copió bastante de nuestra manera de organizarnos; también se hicieron autónomos. En la asociación, las empresas no tenían los votos en función del número de acciones, sino que a cada empresa correspondía un voto. Ellos también lo hicieron bastante a nuestra manera porque vieron que funcionaba. Pero lo cierto es que llegamos a momentos de lucha realmente fuertes”.
Un breve repaso histórico
Después de la huelga de 1976 y durante los dos años siguientes se da un movimiento de coordinación entre los puertos españoles que desembocará en la formación de la Coordinadora Estatal de Estibadores Portuarios. En cada puerto habían tenido lugar conflictos en torno a los convenios locales de cada puerto y, a partir de ahí, se ve la necesidad de ir hacia un convenio de sector. Se suceden luchas en los puertos canarios, Galicia, Asturias, País Vasco, Andalucía, Barcelona y Levante. Desde la CNS hubo intentos por mantener su hegemonía sindical después de la caída del sindicato vertical que ya se veía próxima. Fue en el intento de abortar la organización de los verticalistas y con la coordinación de las luchas concretas de los puertos como se fraguó La Coordinadora.
Durante el año 1979 se inicia una fuerte lucha por el convenio nacional y contra el intento de desaparición de la OTP (la empresa de los portuarios) y la privatización de los puertos. En junio del 80 se firmó el convenio pero las empresas de los puertos no lo cumplieron. Entonces, se inicia una huelga selectiva contra las cuatro empresas más fuertes, con el fin de derrotarlas de una en una; método que acabó dando resultado positivo al enfrentar a las empresas entre sí, ya que unas trabajaban y otras no. Fue tal la derrota de la patronal que su asociación nacional de empresas estibadoras (Anesco) declaró: “perdida la batalla sindical, vamos a emprender la batalla política”. Es así como en octubre de 1980 consiguen un real decreto del gobierno de UCD que venía a modificar las condiciones de trabajo en los puertos, neutralizando lo conseguido en el convenio. El puerto de Barcelona decide boicotear el decreto y se inicia nuevamente la huelga selectiva contra las cuatro empresas más grandes y más belicosas contra el anterior convenio. Los demás puertos se van sumando a la lucha a medida que se radicaliza en Barcelona y Canarias, principalmente.
La patronal y el Gobierno respondieron con el despido de 172 estibadores en Barcelona y la ocupación de los muelles por esquiroles protegidos por la policía y la Guardia Civil (en Las Palmas se siguió un proceso similar).
“La huelga siempre era salvaje, primero porque no existía una regulación legal de la misma, que empezaba a gestarse entonces, pero también porque nosotros no estábamos muy de acuerdo con pedir permiso al Gobierno Civil, así que la seguíamos haciendo salvaje”. Las empresas suplantaron a los estibadores con esquiroles protegidos por la policía. En el puerto de Barcelona hubo más de 500 esquiroles; gente de extracción muy pobre, muy lumpen, organizados por Fuerza Nueva y por los sindicatos fachas que entonces existían. La reacción de los estibadores estuvo a la altura de la situación. Bloquearon con contenedores las zonas del puerto donde estaban los esquiroles, porque la lucha contra los esquiroles fue fortísima y muy violenta. “Donde los pillábamos había enfrentamientos muy serios; hubo gente muy malherida, de ellos y de nosotros, de ellos más porque nosotros estábamos mejor organizados; su defensa la tenían en la policía; pero claro, la policía trabaja con un horario, y había momentos en que se despistaban y era cuando aprovechábamos nosotros para arremeter contra los esquiroles. Cuando los dejaban en casa, la poli les decía adiós y nosotros estábamos en la esquina, antes de que llegaran a su casa y, claro, allí caían. Y cuando salían del hospital Pere Camps, adonde los habían llevado para curarlos, otro grupo de estibadores los estaba esperando para ver cómo habían quedado, en fin, la cosa fue muy fuerte. A veces, los esquiroles también se caían de los barcos al agua”. Por otra parte, en Las Palmas, el 24 de julio del 80, en una manifestación de familiares de estibadores, un coche arremete contra ellos y mata a Belén María, hija de un estibador. Pararon todos los puertos del país. El conflicto cada vez se extendía y radicalizaba más.
