viernes, 18 de julio de 2008

LAS REVUELTAS IRMANDIÑAS. Siglo XV.

Nos situamos en la Galicia del S. XV, tiempos de caos señorial y de crisis del feudalismo. La victoria de la dinastía de los Trastámara en 1369 había configurado una nueva clase feudal en poder de las tierras de Galicia. La demografía comienza a repuntar, repunte acompañado de una escasez de tierras, resulta difícil roturar nuevas para cultivo. El bandolerismo nobiliario es una constante. La rapiña caballeresca lleva a ambicionar los dominios y los privilegios de los señoríos eclesiásticos, de los que los señores laicos, aprovechando el contexto de robos y saqueos usuales, participan mediante la encomienda monástica. Los tributos a los campesinos gallegos son sangrantes: gaudiosa (tributo por el nacimiento de un hijo), luctuosa o facendera (suma de dinero o cabeza de ganado por contraer el matrimonio), conducho (obligación de dar al señor luz, habitación, ropas y forraje cuando pasaba por un territorio dependiente del señorío), fogaza, fonsado, etc. La lucha antiseñorial constituye un proceso ininterrumpido que culmina con la acción de la Santa Irmandade do Regno de Galicia en 1467, episodio conocido como segunda guerra irmandiña. Al lado de la lucha antiseñorial, está la lucha intraclasista entre los señores feudales, que manifiestan o agudizan la tensión social. En este contexto de rapiña bandolera, surgen en Castilla hermandades que intentan imponer justicia y orden en las regiones. Ya provenían del siglo XII como se desprende del texto del Anónimo de Sahagún y también de otra crónica de la misma época de Santiago. No está muy claro el carácter de este fenómeno de la hermandad a lo largo de la Plena y de la Baja Edad Media. ¿Podría decirse que era la organización base de las aspiraciones populares de justicia y orden? Los reyes solían animar a su constitución, y también en el caso de la revuelta irmandiña el beneplácito de Enrique IV es fundamental.
En 1418 hay noticias de una hermandad en Compostela. Deja constancia este texto sobre la coyuntura en que se creaban hermandades,

“Por cuanto a eles era dito e havian por información de algunhas personas que en a dita cibdade e cerca dela arrededor e en outras partes de este arzobispado se facían e querían facer moitos roubos, furtos e outras forzas por mingua de xustiza e esto por quanto noso señor o arzobispo de Santiago don Lope agora de presente está ydo á a corte do noso señor el rey, a servizo do dito señor rey en proveito e onrra suya e da dita cibdade e arzobispado agora non podían ser tanben gardados nen defensos en direito e justizia sen para elo facer ermandades…”

La hermandad asume la ejecución de la justicia, nombrándose dos alcaldes y 38 cuadrilleros pertenecientes a diez parroquias de la población. Cuando en 1420 se pone en práctica la hermandad, la tensión latente entre el concejo de Santiago y las autoridades eclesiásticas, culmina en una revuelta en 1421: la hermandad y los gremios con Ruy Sánchez de Moscoso como individuo destacado… Por unos documentos del archivo catedralicio compostelano recogidos por López Ferreiro, podemos acercar algún pormenor de este conato rebelde:

“vecinos de Santiago con otros muchos sus cómplices, favorecedores y secuaces, hallándose ausente por causas legítimas en la corte del rey Don Juan dicho arzobispo Don Lope, sin más autorización que su propia temeridad, impusieron nuevas sisas, tributos y gabelas en los mantenimientos y mercancías en gran perjuicio de la Iglesia y de la libertad eclesiástica. Y porque el cabildo contradijo estas imposiciones, los afiliados de la hermandad quisieron penetrar a mano armada en la catedral, y amenazaron con enterrar vivos a los canónigos en las huesas que habían abierto en el cementerio de la Quintana, obligándoles a permanecer encerrados en la iglesia…”

La intención del concejo de la ciudad es convertir a Santiago en realengo. La llamada primera guerra irmandiña acontece en tierras de Andrade en 1431, motivada por el carácter duro de Nuño Freire, los vasallos se sublevan contra su señor:

“Y entre los otros negocios que el rey había de despachar antes que para la frontera partiese, era uno que pendía entre Nuño Frayre de Andrada y sus vasallos de la Puente de Hume, Ferror e Villalba que eran suyas que se habían todos levantado contra él, diciendo que era señor muy fuerte e duro e que no lo podían comportar, e hacíanle guerra tres mil hombres en más e le habían talado algunas viñas e huertas, e con esto se habían juntado muchos otros de los obispados de Lugo e Mondoñedo, que serían bien diez mil hombres y más, e habían tomado por capitán un fidalgo que se llamaba Ruy Sordo; e traían un pendón de Santiago e hicieron todos una hermandad, e por toda la tierra les llamaban los hermanos, e andaban así poderosamente haciendo muy grandes males e daños en la tierra que en las rentas del rey ni contra su justicia no tocaban…”
(Fernández Pérez de Guzman “Crónica de Juan II”)

En esta primera guerra irmandiña los hermanados son derrotados. Durante el siglo XV se suceden los conflictos por una dependencia más llevadera, igual que en toda la Edad Media. Pero el suceso que más interesa es el que acontece en 1967, conocido como Segunda Guerra Irmandiña, con claros tintes antiseñoriales y con protagonismo campesino-popular. Durante dos años la región gallega fue gobernada por los irmandiños.