La organización y control de los estibadores de su propia lucha también se hizo extensible en cuanto a las relaciones con la prensa. En la prensa había entonces toda una sección de información laboral. Así como ahora, en la sección final de todos los periódicos, hablan de finanzas, de economía, en aquel tiempo hablaban de conflictos obreros, que entonces tenían cierta entrada en la prensa. “Nos cuidamos mucho de que hablaran de la manera como nosotros queríamos, que informaran de nuestro conflicto. En la Barceloneta, el barrio donde básicamente nos movíamos, aparte de que muchos portuarios eran de allá, conseguimos que nuestra lucha tuviera un amplio respaldo. Además, como ganábamos menos, consumíamos menos, y era allí donde consumíamos, y eso también les iba mal a ellos. Los comerciantes se pusieron a nuestro favor, como la gente del barrio”. De modo que, cuando había lucha por aquellas zonas, no sólo eran los estibadores los que iban contra la policía, sino que desde los balcones les caían macetas y alguna bombona de butano... Se llegó a momentos de tensión muy intensa. Otro capítulo de la acción fue la lucha contra los camiones que entraban a las empresas donde había estibadores despedidos. Bloquear el tráfico de camiones era una baza importante para hacer que la actividad de las empresas se detuviera; por eso, a los camiones que se prestaban a trabajar los perseguían con tirachinas y bolas de acero, de una manera bastante expeditiva, sobre todo rompiendo los cristales de delante. Fue un momento de verdadera creatividad en cuanto a los métodos de lucha que incluso iban más allá de lo que se les podía ocurrir a los líderes; la gente le echó verdadera imaginación a todas aquellas luchas.
La batalla política declarada por la patronal y los decretos que iba promulgando el Gobierno no sólo buscaban derrotar a los estibadores en sus conquistas laborales y reestructurar el sector, sino acabar con la Coordinadora, que ya se había extendido en el año 81 por todos los puertos del país, donde alcanzó unos 12.000 afiliados, y donde había contribuido a desencadenar fuertes huelgas. Hay que reconocer que para entonces, la Coordinadora suponía un escollo considerable y la solidaridad entre los estibadores era muy fuerte, de modo que barcos que habían sido cargados por esquiroles en un puerto no se descargaban en el puerto de destino. Esto incluso llegó a cundir a través de un congreso internacional en el que se establecieron relaciones con portuarios autónomos y organizaciones de base de otros países (Italia, Inglaterra, Alemania, Holanda, Dinamarca, Francia). La cosa iba tomando bastante envergadura. Fue entonces cuando la patronal decidió afrontar una lucha política contra todo este movimiento que tomaba un cariz realmente grave para sus intereses. La UCD en el Gobierno, sacó un decreto que trataba de modificar las condiciones de trabajo de los estibadores, que son muy peculiares. No es cuestión de entrar aquí a describir la forma de organización del trabajo portuario en detalle, pero baste decir que por sus características daba a los estibadores una capacidad de gestión y control sobre su propia actividad que, en consecuencia, suponía un recorte a la capacidad de control del trabajo por parte del capital. Lo que perseguía el decreto de UCD era precisamente modificar esas condiciones de trabajo de donde arrancaba la fuerza de los trabajadores portuarios y liquidar a la Coordinadora. Con su acción, los estibadores tomaron conciencia práctica de su poder real sobre la actividad del puerto. “De hecho, nuestra fuerza real se fundamentaba en utilizar la organización del trabajo en las tareas portuarias contra la patronal. Era a partir de la situación real, concreta, en el puesto de trabajo desde donde se articulaba la asamblea y la capacidad para imponer nuestro poder en los muelles.
De ahí que los decretos persiguieran modificar la situación objetiva dentro de una nueva organización del trabajo que nos despojara de nuestra fuerza”.
A partir de octubre del 80, la lucha se centró en ir contra este decreto y se prolongó durante el año siguiente. Continuaron los despidos. Pero hubo aspectos de la lucha verdaderamente importantes y que son especialmente significativos de cómo se produce una transformación de la subjetividad en momentos generalizados de la lucha. Subvirtiendo, incluso, algunos de los prejuicios más arraigados, como son los que se relacionan con el dinero. Así fue como, en el proceso de la resistencia a la ofensiva política del Gobierno y la patronal, se llevó a cabo la socialización de los salarios de los 2.300 trabajadores del puerto.
Dada la naturaleza del trabajo de los estibadores, de carácter rotativo, cada día se trabaja para una empresa diferente, se trabaja a destajo y se cobra el salario diariamente, de manera que cada día es diferente, así que se decidió poner en común el jornal diario de cada uno para repartirlo entre todos. Cada día, al final de la jornada, un componente de cada “mano” (grupo de trabajo) iba a un barecito que hay en la Barceloneta y ponía todo el dinero ganado por el grupo encima de la mesa. Allí había dos compañeros que lo recogían y, a la mañana siguiente, repartían la cantidad decidida por la asamblea a cada estibador, para todos el mismo jornal, sin diferencia de categorías, incluidos despedidos y sancionados; de manera que nadie, a nivel económico, sufrió más que el que estuvo trabajando. “Nadie se pudo quejar en un año y medio que estuvieron despedidos porque sus condiciones, aparte de que no trabajaban, eran exactamente las mismas que las de los que estábamos trabajando. Del salario se reservaba una cantidad de dinero como caja de resistencia. Logramos acumular un fondo muy importante que nos permitía resistir mucho tiempo”.
Lo que más molestó al patrón fue que no tuviera ninguna repercusión el hecho de ser despedido o sancionado. Esa capacidad de organizarse y ser solidario hizo que el despido no supusiera ningún desgaste económico, pero que fuera tremendamente negativo para la patronal. Por medio de este sistema de salario socializado, los estibadores llegaron a acumular una gran cantidad de dinero. Empresas y Gobierno veían que con este sistema tenían mucha capacidad de resistencia a nivel económico. Las huelgas, los bajos rendimientos y las acciones más imaginativas no cesaban. Finalmente, esta lucha contra el primer decreto, elaborado por el gobierno de UCD, se saldó también con una victoria de los estibadores porque las empresas tuvieron que desistir de su gran arma, los esquiroles, ya que no se podía garantizar ni la seguridad del trabajo, ni la de los esquiroles en el puerto. Las barreras de contenedores para la “protección” de los esquiroles no se aguantaban y se caían, los esquiroles también se caían de los barcos al agua, las mercancías que salían cargadas por esquiroles no llegaban o llegaban en malas condiciones a las fábricas, a los denominados puertos “alternativos”, hacia donde se desviaban la carga y descarga de las mercancías de los puertos en huelga, se les quemaban las mercancías en las explanadas y no se sabía cómo: verdaderos montones de pilas de algodón que salían ardiendo y nadie sabía cómo... Realmente, la patronal vio que no había manera de imponer ese decreto por la fuerza.
La lucha iniciada contra el decreto en el 80 acabó en 1982 con la sentencia del tribunal central que declaraba ilegales a los esquiroles, y las declaraciones de nulidad de los 172 despidos y más de 4000 sanciones, además de la derogación del decreto del gobierno de UCD. Sin embargo, la expulsión real de todos los esquiroles del puerto y la reincorporación al trabajo de todos los compañeros todavía exigiría más de un año de lucha.