LA REVUELTA IRMANDIÑA 1967 - 1969
La nobleza gallega acusa una incapacidad patente para gobernar el reino y ejercer su dominio social sin una violencia física desmesurada; los forajidos protegidos por los señores se hacen eco en una bula expedida en el 1455 por el mismo papa Calixto III; los de abajo, según ellos mismos decían, “no podían resistir” los agravios, las violencias y los tributos de los señores de las fortalezas; desde 1465 se produce cierto vacío de poder en la Corona de Castilla y León como consecuencia de la guerra civil entre Enrique IV y Alfonso XIII, la nobleza gallega se divorcia del rey legítimo. Arrecian las demandas a Enrique IV de los concejos de las ciudades más importantes gallegas para que apruebe y legitimice la hermandad como portadora del orden y la justicia. Una vez obtenida la autorización del rey, la constitución de la Santa Irmandade del reino de Galicia se pregona por plazas y calles: “esta cibdad es de las del rey” hacen grabar los de Betanzos en la puerta de la ciudad. Llega una nueva hermandad a Galicia, la chispa en el secarral de yerbas está prendida. Dice Vasco de Aponte:

“Logo en este tiempo se levantó la hermandad que todos los villanos levantaron contra sus señores, en que derrocaron cuantas fortalezas había en Galicia, excepto la fortaleza de Pambre”

El licenciado Molina, en su Descripción del reino de Galicia escribe:

“Puede haber de acá setenta años que se levantó en el país de la gran hermandad de todo el común…”

Ruiz Vaasques expresa una idea semejante:

“… En este encomedio levantouse toda a terra con a Santa Irmandade…”

Algunos testimonios ven en los corregidores los mediadores que transmiten la autoridad a la nueva insitución para hacer justicia:

“viniera un corregidor… el qual por mandado de dicho rey fiziera juntar la dicha gente común en la dicha hermandad e fiziera alcaldes en ella y les dio baras de justiçia para que castigasen los malfechores e para que derrocasen las fortalezas del dicho Reino”.

La elección de alcaldes, diputados y cuadrilleros de la Santa Irmandade tiene lugar en grandes asambleas, que se comienzan con la lectura pública de “çierta provisión y mandado del rey”. Al mismo tiempo que el común de las ciudades, entran en escena los campesinos de los alrededores y las parroquias rurales de todo el reino, las parroquias eran centro de vida social. El movimiento irmandiño surge espontáneamente y progresivamente va siendo engrosado por campesinos y elementos populares que le dan un portagonismo antiseñorial y antifortaleza al movimiento. Alfonso de Piñeiro hacía constar:

“oio dezir que otros caballeros andaban fuidos e ausentados por las iglesias e monasterios, que no osaban parar a causa de la hermandad porque si los hallaran los prendieran… para hacerles pagar los rrobos que abían fecho de las fortalezas a la gente común.”