Se volvió a conseguir un acuerdo marco. Una acuerdo que perseguía dar una mayor coherencia al colectivo portuario en todos los puertos de España, que la composición de las “manos” fueran similares, que los niveles salariales fueran comunes, que las condiciones de trabajo y seguridad en el empleo estuvieran fijadas a nivel nacional... Esto fue lo que presentó la Coordinadora contra aquellos decretos y tuvieron que acabar aceptándolo porque los estibadores utilizaron una forma de lucha singular e imaginativa, consistente en no atacar a todas empresas a la vez, sino mediante un sistema de huelga selectiva. Se hacía huelga a unas empresas y a otras no. Huelgas por horas, en las horas pares, por ejemplo, para no abandonar el puesto de trabajo y no ser suplantados por esquiroles. Por otra parte, las condiciones de competencia de aquel momento entre las grandes empresas, que empezaban a surgir, y las pequeñas que veían que las acabarían absorbiendo, contribuían a que en el bando de la patronal no se pusiesen de acuerdo. “Cuando hacíamos huelga a las grandes empresas, las pequeñas se frotaban las manos porque la carga y descarga de los barcos iba para ellas. Esto les hizo un daño terrible porque no pudieron ponerse de acuerdo para ganarnos aquella batalla política ante el acuerdo marco que les proponíamos. Las pequeñas, viendo que les interesaba la situación, lo empezaron a firmar y, claro, cuando nos quedaban tres o cuatro que no firmaban, y eran las más grandes, las poníamos en serios problemas; algunas empresas muy importantes llegaron a desaparecer. Finalmente, acabaron derogando el decreto, viendo que no tenían capacidad para imponerlo, y empezaron a surgir en todos los puertos los acuerdos marco, donde se establecían nuestras condiciones de trabajo a nivel general. Luego, cada puerto luchaba por sus convenios particulares”.
Esta situación se mantuvo así hasta el año 1986, cuando se empieza a instaurar el consenso en los puertos. Con el acceso de los socialistas al Gobierno se había intensificado la reestructuración iniciada con el gobierno de UCD, la denominada reconversión industrial que, en el caso de los puertos, exigía un cambio radical en la organización del trabajo y en la capacidad de gestión y control que los estibadores tenían sobre su propia actividad. Los socialistas, con su aureola de partido de izquierda, pero también por su proximidad a la realidad social, son los encargados de desactivar la conflictividad portuaria, siguiendo un plan a largo plazo. El Gobierno socialista sabía por la experiencia de los años anteriores que la reforma portuaria mediante el enfrentamiento directo con los trabajadores estaba abocada al fracaso o supondría unos costes demasiado elevados. Sabía, por tanto, que tenía que encontrar la manera de consensuar la reforma y hacerlo, además, con la Coordinadora, ya que las otras centrales sindicales apenas tenían influencia en los puertos. En primer lugar, se trataba de convencer a los líderes que la situación de poder que tenían no podía continuar. Así fue como se comenzó a consensuar en los despachos del ministerio con los representantes de Coordinadora la reestructuración de la actividad portuaria. “Convenía que fuésemos capaces de crear un marco de relaciones más o menos tranquilas y estables en los puertos donde todos pudiéramos coexistir. Y, realmente, fueron picando el anzuelo. La verdad es que nuestra lucha, o bien tenía esta salida, o bien estábamos ya al borde del colapso, porque más allá, prácticamente no se podía ir, y en la medida que el entorno general no acompañaba, que no había una situación a nivel general donde las luchas obreras hubieran ido a esa situación de poder y dominio en las fábricas y centros de trabajo, la nuestra por sí sola no podía continuar más allá. El cansancio de los colectivos ante una lucha tan larga también juega su papel. Aquí nuestros compañeros más avispados empezaron a admitir ese capote que les lanza la patronal y el Gobierno”. A ello contribuye también el proceso de anquilosamiento de la dinámica asamblearia y la burocratización de la Coordinadora, en el que pasan a jugar un papel fundamental los especialistas (abogados), los asesores y los negociadores. Su función consiste en crear las bases del consenso, en manejar el pacto. El PSOE, en el Gobierno desde 1982, saca un nuevo decreto porque ve que existen las condiciones favorables para su imposición. Los socialistas no tenían prisa, sabían a quién se enfrentaban y no querían fracasar. Así, durante el periodo 1982-86, sus técnicos estudian y planean lo que se plasmará en el decreto de 1986. CCOO y UGT, cuya influencia en los puertos es casi nula, se prestan al juego de intrigas para derrotar a la Coordinadora. Paralelamente, el Gobierno va dejando pudrir la situación de la OTP (la empresa de los estibadores) hasta niveles insostenibles. Hasta que en octubre de 1986 sacan el nuevo decreto, cuando la situación ya está madura. Para entonces, los especialistas y los cargos de Coordinadora estaban dispuestos a colaborar en su aplicación. Por el contrario, en los puertos donde no se asumió esta decisión, la situación fue traumática hasta bien entrados los años 90 (Canarias se llevó la peor parte), pero la cohesión de Coordinadora estaba bastante deteriorada, todos los puertos intentaban salvar los restos del naufragio ante la falta de acuerdos claros y combativos. Lentamente y con habilidad, con grandes traumas, pero sofocados sin que trascendieran en exceso, se fue aplicando la reconversión no sólo laboral, sino sindical. Las discusiones en Coordinadora fueron amplias y agrias. Los dirigentes de la negociación en nombre de Coordinadora tenían una coartada para justificar el giro político de Coordinadora en la situación general de la clase obrera, que había entrado en una fase de claro reflujo. Es decir, “nos cobijamos en el entorno para explicar nuestras claudicaciones”.
“En ese momento se produce una lucha interna muy fuerte entre nosotros, unos por mantener aquel movimiento del que, realmente, estábamos enamorados y que si no se le daba una forma de cara al futuro corría el riesgo de desaparecer, cosa que la gente no quería. No eran tiempos de grandes luchas y avances, pero teníamos fuerza suficiente para mantener ciertas conquistas laborales y, sobre todo, el espíritu, la forma y la práctica de la organización. Por el contrario, el sector dominante en la estructura de Coordinadora prefería el consenso con la patronal y, a costa de concesiones claramente negativas para los intereses de los trabajadores, mantener una estructura para perpetuarse en el poder sindical de los puertos y en los cargos. La organización ya era algo estable, con forma legal (la decisión de su legalización ya fue difícil y muy discutida en su día, y para algunos ya suponía una claudicación). La organización se convierte en un órgano de gestión más que de lucha. En una asamblea de Coordinadora se llega incluso a declarar, en la línea programática, que dejamos de ser una organización de base para ser una organización de cuadros, reforzando todo lo institucional y representativo en detrimento de la asamblea como órgano de decisión, que casi desaparece”. De este modo, se refuerza la estructura burocrática en detrimento de la acción y la participación colectiva, siempre más compleja y difícil de barajar. Aparecen los “liberados” en la práctica, bajo formas disimuladas, ya que no se pueden declarar debido al rechazo histórico y a que los propios estatutos de Coordinadora no lo permiten. Lo que antes era trabajo político voluntario se convierte en retribuido, las cuotas y las finanzas se encarecen y como en el resto de organizaciones sindicales, los representantes se alejan del puesto de trabajo y, por tanto, de la realidad diaria de los trabajadores a quienes representan. Los delegados se perpetúan en los cargos y aparecen las jerarquías entre ellos, algo imposible en el pasado. La asamblea se convierte en refrendataria más que decisoria. La información queda en manos de asesores y de una minoría de delegados. “La Estiba”, que fue un auténtico órgano de expresión, discusión y difusión de la vida portuaria, con proyección hacia otros sectores de la población asalariada, adopta un aire completamente distinto a partir del inicio de los años 90, introduce publicidad de las empresas y se consagra como órgano publicitario del sindicato y sus dirigentes. El pacto social, cuyas bases habían sentado sindicatos y personal una década antes, en el contexto del pacto de transición democrática para el resto de sectores de actividad, se realiza en el puerto una década después. El objetivo es la paz laboral a toda costa. De este modo, se opera la reconversión de Coordinadora, y lo que nació y fue una organización de lucha, se convierte en un sindicato de gestión. Las páginas de la Estiba (ver números 55 y 56) dieron fe de este giro político impulsado por los representantes (pasar de sindicato de confrontación a sindicato de concertación, copiando la fórmula de los otros sindicatos) y de las críticas que provocó. En cualquier caso, a partir de entonces, se consensúa en la práctica el Decreto y se colabora con las empresas y el gobierno en su aplicación. Se consensúa y participa en la imposición de un nuevo régimen disciplinario, se rebajan las plantillas hasta mínimos alarmantes, se aumentan hasta límites inaceptables las jornadas de trabajo, se rebajan sustancialmente las tarifas de destajo, etc., a cambio de mantener la posición sindical en los puertos y, con la excusa de contener el ataque patronal, mantener la representatividad en las mesas paritarias frente a las otras centrales sindicales. Se consolida así el pacto por la paz social, contra la huelga y la acción, e incluso algunos estibadores pasan a formar parte de la estructura empresarial como garantía de colaboración sindical en la promoción del puerto.