En vísperas del asalto general a las fortalezas, a medida que se va conformando una poderosa Santa Irmandade, será la reparación de daños y agravios la actividad más destacada. El ejercicio de la justicia es impartido por unos jueces extraordinarios: los alcaldes de la hermandad, los cargos dirigentes más numerosos, poseedores de las varas de la justicia, que sin esperar órdenes superiores la imparten con un primer objetivo, “quitar las muertes y robos que se hazían”. “Los alcaldes de la dicha hermandad azían justicias e aseteaban e quando justiçiaban alguno dezían e sonaban el pregón que aquello mandaba el rey e la sancta hermandad”. El ajusticiamiento de malhechores, habitualmente por el método conocido como saeta (atravesaban al reo con flechas el cuerpo), fundamentaba la celebridad justiciera de la hermandad. Los ajusticiados venían a ser malhechores comunes y escuderos al servicio de las fortalezas señoriales, los caballeros no aparecen en las fuentes como objeto de esta justicia. La característica más notoria de la revuelta irmandiña es el asalto a las fortalezas, animados los irmandiños por el lema “todos a una” que deja entrever la unidad y la solidaridad de la que hacía gala el movimiento. La fortaleza debía ser percibida comúnmente por las gentes gallegas como fuente de todos los males y de los daños, símbolo de los “tiempos rotos” preirmandiños. Un episodio célebre se da en la Xunta de Melide. En ella la hermandad se reúne con los nobles del reino y les pide que entreguen sus fortalezas al nuevo poder, lográndolo en numerosos casos. La negativa de alcaldes y señores se extiende al correr la notica de los derrocamientos de fortalezas más precoces, como el del Castelo Ramiro. Comienzan entonces los asedios y asaltos a los castillos recalcitrantes: “los tenían çercados hasta que xe ñas entregaba e delas dize que oia dezir que xe las tomaban por combate”. La superioridad numérica de los asaltantes y la ira justiciera permitieron las victorias, “quando querían tomar alguna se juntaba mucho número de gente y estaban sobre ella hasta que la tomaban y derrocaban”. Según un testimonio de un cantero de ochenta años que de joven había derribado fortalezas, la consigna era que “no quedara en ella piedra con piedra”. En algún pregón insurreccional se llega a convocar a los vasallos insurrectos con “armas y martillos y picos y derrocar fortalezas”. En el pleito Tabera-Fonseca, fuente documental más importante de donde se recogen los testimonios citados, se nombran más de 140 fortalezas derribadas, y es posible que esta cifra quede por debajo de la realidad. En 1468, en plena revuelta, ya se decía que no “deixaron fortolleza en todo o reino de Galiza”, en la tradición popular y favorable también se dice “diputados y gentes de la dicha hermandad derrocaran todas las fortalezas y castillos del dicho Reino de Galiza de señores y caballeros del que no quedó ninguna”. La única fortaleza que quedó en pie según está escrito en fuentes documentales es la fortaleza de Pambre. El símbolo irmandiño lo constituía la bandera blanca que algunos llamaban peyorativamente sudarios. Una curiosa imagen del sentido de la revuelta irmandiña nos la concede un vecino de Betanzos, testigo visual de los sucesos de 1467: “les oía dezir que los gorriones abían de correr tras los falcones”, “bió que los de la dicha hermandad corrían tras de los dichos caballeros hasta que los hizieron yr del dicho Reino”. El triunfo de los gorriones frente a los halcones es el triungo de los vasallos contra los señores, Lope García de Salazar deja claro que de 1467 a 1469 “no quedaron con ellos [los señores] sendos servidores que los sirviesen. Echáronlos de todas sus tierras e heredamientos, que un solo vasallo ni Renta no les dexaron”.
Las fuerzas sociales que participan en la Santa Hermandad provienen de distintos estamentos: de la baja nobleza, el bajo clero, elementos burgueses y una intervención constatable de elementos campesinos. Los principales jefes del levantamiento irmandiño son representantes de la nobleza territorial: Alonso de Lanzós, señor de Louriña, Pedro de Osorio, señor de Villalobos y Diego de Lemos, sñor de Sober y de Amarante.
Los halcones respondieron tras el fin de la guerra civil castellana en 1468, “se levantaron cavalleros e hidalgos contra el pueblo… y el pueblo fue vençido”. Este es el principio del fin de las hermandades en Castilla y León. En primavera-verano, la entrada de los ejércitos de los señores gallegos exiliados tiene lugar. Tres son los ejércitos que entran, desde Portugal liderados por Pedro Alvarez de Soutomaior, el arzobispo Fonseca conduce otro ejército desde Salamanca, y el tercer ejército va desde Castilla comandado por el Conde de Lemos. La derrota irmandiña en Balmalige supone el fin de los iramandios como poder gallego, como Santa Irmandade del Reino de Galicia, que no vuelve a realizar Xuntas generales. La lucha se prolonga hasta 1472, pero de forma local. Andrade, centro de la primera guerra irmandiña, destaca en una resistencia más obstinada. En campo abierto, la victoria de los caballeros es indiscutible, debido precisamente a la destrucción de las fortalezas. Pero en la ciudad y en villa amurallada resulta más costosa. Cuando todavía la reacción no se había apoderado de las ciudades las disputas señoriales comienzan a aflorar. Santiago resiste al arzobispo Fonseca, pero en medio de las disputas señoriales, entablan una alianza la hermandad y el arzobispo. Este último se compromete a respetar los usos y costumbres de la ciudad. A este pacto se unen otras ciudades como A Coruña y Pontevedra, otras ciudades buscan el apoyo real. La revuelta irmandiña se saldó sin una dañina represión, se ordenaron reconstruir algunas fortalezas y alguno como un escudero dirigente de la hermandad de Ponferrada, Álvaro Sánchez de Arganza, es ajusticiado por la saeta.
En la década de los ochenta del siglo XV, bajo mandato real de los reyes católicos concretado en el gobernador Fernando de Acuña, decenas de las fortalezas reconstruídas son derribadas: los vencedores en la batalla de Balmalige son veinte años después derrotados, siendo alejados de Galicia a la fuerza.


Información sacada del libro La revuelta irmandiña de Isabel Beceiro (Akal editor 1977) y del trabajo de Carlos Barros para la Universidad de Compostela Revuelta de los irmandiños. Los gorriones corren tras los alcones .

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