A partir de ahí, en el colectivo trabajador cunde la desmoralización y el desánimo. La represión laboral y la persecución de la disidencia hace que cunda el miedo y la adulación, y que el enchufismo se imponga como modo de acceso a toda una serie de prebendas administradas conjuntamente por la empresa y los representantes sindicales. Prebendas que significan, por ejemplo, la posibilidad de hacer horas extraordinarias a voluntad (doblar la jornada) y hacer dinero a cambio de sumisión. Por supuesto, la fidelización de los trabajadores a la estructura corporativa de sindicatos y patronal no es algo privativo del puerto. Como en el caso de la siderurgia, astilleros o minas, se trata de obtener paz social a cambio de dinero. En el caso de la reestructuración portuaria, la desactivación de un colectivo fuertemente consolidado en una intensa experiencia de lucha, ha exigido por parte de gobierno y capital un plan a medio plazo de extinción generacional consistente en jubilaciones anticipadas, paralización de los trabajadores activos mediante la posibilidad de hacer dinero a costa de destajos y horas extras sin control, mientras que los jóvenes trabajadores llegan al puerto sin la tradición de lucha de sus padres y con unas condiciones de trabajo totalmente diferentes, resultado de la reestructuración contemplada en el Decreto de 1986.
“A partir de 1986, lo que hasta entonces fue un ascenso hacia la gloria, se convierte en una carrera para morir de éxito. Nos regodeamos en el poder que teníamos pero lo que era poder de la asamblea han pasado a administrarlo los representantes, a veces en contra de ésta. Ya no está bien parar barcos, la gente no sabe lo que más le interesa. Lo que había sido solidaridad entre nosotros, se ha convertido hoy en competitividad. El afán de dinero es lo que prima y para ello se desprecian y sacrifican las condiciones de trabajo y la seguridad. Productividad, profesionalidad, competencia, es el lenguaje de la nueva época. Antes se tenía una gran pasión por el tiempo libre, por trabajar menos. En el puerto el trabajo es discontinuo, es posible que haya días que no te toque trabajar y en otro tiempo cobraba importancia la socialidad y el ocio. Hoy no, hoy tenemos que “dar servicio”, como nos dicen los representantes sindicales; eso supone que tenemos que trabajar cuantas jornadas podamos, lo importante es ganar dinero, no importan las condiciones, aunque me tenga que comer un bocadillo sobre la máquina, no importan las horas, ni la supresión de los descansos obligatorios, ni la seguridad en el trabajo, se han disparado los accidentes. No se apoya a los compañeros sancionados o represaliados. Este es el lenguaje y el comportamiento que hemos aprendido en estos años y que, antes, habíamos aprendido a contradecir. Sin embargo, hoy forma parte de nuestro acervo ideológico. Lo que antes era poder de los delegados, que les venía de la asamblea, ahora es poder que el patrón deja administrar a los delegados para derrotar a la asamblea. Es otra manera de poder, siguen teniéndolo, pero ya sentimos que la vinculación entre representantes y representados ha quedado rota. El ser representante hoy se ha convertido en una forma de estatus social y de ascenso laboral. Hay regímenes disciplinarios para la gente nueva que hemos aceptado, está entrando mucha gente nueva porque nos vamos jubilando; a toda la gente nueva se le aplican otras condiciones de trabajo y régimen disciplinario, incluso se les llegó a prohibir que se relacionaran con los viejos para desterrar los antiguos vicios. Hay un intento de borrar las huellas del pasado inmediato, la memoria de la lucha, que los propios dirigentes de la Coordinadora están llevando a cabo para evitar cualquier continuidad entre la generación que vivió el ciclo de luchas de la reestructuración de los años 70 y 80, y la de los jóvenes portuarios recientemente incorporados. Esto ha enrarecido mucho las relaciones entre nosotros. La gente tiene un gran recuerdo de lo que fueron aquellos años, del nivel de solidaridad, de amistad, de conocimiento entre nosotros. Hoy las relaciones son mucho más desconfiadas, individuales, mucho más torvas, más interesadas. Queremos el interés inmediato de conseguir el salario lo más rápido posible e irnos. Se ha ido transformando nuestra ideología, nuestra manera de trabajar, nuestro lenguaje, todo, y hoy yo diría que estamos siendo víctimas de esta derrota, no sé calificarla de otra manera. Mantenemos la organización, pero como una reliquia, desactivada, presa de los líderes, del sectarismo y como sindicato gremial que ha perdido toda conexión con otros colectivos o cultura obrera. Quizá este era el límite del asambleísmo. No hemos tenido la capacidad de disolver una forma de organización que dio todo lo que tenía que dar de sí en su momento y que si se empeña en transcenderse se desvirtúa y degenera”.
Entre tanto, cabe preguntarse qué ocurrirá con la gente recientemente incorporada, si va a ser capaz de crear nuevas formas de oponerse cuando les sea insostenible un tipo de explotación que es cada vez mayor. Porque todas las conquistas del pasado se van perdiendo. La gran decepción para la gente que vivió con ilusión aquello, es que todo esto se está haciendo con el consenso de los compañeros. La asamblea ha sido vaciada de su contenido, secuestrada por los funcionarios sindicales, como ha ocurrido en todos los centros de trabajo donde imperan los otros sindicatos. La asamblea, sin embargo, sigue funcionando aunque reúne poquísimo, y cuando lo hace es más refrendataria que decisoria, una formalidad que sólo sirve para que los representantes hablen en nombre de los trabajadores sin consultarlos, porque creen saber mejor que ellos lo que realmente interesa a los trabajadores. Así se imponen las negociaciones, como siempre lo han hecho los sindicatos.
“Esta es un poco la situación a la que hoy hemos llegado. Quizás porque nuestras luchas no tengan más remedio que ser luchas puntuales, con un objetivo y una manera de conseguirlo pero también de diluirse. Me parece que, en la medida que te empeñas en permanecer en el tiempo y permanecer en este tiempo, que es el tiempo del capital, ya has hecho una concesión fundamental en la permanencia misma que, de un modo u otro, sirve a los intereses del capital, porque de lo contrario, el capital no lo permitiría. Yo creo que éste ha sido otro de nuestros grandes errores, que nuestra lucha, a diferencia de la de Vitoria, no se acabó, sino que continuó, pero con unas lacras graves, y que no sé si algún día irá despertando una nueva conciencia entre la nueva gente, porque los viejos, a fuerza de repetir el discurso, nos falta hasta credibilidad en nosotros mismos; una conciencia que venga a zarandear toda esta estructura que un día tuvo su valor, o bien que sepan liquidarla, que quizás es lo que le haga falta, y crear una nueva, la que sea necesaria. Por otra parte, alguna de las certezas de entonces, ya no parecen tan claras. Teníamos clarísimo que eran los trabajadores quienes teníamos que hacer la revolución, desde la fábrica. Esa especie de etnocentrismo también lo hemos perdido y quizás el aire nuevo nos venga de otros lugares, desde otros sectores y la cuestión del trabajo, realmente, no tenga la importancia que le dábamos. En fin, lo que fue nuestra lucha, yo creo que entra perfectamente en el marco de las luchas autónomas”.
Nexo Autonomía, octubre 2001
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